PADRES DE LA IGLESIA

PADRES DE LA IGLESIA
Libia – Un tesoro bajo la arena es la gran joya que esconde Libia y está fuera de su capital. No se trata de una alhaja al uso, pues el país presume de conservar, ni más ni menos, la ciudad romana más importante de África, perfectamente salvaguardada al permanecer, durante siglos, bajo la arena del desierto. ?A Leptis Magna el viajero accede a través del impresionante Arco de Séptimo Severo. Con sólo cruzar esta imponente «puerta» el vello se eriza, pues las dimensiones resultan sobrecogedoras. El vaivén de sensaciones continúa a cada paso, ya que ante nosotros aparecen los restos de vastas columnas, majestuosos foros y hermosas estatuas. Sin embargo, no se extrañen si se topan, casi sin poder evitarlo, con la cabeza de una gorgona por el suelo. Aunque Leptis Magna está declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad, la dejadez que sufre este museo al aire libre sobrecoge la conciencia del viajero procedente de la Vieja Europa.?De menor importancia que Leptis Magna, aunque similar en belleza, gracias al empleo de mármol y granito rosa, aparece la zona arqueológica de Sabratah. El Foro, el templo de Liber Pater, las termas del Mar –letrinas y mosaicos perfectamente conservados– o el monumental teatro reconstruido por italianos impulsados por Roma, durante los años 30 del siglo XX– son algunas de las sorpresas que cautivan al visitante. En pocos pasos, los amantes de la historia y de la arqueología agradecen la «osadía» de escoger un destino,, otrora romano, cristiano-bizantino, luego invadido los los árabes mahometanos

Egipto – En el año 379, el edicto de Teodoro el Grande proclama el cristianismo religión oficial del Egipto. La evangelización fue rápida como testimonia, desde mediados del siglo VI, el establecimiento de grandes reinos cristianos. Incontables son los cristianos que escogieron la vida monástica, en sus bibliotecas copiaban la literatura clásica helénica, románica y aprendían artes y ciencias.
Reinos cristianos: uno entre ellos, la Nobadie, se extiende de la primera a la segunda Cataracte, pues supera este límite para tocar la Makuria, ella misma extendida hasta el sur de la anciana Méroe.
Más al sur, el reino de Alodia llega a las regiones donde se enlazan el Nilo blanco y el Nilo azul. Algunos de esos estados cristianos se han mantenido hasta principio del sc. XIV.
En el 640 las hordas árabes ocupan violentamente Egipto e intentan vanamente de conquistar la Nubia. Durante siete siglos, los nubianos se opusieron a la expansión del islam hacia el África negra. En el año 1173, el cheik Cham sed Adula, padre del sultán Saladino, ocupa la ciudad de Ibrim, la destruye y profana la Iglesia católica ocupándola después como mezquita. Progresivamente, la Nubia presionada se va convertir casi en la totalidad al mahometismo, y las pocas comunidades de cristianos, humillados, desposeídos de sus bienes y tan perseguidos, tienen que refugiarse en la Alta Nubia.

África – La Iglesia de Etiopía, de origen apostólico, es decir, Iglesia fundada por un apóstol, es la más anciana de las Iglesias de África. Según la tradición, ella habría sido fundada por San Matías, el discípulo que después de la Ascensión del Señor a los cielos, reemplaza Judas en el seno del colegio apostólico.
Después ella entretiene estrechos lazos con la Iglesia de Alejandría. El Egipto cae en manos de los mahometanos desde el 640 (después de Cristo), y los cristianos de Etiopía se encuentran físicamente aislados de la comunión eclesial y de las corrientes cristianas durante casi mil años.
Por tanto, en el 1520, cuando el misionario y explorador portugués don Francisco Álvares descubría la Etiopía, quedó extraordinariamente sorprendido al descubrir un país extremamente cristiano; un país que había sabido guardar intacto el depósito de la fe cristiana, más aún, un país que se había enriquecido con los aportes de la cultura original local, creando Iglesias excavadas en las montañas (hoy clasificadas como patrimonio mundial de la humanidad) y generando un tesoro litúrgico y literario abundante.

San Eutimio el Grande AÑO 377/8 ca †473 ca.
«Dilexit Ecclesiam» ‘amó a la Iglesia Católica’
Armenia y Palestina cristianas

San Eutimio del Grande, abad de Palestina, de 473 (“Acta SS., “Oct., ” Enero, II, 687); Etimológicamente significa ” animoso”. Viene de la lengua griega.

Nació este joven en Melitene, Armenia, en el 378 y murió en Palestina en el 473.
Sus padres lo educaron en la fe cristiana. Realizó sus estudios bajo la tutela del obispo de la ciudad. Al terminarlos, lo ordenó de sacerdote y supervisor de los monasterios de la diócesis.
En sus visitas, frecuentemente veía a un santo varón llamado Poliecto, con quien pasaba muchas horas de conversación y oración.
Cuando cumplió los 30 años, sin que nadie supiera nada, se fue a Palestina para vivir la soledad que tanta anhelaba su alma.
Después de orar en los santos lugares de Jerusalén, se estableció a unos cuantos kilómetros de distancia. Pedía limosna y trabajaba sólo para ganarse el pan de cada día. Al poco tiempo, aquel lugar se fue llenando de ermitaños, en el camino que baja de Jerusalén a Jericó.
Se le considera a san Eutimio como uno de los primeros monjes de Palestina. Era muy inteligente, y por esta razón sabía rebatir los argumentos que le presentaba el hereje Nestorio.
Poco a poco se ganó la confianza de los árabes. Muchos de ellos lo siguieron a raíz de que curó a uno que estaba muy grave. Ni siquiera lo habían podido curar los magos de Persia.
El patriarca de Jerusalén lo consagró obispo para dirigir a la población árabe que le seguía.
En el 420, Juvenal mandó que hicieran un buen camino para comunicar mejor la capital y Jericó.
En realidad, lo que ganaba a la gente era su humildad y su amor para con todos, pero de modo especial con los pobres.
En el 473 fueron a verlo Martirio y Elías para que se marchara con ellos a otro sitio. Eutimio les dijo que prefería quedarse en donde estaba. Sabía que su muerte estaba muy cercana. Nombró a Elías como su sucesor.
En la actualidad es venerado por todo el próximo Oriente.
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Eutimio el Grande muere estando en la silla de Pedro, el Papa San Simplicio cuyo Magisterio fue desde el 13 de Marzo 468 al 10 de Marzo 483. El Papa era hijo de Castino y natural de Tívoli. Simplicio es el espectador pasivo de los graves acontecimientos que provocaron la desaparición del emperador en Occidente. Hasta el año 472 prolongó Ricimero su poder: los sucesivos emperadores, Livio, Severo, Antemio y Olibrio fueron apenas marionetas en sus manos. Pero el «ejército romano», formado por bárbaros, era ya incapaz de dar origen a nuevas instituciones. En tales circunstancias y faltando un rey, la única solución posible era la dictadura, interrumpida de vez en cuando por luchas para asegurarse el poder, hasta que el 23 de Agosto del 476, Odoacro (+ 493), un hérulo, se decidió a poner fin a lo que era simplemente una ficción y envió a Bizancio las insignias imperiales. Un solo Imperio para todo el Mediterráneo, convertido ahora en un mosaico mal hilvanado de caudillos militares. Entre las funciones subrogadas que Odoacro reclamaba, figuraba también la de ejercer autoridad sobre Roma, sede del papado, y no renunció a ellas a pesar de su arrianismo.

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San Expedito, quien vivió en el siglo IV, era comandante de una legión romana y como tal defendió al Imperio ante las invasiones de los bárbaros. Al convertirse al cristianismo fue martirizado (posiblemente por orden del emperador Diocleciano) en Melitene, Armenia (hoy Malatya, Turquía).

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San Eutimio el Grande, 376-493. Nacido en Melitene, de Arrnenia, de una rica familia, fue pronto considerado como uno de los cenobitas más sabios y austeros de su patria. Llevado por la devoción, recorrió los monasterios famosos del Oriente, estableciéndose al fin en la laura de Farán, Palestina, llegando pronto a ser padre y director de solitarios. Los mismos sarracenos admiraban su virtud, y muchos se convirtieron a la fe gracias a su predicación. Luchó contra los origenistas, maniqueos y nestorianos, muriendo con una aureola de santidad que iluminaba todo el Oriente.

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Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: “Escucha, hija, mira, inclina el oído…” (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.
“A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (…) “Escucha, hija, mira, inclina el oído”. En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (…) “Olvida tu pueblo y la casa paterna”: no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, “prendado está el rey de tu belleza”: el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (…) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, “porque él es tu Señor y tú lo adorarás”. Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor” (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).
Óleo de Santos – (Maná de óleo de Santos)
Una sustancia oleosa, de la que se ha dicho que ha fluido, o aún fluye de las reliquias o de las sepulturas de algunos santos; algunas veces del aceite de las lámparas que se consumen en sus santuarios; también del agua que mana de los manantiales cerca de sus sepulturas; o del agua y aceite que de alguna manera han entrado en contacto con sus reliquias. Estos óleos son o han sido usados por los fieles, con la creencia de que ellos curarán las dolencias físicas y espirituales, ciertamente no tienen poder por ellas mismas, sino por la intercesión de los santos con los que los óleos han tenido contacto. En el tiempo de San Paulino de Nola (d. 413) prevaleció la costumbre de derramar óleo sobre las reliquias o relicarios de los mártires y después recogerla en recipientes, esponjas o piezas de tela. Este óleo, oleum martyris, se distribuía entre los fieles como remedio contra la enfermedad (“Paulini Nolani Carmen,” XVIII, líneas 38-40 y “Carmen”, XXI, líneas 590-600, en “Hábeas Scrip. Eccl. Latinorum” (Viena, 1866 sq), XXX, 98, 177). Según le testimonio de Paulinus de Pétrigeux (escrito hacia 470) en Galia esta costumbre se extendió también hacia las reliquias de los santos que murieron no como mártires, especialmente a las reliquias de San Martín de Tours (“Paulini Petricordiae Carmen de vita S. Martín”, V, 101 sq. En “Hábeas Scrip. Ecel. Lat., “XVI, 111). En sus relatos de milagros, acaecidos por la aplicación de óleos de santos, los escritores eclesiásticos posteriores no siempre están de acuerdo con que clase de óleo de santos es utilizado. Así San Agustín (“De Civitate Dei, ” XXII) menciona que un hombre muerto había resucitado por la ayuda del óleo de San Esteban.

El Óleo de Santa Walburga
En el presente el más famoso de los óleos de santos es el de San Walburga (Walburgis oleum). Fluye desde la piedra del mármol y rodea la bandeja de metal sobre la que descansan las reliquias de Santa Walburga en su iglesia de Eichstadt en Baviera. El fluido recogido en una copa de plata colocada debajo del mármol para este propósito, es distribuido entre los fieles en pequeñas ampollas por las Hermanas de San Benito, a las que pertenece la iglesia. Un análisis químico muestra que el fluido sólo contiene ingredientes de agua. Aunque el origen del fluido es probablemente debido a causas naturales, el hecho de que esté en contacto con las reliquias del santo justifica la práctica de usarlo como remedio contra las dolencias espirituales y corporales. Mención del óleo de San Walburga se hace pronto en el siglo noveno por su biógrafo Wolfhard de Herrieden (“Acto SS.,” Feb, III, 562-3 and “Non. Germ., “XV, 535sq.

El Óleo de San Menas
En 1905-8, cientos de pequeños envases con la inscripción: EULOGIA TOU AGIOU MENA (conmemoración de San Menas) fueron excavadas por C.M. Kaufmann en Baumma (Karm Abum) en el desierto de Mareotis, en la parte norte del desierto de Libia. En la actualidad Baumma es el lugar en donde está la sepultura del mártir libio Mena, lugar que durante el siglo quinto y quizá el sexto era uno de los más conocidos de peregrinación del Mundo Cristiano. Los envases de San Menas fueron muy conocidos durante mucho tiempo por los arqueólogos y han sido encontrados no sólo en África, sino también en España, Italia, Dalmacia, Francia, y Rusia, con seguridad fueron traídos por los peregrinos desde el santuario de Menas. Hasta el descubrimiento de Kaufmann, sin embargo, se supuso que los envases contenían óleo de las lámparas que ardían junto a la sepultura de Menas. De las varias inscripciones sobre los envases que fueron excavados parece cierto que algunos de ellos si no todos contenían agua procedente de una fuente cercana al santuario de San Menas y fueron dados como recuerdo a los peregrinos. El llamado óleo de san Menas no era en realidad, sino agua de su santa fuente, que era usada como remedio contra las dolencias corporales y espirituales.

El Óleo de San Nicolás de Myra

Este es el fluido que emana de sus reliquias en Bari , Italia, fueron traídas en 1087. Se dice también haber fluido de sus reliquias cuando estaban aún en Myra (Vee NICOLÁS DE MIRA, SANTO)

PANAYIOTIS CHRISTOU

La vida monástica en la Iglesia ortodoxa oriental

Reimpresión de “The Orthodox Ethos”, Studies in Orthodoxy vol. 1, Ed. by A.J.Philippou

El origen de la vida monástica

Durante el siglo IV de nuestra era surgió dentro de ,la Iglesia un fuerte movimiento de retiro de la sociedad organizada al desierto un movimiento que tuvo un crecimiento aún mayor en el periodo subsiguiente” Para los historiadores han,interpretar el repentino surgir de este movimiento siendo dos de ellas las más aceptadas” Según la,propuesto diversas hipótesis en, la vida monástica tendría su origen en las religiones orientales,primera tanto en soledad,las que se practicaba el ascetismo desde tiempos antiguos la vida monástica,absoluta como en monasterios” A tenor de la segunda proporcionaba una salida cuando el contacto cercano del cristianismo con el con el inevitable decaimiento de las normas,mundo provocaba una reacción morales”

La primera de las hipótesis carece de fundamento, puesto que ha sido imposible descubrir históricamente una conexión entre el ascetismo oriental y la vida monacal cristiana. Además, si el cristianismo hubiera recibido tal influencia, ésta hubiera provenido de los grupos ascéticos de la secta de los esenios, en cuyo ambiente nació el cristianismo; sin embargo, la vida monástica apareció bastante después de la desaparición de las comunidades esenias. Lo cual no significa, por supuesto, que en sus etapas posteriores la vida monástica no tuviera ciertas características comunes con las comunidades esenias y neopitagóricas. La segunda hipótesis es igualmente inaceptable, puesto que existían numerosos ermitaños vivendo a campo raso incluso con anterioridad al reconocimiento del cristianismo por Constantino el Grande. La vida monástica es un modo de vida que surgió dentro de la Iglesia y se desarrolló orgánicamente llevando hasta sus límites los principios de la moral cristiana. En efecto, aunque el cristianismo no nació como una filosofía pesimista ni como una fuerza con pretensiones de disolver la sociedad, se regía sin embargo por principios distintos de los de la sociedad de aquel tiempo. Puso su atención por completo en el centro de la vida y se despreocupó de la periferia. Una cosa tenía un valor supremo para el hombre: el alma, al lado de la cual el mundo entero es insignificante. “Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mateo 16,26). Las cosas de este mundo dificultan los movimientos del alma, y los bienes de este mundo se acumulan en torno a ella, sofocándola e impidiendo que se desarrolle en una personalidad armoniosa. Por consiguiente al hombre le espera una ardua lucha si pretende liberarse de su yo más bajo, el cual pertenece a lo mundano, y desarrollar su yo superior e ideal, que le posibilitará presentarse enérgicamente ante Dios. En este esfuerzo, tal y como declaró Jesucristo, el hombre deberá someterse a si mismo y a sus actos a un examen riguroso. Tiene que alejarse de muchos bienes mundanos para obtener el tesoro celestial, y someterse a la prueba del sufrimiento para purificar su voluntad.

Basándose en estos principios los primeros cristianos vivían de acuerdo a un plano moral excepcionalmente elevado; pero algunos de ellos quisieron ascender a una austeridad mayor, privándose de más bienes y sometiéndose a una mayor automoderación, a ayuno y a oración. Para un cristiano el matrimonio es algo honorable, un gran sacramento, pero no deja de ser una institución de este mundo, mientras que en el más allá los hombres vivirán como ángeles. Por esta razón, quienes podían lo evitaban; algunos buscaron salvar esto sustituyéndolo con una especie de matrimonio espiritual, en el que hombre y mujer convivían en pureza (1ª a Corintios VII, 36 y ss.) Muchas viudas evitaban el matrimonio, y las vírgenes se negaban por completo a casarse. Estas mujeres se organizaban en sociedades especiales, en primer lugar por su propia protección, y en segundo lugar para encauzar su actividad en trabajo social. Es aquí donde encontramos la primera forma de vida monástica que se desarrolló dentro del marco de la comunidad cristiana organizada.

El desarrollo de la vida monástica

A mediados del s. III la persecución contra los cristianos era tal que muchos de ellos se vieron obligados a retirarse de las ciudades. A principios del s. IV la situación incluso empeoró, cuando la duración de las persecuciones fue mayor, de modo que aquellos que se habían retirado permanecieron en el campo abierto por un periodo mayor. Se acostumbraron tanto a vivir allí que establecieron allí una morada permanente, lejos de la sociedad del mundo desgarrada por el odio. Cesaron las persecuciones, pero la persecución secular había llegado a ser un elemento inseparable en la vida de los cristianos, y muchos de ellos no podían concebir una vida libre de perseguidores. De este modo se convirtieron en perseguidores de ellos mismos: se fueron a las montañas, y se sometieron a privación y sufrimiento. En lugar de la “sangre del martirio”, con la que terminaba una lucha con hombres violentos, se sometían ellos mismos al “martirio de la conciencia”, el cual consistía en una lucha contra demonios. En lo sucesivo las montañas se convirtieron en morada de ermitaños, y gradualmente también de comunidades organizadas de monjes. Con el paso del tiempo cada vez más lugares remotos se buscaban como refugios ascéticos, como el monte Atos y Meteora. Cuanto más lejos vivían los ascetas, mayores eran la reverencia y la admiración que evocaban en la gente común. El primer ermitaño conocido fue Pablo de Tebas, pero el primer guía real de la vida en el desierto fue Antonio el Grande (m.356), cuya vida escribió con perspicacia y amor Atanasio el Grande. Vivió en el desierto durante más de setenta años, y sólo iba a Alejandría cuando la ocasión lo requería; es decir, cuando se enteraba de alguna persecución, para dar ánimo a los que sufrían. Su fama le valió la consideración de Constantino el Grande, el cual solicitaba con frecuencia su consejo mediante carta. Pero en particular despertó el entusiasmo de muchos hombres sencillos que imitaron su ejemplo. Llevaban una vida de total aislamiento, y únicamente cuando necesitaban consejo visitaban a Antonio o a algún otro monje mayor, un abba. En ocasiones sucedía que uno de ellos fallecía y pasaban días antes de que los otros ascetas se enteraran de ello. Cada anacoreta organizaba su propia oración, refugio, ropa, alimento y trabajo. Su trabajo consistía principalmente en hacer objetos de paja, que vendían en mercados de la región. Únicamente los domingos acudían a la iglesia más cercana, para oran juntos y recibir la Sagrada Comunión. De este modo, la vida de los ermitaños quedaba fuera del control total de la Iglesia. Era evidente que el aislamiento absoluto conducía a acciones arbitrarias y no se adhería a todas las exigencias del Evangelio cristiano. En primer lugar no había supervisión espiritual de los ermitaños ni tampoco, en segundo lugar, sus actividades iban dirigidas a servir al prójimo. De ello se percataron algunos de los grandes ascéticos, quienes emprendieron la oportuna reforma: Hilario en la región de Gaza; Amonio en Nitria, y Macario en Sketis (Egipto). Los tres vivieron durante el s. IV. Hicieron del principal mercado de la región, donde los monjes vendían sus productos, su centro de acción. Como dichos mercados recibieron el nombre de lavras, los establecimientos monásticos junto a ellos también fueron llamados del mismo modo. Los ermitaños vivían en numerosas celdas construidas en torno a las lavras, a tal distancia que no se pudieran ver ni oir los unos a los otros. En esta vida comunal , la independencia se sometía a cierto límite; y además, en la ascesis era posible un elemento de flexibilidad. Cada cierto tiempo, el jefe de la lavra examinaba las celdas y ejercía cierto grado de autoridad sobre los ermitaños. Además, éstos se reunían para la oración en común de los sábados y los domingos. El resto: refugio, ropa, alimento y trabajo lo regulaba cada uno de ellos para sí mismo.

El sistema cenobítico

Pacomio (m.346) en Egipto dio un paso adelante. Además de la administración y de la oración, puso bajo supervisión el refugio, la ropa, la dieta y el trabajo de los monjes. Habitualmente vivían en dormitorios espaciosos. Se puede decir que con este sistema el monasticismo era más fácil al vivir los monjes juntos y asociarse unos con otros. El sistema comunal de vida permitió que las mujeres se dedicaran a la ascesis en retiro: para ellas es peligroso vivir en total aislamiento. Pero la principal ventaja de este sistema era que el monasticismo podía ahora participar en actividades filantrópicas.

Que el monasticismo tomara esta dirección fue la principal obra de Basilio el Grande (m. 378), obispo de Cesárea. Vivió en soledad durante algún tiempo en su finca de Ponto con miembros de su familia. Allí fue donde escribió su conocida obra, Ascetica, que se convertiría en la base de la organización del monasticismo durante el periodo subsiguiente. Recomendaba a los monjes que se reunieran en grupos organizados, de acuerdo con la naturaleza social del hombre: “El hombre es un ser dócil y social y no salvaje y solitario. Ya que no hay nada que caracterice más nuestra naturaleza que el asociarnos unos con otros y el necesitarnos unos a otros y necesitar amar nuestra especie” (Normas Generales 3, I-P.G. xxxi, 947). De acuerdo con esta doctrina, los monjes deberían volver del desierto a las ciudades, y fundar allí cenobios filantrópicos. El mismo Basilio volvió a Cesárea y organizó un grupo entero de instituciones de beneficiencia, que más tarde recibieron en su honor el nombre de basilios. Desde el primer momento la dirección de los mismos estaba en manos de los monjes, a quienes se llamaba “padres de los huérfanos”.

El cenobio podría considerarse como la forma final del monasticismo, pero no es así. Si bien en un primer momento mitigó el yugo de los ascetas, más tarde sin embargo lo hizo más difícil de soportar. Por este motivo surgió en la Edad Media una tendencia dirigida a un modo de vida menos estricto, lo cual dio como resultado la constitución de la vida idiorrítmica. Los “contemplativos”, es decir, aquellos que se dedicaban a la contemplación de Dios, trataban de exonerarse de trabajo práctico y social, con el fin de que nada impidiese su trabajo espiritual; y al mismo tiempo los monjes más débiles buscaban una suavización de la disciplina. En los monasterios idiorrítmicos la administración, la indumentaria, la oración, y hasta cierto punto la residencia permanecían comunes. La dieta y hasta cierto punto el trabajo quedaban fuera de control. Así a los monjes se les permitió la adquisición de propiedad privada, que no podía superar, sin embargo, ciertos límites. Dede un punto de vista, al vida idiorrítmica se puede considerar como un retorno al sistema comunal de la lavra, mientras que desde otro ángulo es una combinación de los modelos eremita y comunal del monasticismo.

Estos cuatro tipos de monasticismo van paralelos a lo largo de los siglos. Dentro de la tradición eremítica surgieron variaciones extrañas e interesantes, adoptando en ocasiones formas extremas. Los confesores se encerraban durante muchos años en sus celdas, comunicándose con el mundo exterior únicamente mediante carta, y para recibir su exigua ración de comida. Los estilitas vivían en pilares semidestruidos. Los “locos” por Cristo viajaban ostentando su presunta locura por humildad.

Los cuatro han sobrevivido a nuestros días. Los ermitaños se pueden encontrar casi exclusivamente en los puntos más remotos de la península del monte Atos; el sistema comunal está representado por los eremitorios del monte Atos; y los otros dos sistemas, el cenobítico y el idiorrítmico, por monasterios que se hallan en todas las regiones ortodoxas.

La difusión geográfica del monasticismo

Hoy en día la vida monacal se ha extendido por todo el mundo; pero muchos años de esfuerzo fueron necesarios para lograrlo. El movimiento tuvo su inicio, como hemos visto, en Egipto, donde importantes centros monásticos, con miles de monjes, se desarrollaron con rapidez, viviendo los monjes en celdas, en lavras y en monasterios. Estos estaban situados en Tebas, Nitria, Sketis, Tabenesis y en el monte Sinaí. El monasterio de Santa Catalina del Sinaí, fundado en tiempos de Justiniano, permanece hasta nuestros días sin haber perdido ni un ápice de su vigor. De Egipto se expandió rápidamente a Palestina. Este país, santificado como era por la vida y muerte del fundador de la fe cristiana, atrajo el interés de los ascetas de todos los rincones del Imperio, entre los cuales los latinos Jerónimo y Rufino llegaron a gozar de renombre. Más tarde, en aquel lugar Teodosio el Cenobita, Savvas el Santificado y Eutimio el Grande fundaron alrededor de quinientas grandes lavras.

Los ascetas hicieron su aparición en Siria durante las primeras décadas del s. IV. Normalmente se trataba de hombres y mujeres ambulantes, éstas últimas vestidas como los hombres. Pretendían abolir cualquier tipo de diferencias entre los sexos, y evitaban trabajar. Debido a la posición dominante que otorgaban a la oración se les llamó euquitas, o, en lengua siriaca, mesalinianos. Debido a algunas desviaciones recibieron críticas por parte de la Iglesia. Al mismo tiempo, la forma más moderada de monasticismo organizado llegaba a Siria. El gran himnógrafo y teólogo Efraín el Sirio también hizo esfuerzos fructuosos por organizar a los monjes.

El monasticismo empezó a perder terreno en estos tres países desde inicios del s. VII, es decir, desde los tiempos de la conquista árabe; pero nunca desapareció por completo. Hoy en día, además de los ortodoxos, también los coptos, los armenios y los nestorianos tienen monasterios.

A través de Capadocia y de Asia Menor, el monasticismo llegó a la capital del Imperio, Constantinopla. Muchos de los monasterios que se fundaron en los suburbios de ambas partes del Bósforo se convirtieron en organizaciones florecientes, y a través de sus actividades ejercieron una influencia en el curso de los asuntos eclesiásticos y en ocasiones también políticos. El monasterio de los Insomnes, fundado por Alejandro alrededor de 430, recibió este nombre porque los monjes oraban a Dios durante el día entero y la noche, diviéndose en tres grupos que se sucedían uno a otro en la iglesia. El monasterio de Studion, fundado también en el s. V, por el patricio romano Studius, llegó a ser el centro del desarrollo litúrgico de la Iglesia oriental y paladín de su independencia de la intervención estatal. Teodoro el Estudita, que floreció a principios del s. IX, fue a través de su heroico comportamiento un ejemplo para todos los monjes.

En estas regiones la conquista turca acabó con el monasticismo.

En Grecia, sin embargo, ya se habían formado fuertes centros de monasticismo. Entre los cuales destacó el monte Atos desde el s. XI en adelante, y a partir de entonces recibió la denominación de “Montaña Sagrada”. En 963 el emperador Nicéforo Focas dictó un decreto por el que concedía al monje Atanasio el derecho a fundar en aquel lugar una gran lavra, lo cual hizo. En un breve espacio de tiempo se establecieron allí otras comunidades de monjes, y sesometieron a la supervisión general del Protos. Con el fin de promover la difusión del monasticismo en la zona, Alexius Comnenus puso a todos los centros de Atos bajo la jurisdicción del obispo más próximo, el de Ierissos. Y naturalmente se produjeron fricciones entre éste y el Protos, lo cual hizo necesaria la abolición de la jurisdicción del obispo de Ierissos. Esto sucedió hacía finales del s. XIV.

El Protos de Atos tomaba posesión una vez obtenida la aprobación por parte del Patriarca de Constantinopla. Al principio el cargo era vitalicio y quien lo ostentaba vivía en Karyes, la capital de la comunidad monástica. Se ocupaba únicamente de los problemas externos generales de la comunidad, porque los monasterios gozaban de autogobierno interno.

Las moradas en la montaña están situadas en un ambiente a la vez impresionante y sereno. El incremento de los ataques piratas que siguieron al debilitamiento del Imperio Bizantino y a la conquista turca influyeron en la arquitectura de las construcciones. Las celdas se construían en la parte superior de los muros de las fortalezas con tres o incluso seis pisos. En medio del patio hay un “katholikon”, o iglesia central, con capillas por los lados.

La larga ocupación extranjera provocó muchas fluctuaciones en el poder y la pujanza de estos establecimientos. Hoy el territorio de esta región autónoma se halla dividido entre veinte monasterios autosuficientes. Un representante de cada monasterio, elegido anualmente, es enviado a Karyes, donde la Sagrada Comunidad, una especie de parlamento, se reúne. Los monasterios están dividisos en cinco grupos de cuatro, cada uno encabezado por los monasterios más importantes: Lavra, Vatopedi, Iviron, Hilandari y Dionysiou. Cada grupo se turna para el ejercicio de funciones administrativas por periodos anuales. De este modo, de los veinte representantes, cuatro componen el órgano ejecutivo, el comité de superintendentes mientras que el representante del primer monasterio del grupo que tiene la iniciativa administrativa es el principal superintendente. Cada superintendente conserva un cuarto del sello de la comunidad monástica.

Once de los monasterios, principalmente en la parte occidental, son cenobíticos, y están gobernados por un abad elegido de por vida y tiene un consejo de mayores que lo asesora. Nueve, en su mayoría en la parte oriental, son idiorrítmicos, gobernados por una comisión de tres superiores (proistamenoi) elegidos por un año. El monasterio de Hilandari es serbio; el de Zographos, búlgaro; el de Panteleimon, ruso. Hay también un eremitorio rumano. El monasterio de Iviron, que ahora es griego, fue anteriormente georgiano (iberio). Hasta el s. XIII existió también el monasterio latino de los Amalfitanos. Así, la Montaña Sagrada se convirtió en símbolo de la catolicidad y unidad de la Ortodoxia; y continúa siendo el principal centro monástico del Patriarcado Ecuménico, y es único en su género en todo el mundo cristiano. Por desgracia el número de monjes ha disminuido considerablemente, lo que ha hecho disminuir el vigor de la vida monástica en el lugar.

Durante los años del Despotado del Epiro, Meteora se convirtió en un célebre centro monastico. Se construyeron impresionantes monasterios sobre abruptos precipicios que vistos de lejos parecen nidos de águilas; y se labraron muchas pequeñas ermitas en la roca. Hasta hace unas pocas décadas, sólo se podía acceder a algunos de los monasterios mediante cabrestante y red. Sólo funcionan hoy en día cuatro de los veinticuatro monasterios de la región, con un pequeño número de monjes. Muchos monasterios permanecen y continúan funcionando a lo largo y ancho de Grecia, pero el número de monjes no cesa de decrecer. Desde el Este la vida monástica pasó al Oeste, ya en el s. IV. Floreció en la Edad Media, cuando se organizaron las principales órdenes monásticas. Su contribución a la cristianización y civilización de los pueblos de la Europa del norte fue muy importante. El monasticismo se transmitió también, junto al cristianismo, a los pueblos al norte de Grecia: a los eslavos, rumanos y otros pueblos. Célebres fueron los líderes rusos del monasticismo Antonio y Sergio. Los primeros ascetas de Rusia, los starsti, gozaron de gran renombre, e innumerables grupos de personas solicitaban su consejo.

Los ideales de la vida monástica

Cuando los primeros ascetas se retiraban del mundo al desierto buscaban alejarse de muchos bienes mundanos: matrimonio, riqueza, y actividad independiente. El celibato no admitía grados, sino que era absoluto. En la pobreza, sin embargo, hubo la modificación reseñada anteriormente en relación a la vida idiorrítmica. Pero incluso en este caso la pobreza se mantuvo en su esencia, pues la propiedad de los monjes idiorrítmicos jamás alcanzaba para llevar una vida de comodidad. Por último, la obediencia, ya sea a un abad o al padre espiritual del desierto, el abba, constituía una inquietud primordial para los monjes. El espíritu egoísta e independiente representaba el mundo secular, por ello debía ser eliminado por completo. Es decir el joven asceta debía renunciar a su mala voluntad por Dios en la persona de su padre espiritual, para transformarla en una buena voluntad. Este punto queda reflejado de modo pintoresco por una anécdota en la que un abba, deseando poner a prueba el progreso de su hijo espiritual, le preguntó si veía los cuernos – que no existían – de una bestia de carga que en ese momento pasaba; y contestó sin titubeos, “Sí, los veo, abba”.

La observancia de estas tres virtudes la asumían los novicios por medio de un juramento especial, durante el cual se les tonsuraba. La formulación de este voto coincidió con la fundación del sistema cenobítico, y la base escrituraria y doctrinal del monasticismo fue elaborada poco después. Sin ello, el monasticismo corría el peligro de desviarse en la dirección de los itinerantes mesalinianos. De este modo se logró el sometimiento del monasticismo a la Iglesia, y el encauzamiento de su poder en un sentido que fuera útil a la Iglesia. Este sometimiento fue confirmado por Justiniano e incorporado a las leyes (Nearai, 5,i.67,i).

Pero no son éstos tres los únicos vicios que costituyen una amenaza para la integridad moral de los ascetas. En la aretología posterior, otros vicios, juntos con los citados, constituyen los ocho pecados capitales: gula, fornicación, avaricia, ira, tristeza, abatimiento, vanidad y orgullo. Las pasiones correspondientes a estos pecados se deben amortiguar para alcanzar un estado de ausencia de pasión. El autoexamen y la autocensura, especialmente antes de acostarse, proporcionan al monje unas armas poderosas, cuando se dispone a enfrentarse a los demonios. Pero su arma principal es la oración – la oración continua e intensa. La vida entera de los monjes está dominada por este teorema con Dios; “la vida entera es un momento para orar” (Basilio, Discurso ascético, P.G, xxxi, 877).

La jornada de los monjes está dividida en tres periodos de ocho horas: uno para rezar, uno para descansar y otro para trabajar. El trabajo intenso persigue un triple objetivo: asegurar su sustento, ayudar a sus compañeros, y evitar los malos pensamientos que acechan la conciencia humana especialmente cuando se está ocioso. Los productos de la artesanía y del arte de los monjes han sido siempre de una calidad excepcional y por ello continúan estando muy solicitados, en particular sus pinturas y tallados. Del mismo modo, las obras de la literatura clásica cristiana se han conservado gracias a las copias realizadas en los talleres de los monasterios.

Las actividades filantrópicas de los monjes estaban relacionadas con su trabajo. Como ya hemos visto, esta devoción por las actividades benéficas fue promovida y sistematizada en primer lugar por Basilio el Grande. En la época posterior a él era inconcebible un monasterio que no dispusiera de espacio para huéspedes, de hospital ni de escuela. Podemos mencionar como ejemplo el caso del monasterio del Pantocrátor en Constantinopla, fundado en el s. XII, que disponía de hospital con médicos para hombres y para mujeres, y cuya organización recuerda la de los modernos hospitales. Estaba dividido en cuatro secciones: médica, quirúrgica, ginecológica y enfermería de ojos y oídos. Hoy en día aún se pueden apreciar reminiscencias de esta actividad filantrópica. Los beduinos que viven cerca del monasterio del Sinaí no hacen nunca su propio pan, sino que se les proporciona gratuitamente en el monasterio de Santa Catalina; y aquellos que visitan cualquier monasterio ortodoxo reciben hospitalidad gratuita. Los monjes que se dedicaban a trabajar, como hemos indicado con anterioridad, y compaginaban la lucha para liberarse de las pasiones con el servicio a los necesitados fueron llamados en los primeros tiempos activos (praktikoi). Pero además de la actividad, hay un estadio superior en la escala de la perfección monástica: la contemplación (theoria), el esfuerzo por la comunión directa con Dios. Esta diferenciación de las actividades de los monjes se encuentra ya en un poema de Gregorio el Teólogo:

” “Preferirás actividad o contemplación”
Contemplación es la ocupación de los perfectos,
Acción pertenece a los muchos.
Ambas son buenas y queridas;
Elige la que se ajuste a ti.”

El silencio ha sido una condición indispensable para el asceta en su búsqueda de la perfección. Por silencio se entiende paz interior y la relativa quietud exterior a través de la cual se eliminan las pasiones. Este estado fue llamado en el último periodo brillante de la teología mística bizantina “hesicasmo”.

El silencio estaba unido inseparablemente a la ascesis cristiana. Los esfuerzos de los primeros monjes en esta dirección adoptaron la forma de un silencio balbuceante y permanente cuando las circunstancias lo requerían. Se dice que el abba Poimen afirmó: “Quien habla por el amor de Dios actúa correctamente; y quien permanece en silenco por el amor de Dios actúa del mismo modo correctamente”. (Dichos de los Padres, 721). En cualquier caso, el elemento del silencio, si bien no predominara excesivamente en el pensamiento monástico, recibió más tarde un mayor énfasis debido a su conexión con la oración interior. Se consideró que la oración, como producto de la disposición del corazón, no necesitaba ser expresada oralmente, por cuanto que tal expresión, al producir estímulos externos, podría interrumpir la concentración sobre el objeto de la oración. De este surgió la oración interior y mental, que cristalizó en la breve oración de Jesús, repetida sin cesar.

Rodeados por el absoluto, por el silencio espiritual, los ojos espirituales de los monjes “contemplativos” se abren. Se hacen merecedores de visiones y disfrutan de experiencias espirituales difíciles de describir. Viven en un estado de iluminación continua de la visión de la luz, y de comunión con las cosas de la luz. La palabra “luz” y otros términos relacionados se encuentran en casi todas las páginas de las obras de Simeón Teólogo y de Gregorio Palamás. Esta luz es parte de Dios. Mediante una paradójica fusión de lo histórico y lo metahistórico, la experiencia de la deificación (theosis) se hace posible aquí y ahora. La luz que vieron los discípulos de Cristo en el Monte Tabor, la luz que los hesicastas ven hoy, y la calidad luminosa del mundo venidero, constituyen tres fases del mismo acontecimiento espiritual, fusionados en una realidad supratemporal.

La unilateral denominación de “contemplativos” ha contribuido a que se olvidara la faceta de misión social de la vida monástica en el este, en contraste con el desarrollo de los acontecimientos en el oeste. Pese a los repetidos intentos realizados, la reorganización de la vida monástica basado en los antiguos principios, en especial en la norma de Basilio el Grande, no llegó a cuajar, debido a que estos intentos estaban limitados en cuanto a objetivo e intensidad. Sin olvidarse de la “contemplación”, a la que tanto deben la devoción y la literatura religiosa, es necesario hacer hincapié una vez más en la actividad y fundar monasterios que promuevan los ideales cristianos dentro de la sociedad organizada de la humanidad.
Traducido del inglés al español por Joaquín Cortés Belenguer joaquincortesb@terra.es
Nota del Traductor: La citación bíblica ha sido extraida de la traducción al español por Nácar – Colunga “Sagrada Biblia” Biblioteca de Autores Cristianos. Cuarta Edición. ISBN: 84-220-0340-6.

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender, alumbrar e ilustrar el contexto:

ESPAÑA – Valencia- En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, fueron conducidos a Valentia el Obispo de Cesaraugusta (Zaragoza) Valero y su diácono Vicente, que sufrió en esta ciudad un martirio tan admirable que fue conocido y celebrado en toda la cristiandad. Los himnos de Aurelio Prudencio, las homilías de san Agustín y los relatos de la pasión de san Vicente hicieron de éste uno de los mártires más populares de la Iglesia latina.

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Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de manifestación de la fe. Comenzaron a aparecer majestuosas basílicas, en las que se asumían los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su vez a las exigencias del nuevo culto. ¿Cómo no recordar, al menos, las antiguas Basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán, construidas por cuenta del mismo Constantino, o ese esplendor del arte bizantino, la Haghia Sophia de Constantinopla, querida por Justiniano?
Mientras la arquitectura diseñaba el espacio sagrado, la necesidad de contemplar el misterio y de proponerlo de forma inmediata a los sencillos suscitó progresivamente las primeras manifestaciones de la pintura y la escultura. Surgían al mismo tiempo los rudimentos de un arte de la palabra y del sonido. Y, mientras Agustín incluía entre los numerosos temas de su producción un De musica, Hilario, Ambrosio, Prudencio, Efrén el Sirio, Gregorio Nacianceo y Paulino de Nola, por citar sólo algunos nombres, se hacían promotores de una poesía cristiana, que con frecuencia alcanzaba un alto valor no sólo teológico, sino también literario. Su programa poético valoraba las formas heredadas de los clásicos, pero se inspiraba en la savia pura del Evangelio, como sentenciaba con acierto el santo poeta de Nola: « Nuestro único arte es la fe y Cristo nuestro canto ».(12) Por su parte, Gregorio Magno, con la compilación del Antiphonarium, ponía poco después las bases para el desarrollo orgánico de una música sagrada tan original que de él ha tomado su nombre. Con sus inspiradas modulaciones el Canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo « bello » se conjugaba así con lo « verdadero », para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno.

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender, alumbrar e ilustrar el contexto:

Actualizado 1 octubre 2012
Las abejas en el Pregón pascual
Las abejas, ¿qué hacen en el Pregón pascual?

Sí, es que están las abejas laboriosas mencionadas en el canto del pregón pascual, aunque algunas versiones cantadas omiten dicho párrafo.

“En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.

Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

¡Que noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!”

Es simpático el párrafo, y es antiguo. La cera pura la ha elaborado la abeja laboriosa, símbolo de la virginidad, y son recordadas en el pregón pascual.

Así lo canta el Praeconium paschale o Laus cerei (: Alabaza del cirio):

Se inspira su mención en las Geórgicas del poeta latino Virgilio y a san Jerónimo jamás le hizo gracia tanta poesía y además cantada por un diácono (Carta al diácono Praesidius, año 378; PL 30, 188). San Jerónimo piensa que es una frivolidad hablar de “prados, abejas y flores” y es una frivolidad el uso de un canto pascual ejecutado por un diácono.

En esa carta lamenta que los textos que corren y se difunden se parecen más a la literatura pagana, “virgiliana”, que a la bíblica; protesta ya que en la Biblia no hay alabanzas a los cirios ni a las abejas y burlándose, le dice al diácono que no está dispuesto a componer un pregón pascual por sus ruegos, que sea el mismo diácono el que lo haga, como las abejas, seleccionando los mejores textos… Le repugna a san Jerónimo tanta composición literaria y poética que se aparta del lenguaje bíblico, aunque más que apartarse tendría que haber visto que modulaba con nuevos tonos y formas lo ya contenido. A él le parecía demasiada euforia. Tengo el texto latino (Schmidt, Hebdomada sancta, II, pp. 629ss) pero no una traducción a mano de esa epístola para ofrecerla aquí.

Nuestro pregón pascual, con sus alusiones a la abeja y la belleza de la cera ofrecida en forma de cirio, tiene precedentes o al menos textos paralelos.

En la oración “Deus mundi conditor” del Gelasiano, por tanto con influencias carolingias, hallamos este elogio bellísimo:

“Al comenzar admirados la fiesta de la luz,
es necesario que alabemos el origen de las abejas.
Las abejas, en efecto, se abastecen de hierbas,
aunque para procrear se comportan de manera castísima;
construyen sus celdas fundiendo el licor de la cera,
a cuyo arte no iguala maestría humana alguna.
Liban las flores con los pies,
pero no causan ningún daño a las flores.
No provocan el parto,
sino que, libando con la boca,
convierten los fetos concebidos en enjambre,
siguiendo el ejemplo admirable de Cristo
que procede de la boca del Padre”.

Otro ejemplo más, en los sacramentarios galicanos:

“¡Oh abeja verdaderamente admirable y dichosa!
Cuyo sexo no lo violan los machos,
ni golpean éstos al feto,
ni los hijos mancillan la castidad;
del mismo modo que santa María concibió siendo virgen,
parió sin dejar de ser virgen,
y permaneció siempre virgen”.

O una “Laus cerei” beneventana, del siglo VI:

“Las abejas conciben por la boca y paren por la boca;
copulan a través de un casto cuerpo
y no movidas por un repugnante deseo;
finalmente, guardando la virginidad,
paren muchos hijos y disfrutan de la prole;
se llaman madres,
permanecen inmaculadas;
paren hijos pero no conocen a los varones.
Usan a la flor como pareja,
hacen de la flor su linaje,
con la flor construyen las casas,
con la flor acumulan riquezas,
gracias a la flor producen la cera.

¡Oh qué admirable el ardor de las abejas!
Para realizar una obra común
contribuye una muchedumbre pacífica;
para una pluralidad de trabajadores
se obtiene un producto único.
¡Oh qué capacidad tan invisible…!
¡Oh destellos de la virginidad…!
Despojan a las flores de la piel
y la mordedura no deja cicatriz alguna.
Pero entre todo lo que creemos, proclamamos la gracia de este cirio”.

La abeja, su laboriosidad, y el modo de su fecundidad, se adapta bien para entender la virginidad de María y la pureza santísima de Jesucristo. El cirio pascual es el gran signo que concentra esos significados.

Volvamos a nuestro actual Pregón pascual y recordemos su texto:

en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.

Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

Benedicto XVI ha aludido a esta mención de las abejas en su homilía pascual. ¡Qué no diría san Jerónimo viendo a Pedro alabar algo así! En la homilía del Papa, era la laboriosidad de las abejas, imagen eclesial de un trabajo constante y constructor:

“El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo” (Hom. en la Vigilia pascual,2012).