EL CUERPO DEBE OBEDECER A ALGO SUPERIOR.-
“Me doy cuenta de que usted todavía conserva alguna sensación de su cuerpo. Eso requiere mayor desarrollo”, me dijo la señora de Salzmann, en las que prácticamente fueron sus primeras palabras para mí luego de mi llegada a Francia desde la India.
Con frecuencia había hecho comentarios sobre la sensibilidad de mi cuerpo. Esto me desconcierta, especialmente porque me doy cuenta de mi torpeza en los Movimientos. ¿Qué es lo que ella quiere decir? Gradualmente me interesé en comprender aquello a lo que ella se refería, en vez de ceder a la satisfacción del ego, o a ese leve rubor que se produce al sentirse complacido con lo que uno cree que es un elogio. Lentamente comprendí que lo que ella quería decir por “sensación del cuerpo” es una sutil combinación de atención interior, una cierta calidad de respiración y un cuerpo relajado. Tengo la impresión de que su observación ho tiene mucho que ver conmigo personalmente. Es más probable que se trate de una observación acerca de mis antecedentes étnicos y culturales. En cualquier caso, lo que quiera que sea esta sensación del cuerpo, es algo que necesita desarrollarse más, como ella dijo…
Le pregunté cómo podía cultivar más esto. Sonrió como si hubiera estado esperando mi pregunta, y dijo: “no se trata de algo que usted hace o logra. El ego siempre está allí. Uno necesita ver. Ver la necesidad de ver lo que soy; esto es lo más importante”. La señora de Salzmann me contó que había sido operada de uno de sus ojos en Nueva York. Dijo. “Ahora puedo ver mucho mejor. Regresé de los Estados Unidos la semana pasada. Veo que todos han envejecido mucho. Usted es el único que no se pone viejo”. Yo acababa de llegar de una estadía de dos meses y medio en la India. Me sentía muy agotado físicamente. Pero no tuve tiempo para cavilaciones cuando, cambiando el tono, me dijo: “Lo más importante es la atención consciente, cada vez más fina, cada vez más fuerte”. Luego me condujo, como llevado de la mano, hacia una atención más interiorizada. Tuve tal sensación de conexión, de misterio y de profundidad, que los ojos se me llenaron de lágrimas…
Me senté allí, con los ojos cerrados casi todo el tiempo, y ella se sentó también sin dejar de mirarme. Luego advertí que estaba recordando que la última vez que había sentido esta intensidad de conexión interior había sido durante una reunión con ella tres meses antes en Nueva York, donde había ido a verla previo a mi viaje a la India.
Ella dijo: “La cabeza es fuerte. En el momento que entra se pierde la conexión. Ella comienza a pensar y a comentar”. Estaba claro que ese momento había terminado. “Llámeme si desea algo: ir a clases de Movimientos, a grupos o a sittings de meditación”. Le dije que haría lo que ella me sugiriera. Con demasiada frecuencia soy yo quien decido lo que necesito. No sé lo que necesito. Tengo ideas, opiniones y una especie de avidez por las clases de Movimientos y los sittings. Pero no sé lo que es realmente útil para mí. Ella sonrió y dijo que consideraría lo que podría serme útil y que me telefonearía más tarde, ese mismo día. No sé cómo alguien puede ser tan generoso, compasivo y afectuoso como la señora de Salzmann…
Reflexioné sobre mis anteriores visitas a París y mis reuniones con la señora de Salzmann. A menudo me había dado cuenta, generalmente después del fin de mi estadía, de lo poco que escucho. Realmente no escucho ni veo nada que sea radicalmente diferente de mis propias ideas y expectativas. Estoy tan lleno de mí mismo, y tan convencido de que sé lo que es correcto, que incluso cuando pregunto sobre algo, en el fondo estoy realmente diciéndome cómo es, o cómo debería ser. Antes de ir a verla esta vez me había dicho a mí mismo -como lo hago ahora e intento hacerlo cada día mientras estoy en París para que termine de implantarse en mi alma- que no estoy aquí para enseñar o para discutir o para criticar y quejarme. Estoy aquí para aprender. Tengo que recordar esto todo el tiempo…
Cuando llegué a Canadá por primera vez como inmigrante, alguien, involuntariamente, me dio una buena lección al manifestarme: “Si no le gusta esto aquí, ¿por qué no regresa al lugar de donde vino?”. Supongo que soy una especie de inmigrante temporal en París, y que si no me gusta esto aquí debería volver al lugar de donde vine. Si ya sé, no necesito estar aquí. Si no sé, necesito recordar este hecho y permitir que algo nuevo y fresco penetre en mí. La señora de Salzmann me llamó por teléfono más tarde ese mismo día y me hizo sugerencias respecto a las reuniones de grupo, los sittings de meditación y las clases de Movimientos. En efecto, quería que participara en las reuniones y clases con todos los responsables e instructores más antiguos. Luego me dijo: “Llámeme por teléfono si necesita algo”. Me di cuenta de que en la lista de reuniones que ella había preparado había sólo una reunión de grupo con ella por semana. Mi decisión de ser esencialmente un receptor y no hacer pedidos de acuerdo a mis ideas ya estaba en tela de juicio. Le dije que quería tener más reuniones con ella, si tenía tiempo. Sin vacilar me dijo: “Sí, está bien. Llámeme todos los días en la mañana para ver si podemos reunirnos ese día. Y venga mañana a las diez”. Está claro que no puedo avanzar simplemente sometiéndome y haciéndome pasivo. Se necesita una iniciativa continua. Sin embargo, es necesario dejar suficiente espacio para algo que no se haya pedido ni esperado…
La señora de Salzmann estuvo particularmente intensa en la reunión de grupo de anoche. Se sentó como un halcón y un tigre combinados, recordándome algunos rostros notables que había visto en retratos de jefes indígenas norteamericanos del siglo XIX. De repente me preguntó en francés si yo comprendía. Dije: Oui, madame. Me pidió, de nuevo en francés, que describiera en detalle lo que para mí significa trabajar. “Qu’est-ce que vous faltes?” (“¿Qué hace usted?”) Fue una impresión fuerte. Hablé en inglés, y ella respondió en inglés. Súbitamente el sentimiento era diferente. Como si el círculo encantado de idioma, sonido y significado, se hubiera roto. El inglés sonaba chato. Pregunté algo que había preguntado antes y que aún no me resulta claro: que en mi caso el problema parece ser menos con el cuerpo y más con el pensamiento asociativo. Ella dijo, en efecto, que la atención de uno vaga por pensamientos asociativos, y que no establece una conexión con el cuerpo porque el cuerpo está lleno de tensiones. El cuerpo necesita estar perfectamente alerta y perfectamente relajado. Como dice muy a menudo: “Cualquier tensión en cualquier parte basta para romper la conexión”. “El cuerpo necesita ser disciplinado -castigado o premiadono torturado. Debe aprender a obedecer a algo más alto. El cuerpo necesita estar disponible”…
“Sin trabajar, la vida de uno no significa nada. Sin una conexión con otro nivel de energía, el trabajo no significa nada. Si uno no tiene esta conexión, uno no es nada”. Cuanto más intensamente hablaba ella, más claramente me veía yo en el espejo de mi conciencia: lleno de vanidad, pereza y hábitos. Sin embargo, era difícil mantener la intensidad requerida para permanecer allí..
Pronto mi mente se puso a pensar en ayer y en mañana. Tuve un sentimiento tan fuerte en la reunión que me pareció que sería imperdonable si mis hijos no tuvieran nunca la oportunidad de conocerla. Decidí pedirle una cita después de la reunión para poder llevarlos a conocerla, sólo para que pudieran estar con ella, en darshana. La señora de Salzmann se siente obviamente responsable por la gente con la que trabaja. Al expresar la extrema urgencia y la necesidad de trabajar, ella quiere que trabajemos al menos dos, quizá tres veces al día. Después de la reunión me dijo que iría a Londres en unos dos días. “Usted puede venir a Londres conmigo si lo desea…
Pero es mejor para usted que se quede aquí y trabaje en los Movimientos y en los grupos”. Como en ocasiones previas cuando había ido a Londres, añadió: “Puede llamarme a Londres si es necesario”. Me había dado algunos ejercicios para trabajar, y quería mantener su supervisión, incluso desde lejos. Después de su regreso de Inglaterra, la señora de Salzmann me pidió que le informara lo que había descubierto a través de los ejercicios que me había dado. Describí mis esfuerzos para resistir una limitación física durante los sittings. Una vez que logro superar esto, sucede algo interesante, y se repite. Mis piernas reciben otra inyección de energía o sensación, y después de un sitting largo puedo simplemente levantarme y caminar. Se interesó en el hecho de que me diera cuenta de que todo está en el cuerpo y de que se necesitan esfuerzos para llegar a un estado de no esfuerzo. Se requiere disciplina en el nivel en que uno se encuentra para percibir y recibir un movimiento espontáneo de energía de otro nivel. La señora de Salzmann me hizo muchas preguntas, y comentó: “El cuerpo debe obedecer a algo superior; de otro modo no tiene ningún propósito. No puede servir sólo a sí mismo”.