Un viaje por el mundo interior
Una aventura espiritual
Kathryn Hulme
Necesito un Almanaque Mundial, para descubrir ahora, que más ocurrió durante los últimos meses de 1935 y todo el 1936, además de nuestros encuentros con Gurdijeff. La sociedad del oeste estaba en una visible disolución, cada titular era ominoso. El bombardeo fascista de una unidad de la Cruz Roja Suiza en Etiopia, la reocupación Nazi de las Tierras del Rhin, la abrupta dimisión del gabinete de Pierre Laval, de noventa y nueve veces que cayó en sesenta y cinco años de la tercera República Francesa. Yo sé que debo haber leído cada día una de estas amenazantes noticias, pero no recuerdo haber reaccionado a nada que pasase fuera del círculo mágico de nuestro grupo, donde Gurdijeff nos preparaba para otra clase de guerra. Él mismo rara vez hablaba de los asunto del mundo exterior.
No es relevante para estas memorias personales (ni estarían dentro de mi competencia) describir los ejercicios de Gurdijeff para los principiantes. Yo creo que cualquiera que haya luchado para terminar con la carrera mecánica de la mente a través de una noche somnolienta, o que haya tratado de rezar por lo menos por medio minuto sin tener asociaciones que arrastran la atención, han tenido el sabor, aunque sea pequeño, de la clase de autodisciplina en la cual él nos iniciaba. Eran básicamente “ejercicios espirituales” que apuntaban a ayudarnos a construir una energía interior.
Sus admoniciones finales me tocaron muy profundamente. Me dijo…”Sea tan simple como un monje”, un monje al que le han dado una tarea. Haga este ejercicio con fe no con el conocimiento…”entonces se tocó la frente y luego la dejó caer hacia el plexo solar “No sabiendo…pero asegurándose. No con la mente, sino con el sentimiento.”
Al principio de enero del 1936, condujo a cuatro mujeres, miembros de nuestro grupo juntas-la srita Gordon, Solita, Wendy y a mi misma ( cuatro de los mas contrastantes tipos que se pudieran elegir de todo Paris en aquellos excéntricos treintas)- y formó con nosotras un grupo especial de trabajo, de soporte mutuo. De acuerdo a esto nos explicó: nosotras haríamos un viaje bajo su vigilancia, “un viaje hacia el mundo interior” y al igual que al escalar una alta montaña estaríamos atadas una con otra para seguridad, donde cada una debía pensar en las otras que estaban en la misma soga, todas para una y una para todas. Nosotras a la brevedad nos ayudaríamos la una a la otra “así como una mano lava a la otra”, cada una de acuerdo a sus conocimientos y habilidades. Ciertamente solo el duro trabajo sobre nosotras mismas, nos llevaría allí donde él quería que fuésemos, y no según nuestro deseo.
“Para desear y hacer”, él dijo, el hombre está hecho en dos partes separadas y así es la ley que concierne al trabajo de estas partes de modo que cuanto más desea hacer con una parte menos puede hacer con la otra- inclusive en una lucha constante. En una persona joven la Naturaleza puede ayudar en el esfuerzo de hacer y así, esa persona, no se esforzaría tanto como una persona en edad responsable. Después de cierta edad este esfuerzo se hace muy dificultoso, a veces imposible…”.
Él observó al cuarteto que había atado metafóricamente con una soga- un Canario, un Cocodrilo, una Delgada y una Solterona Inglesa quien siempre llevaba su sombrero puesto. Nosotras llamamos, entre nosotras mismas a este extraño cuarteto como “La Soga”.
Yo creo, que nosotras sabíamos desde el primer día lo que este lazo pretendía. Era una soga que guiada por la mano del maestro, podríamos nosotras con dificultad salir de las cuevas del ser ilusorio donde habitábamos. Por otro lado podía ser una soga que con palabras vanas y pereza nos colgaría a nosotras mismas.
En el departamento de Gurdijeff, con todas sus cortinas cerradas (como siempre se mantenían, por alguna razón que desconocíamos) y solamente un salón tenía su lámpara encendida iluminando, la manta que cubría el diván, en esa habitación nosotras nos sentíamos como en un extraño lugar donde no era ni la noche ni el día, un ambiente totalmente disociado del mundo más allá de las ventanas cerradas.
Siempre llegábamos puntualmente, dejábamos los abrigos en el camino, nos ubicábamos en un pequeño salón y leíamos su manuscrito mientras él nos interrogaba por separado, en otra habitación, sobre nuestro progreso con los ejercicios. Mis reportes a menudo caían bajo su comprensiva mirada donde leía mi estado de disgusto personal, mientras yo buscaba palabras cortas, simples y verdaderas para describir mi experiencia. En una ocasión luego de una confesión particularmente estéril, él asintiendo con la cabeza me dijo, “ no es fácil, cocodrilo,… lo que deseamos hacer.”
Que deseamos hacer… que usara ese plural me atravesó como una espina. Es como si dijera que también estaba atado a nuestra soga, conduciéndonos como a niños escalón por escalón hacia una conciencia más alta que él poseía a un grado que ni siquiera mis ojos podía percibir. Y fue ese “nosotros” una gentileza calculada hacia nosotras en el comienzo, para ayudarnos en los primeros rudimentos para separarnos de nuestro mundo mecánico, el único que habitábamos o el único que conocíamos?
Otro día él usó el plural para contarnos un problema que le concernía. Estábamos advertidas de que a menudo sus comentarios jocosos nos elevaban hacia otro nivel de entendimiento y escuchando su relato – un trato sobre la compra de un auto, tan único que pensó que necesitaría ayuda para llevarlo a cabo. Nos preguntó si alguna de nosotras tenía un santo en especial a quien él pudiera prender una vela, mirando en primer lugar a la srita, Gordon. Ella nombró un santo que garantizaba respuestas, pero el maestro sacudió la cabeza. Sabía todo con respecto a él. “No, dijo, debe ser un santo que pudiera ser indulgente con uno de nosotros”. Uno de nosotros en el Trabajo…tu, yo…Canario, Delgada…sus ojos escudriñaban nuestras caras impávidas, entonces se encogió de hombros.
“Si ustedes no pueden proponerme uno” dijo. Entonces tendré que elegir mi propio santo- San Jorge. Pero es un santo muy costoso. No está interesado en dinero ni en ofrendas como las velas. Como ofrenda él pide sufrimiento, algo del mundo interior. Siempre sabe si estoy haciendo algo para mi mundo interior. Pero…ese tipo de sufrimiento es costoso…”
En esa ocasión no hubo necesidad de una reunión posterior para discutirlo, habíamos entendido perfectamente lo que significaba. Lo sabíamos por nuestras propias experiencias. El costo de nuestro ego y vanidad al descubrir nuestro vacío interior que parecía a veces insoportable, incluso con ese autodescubrimiento, como ocurrió, solo por breves momentos y solamente después de intensos esfuerzos con los ejercicios. Luces brillantes y cegadoras como relámpagos que te dejan temblando después en la oscuridad, agradecidas de que terminasen.
Yo creo que Gurdijeff, además de su propia facultad para acumular fuerza conscientemente, muchas veces nos debe de haber alimentado con una fuerza que nos ayudara a sostenernos en nuestros primeros intentos. Encontrar “el Mundo Interior del hombre” fue el principal objetivo que nos hizo desear con apasionada intensidad.
Una vez nos lo planteó de esta manera: “El hombre tiene tres mundos._ Uno el mundo exterior, mundo de impresiones, de que todo ocurre fuera de nosotros; Dos_ el mundo interior sobre el funcionamiento de todos nuestros órganos, la totalidad del funcionamiento orgánico y Tres_ el Alma, esto es…el mundo del Alma que fue llamado por los antiguos el Mundo del Hombre. El hombre posee tres mundos…”( El brillo de sus ojos parecía decir, y usted puede elegir en cual quiere vivir)”. “Este es un ejercicio para el mundo interior del hombre, el mundo del Alma”.
Unas semanas más tarde, en lo que parecía una asociación al pasar, que surgió de un tema totalmente diferente, Gurdijeff se refirió nuevamente a mi negativa de fumar. El había conducido hasta ROUEN ese día, haciendo un viaje redondo de ciento sesenta y ocho millas en su acostumbrado tiempo record. Había vuelto al Café de la Paix a las siete y quince de esa tarde donde la Soga lo estaba esperando. El arribó al banquete con calma y comenzó a hablar “rosas, rosas…”como se sentía. Había concluido una exitosa transacción de negocios que sacaba por una semana cierto cálculo financiero. Entonces nos dijo, en lugar de rosas, rosas…”. Ustedes pronto serán “espinas, espinas…”. Pero las espinas en nuestro mundo exterior eran buenas, porque significaba que habría rosas en nuestro mundo interior.
“Es ley” dijo. “Para una insatisfacción , siempre debe de haber una satisfacción” En este café el nos preguntó que pensábamos a cerca de que él tendría_ rosas en su mundo interior, o en el exterior, entonces decidió que había planteado también una pregunta complicada. “Es mejor que las diga una cosa”, dijo. “Esto las hará ricas de por vida…” Y levantó su dedo índice en actitud de enseñanza.
Existen dos luchas_ el mundo interior lucha y el mundo exterior lucha, pero nunca éstas se ponen en contacto para dar conocimiento al tercer mundo. Ni siquiera Dios nos da esta posibilidad para contactar las luchas en el mundo exterior y en el interior, ni siquiera tu heredad. Solo una cosa_ tu puedes hacer un contacto intencional entre esas dos luchas; solo así podrás dar conocimiento para el tercer Mundo del Hombre, también llamado Mundo del Alma. Entienden?
En Noviembre 17 comenzamos una tercera serie de ejercicios guiadas por el maestro. Este nuevo trabajo era complejo y requería sostener la atención interna más allá de lo intentado anteriomente. La clase de “esfuerzos propios” que habíamos sobrellevado, nos dijo, se llamaban “golpes a sí mismo” por los adeptos a una vieja orden monástica que había visitado en los días de su búsqueda. Estos “golpes a sí mismo” describían perfectamente nuestros recalcitrantes esfuerzos para dominarnos a nosotros mismos. No había ningún sentimiento de masoquismo, como parecieran implicar. Por el contrario había una satisfacción interior profunda que ninguna de nosotras había conocido- la “perla ganada” como lo decía Gurdijeff, que yacía en el centro de nuestro ser después de una sesión de trabajo. Un trabajo sobre sí mismo que va más allá de uno mismo.
Gurdijeff nos hizo hacer la promesa de decir antes de comenzar cada ejercicio- que no usaríamos esto para nosotros mismos, sino para toda la humanidad. Este voto de “buen deseo para todos”, tan profundamente movilizador, tuvo un tremendo efecto en mí. Por primera vez en mi vida, sentí que realmente estaba haciendo algo para la humanidad y lo tomé como propio para perfeccionarlo dentro de mí. El significado de este Trabajo, que en un principio me había parecido egoísta y centrado en uno mismo, repentinamente floreció como un árbol de la vida acompañando en sus múltiples ramas a toda la familia humana. Sus implicancias se tambaleaban. Por mis esfuerzos personales para Ser, yo podía ayudar a la humanidad dormida un aliento más cerca de Dios. Yo creía en esto. Decía la plegaria antes de comenzar cada ejercicio, creyendo hacer algo para mi mundo interior, deseando hacerlo “para toda la humanidad”. Fue mi primera experiencia del Cuerpo Místico de Cristo, sobre el cual no sabía nada hasta ese momento, pero encontraría muchos años después un concepto familiar siempre amortajado en su inmenso misterio.