CHARLAS CON GURDJIEFF

CHARLAS CON G.I.GURDJIEFF

Más o menos por esta misma época tuvimos una conversación sobre el sol, los planetas y la
luna. Aunque me impresionó vivamente, he olvidado cómo comenzó. Pero me acuerdo que
habiendo dibujado G. un pequeño diagrama, trataba de explicarme lo que él llamaba la
“correlación de las fuerzas en los diferentes mundos”. Esto se refería a lo que había dicho
anteriormente de las influencias que actúan sobre la humanidad. La idea, a grosso modo, era
la siguiente: la humanidad, o más exactamente, la vida orgánica sobre la tierra, está sometida
a influencias simultáneas, provenientes de fuentes variadas y de mundos diversos: influencias
de los planetas, influencias de la luna, influencias del sol, influencias de las estrellas. Ellas
actúan todas al mismo tiempo, pero con el predominio de una u otra según el momento. Para
el hombre existe cierta posibilidad de elegir influencias; dicho de otra manera, pasar de una
influencia a otra.
—El explicar cómo, requeriría un desarrollo demasiado largo, dijo G. En otra ocasión
hablaremos de esto. Por el momento quisiera que comprendiera lo siguiente: es imposible
liberarse de una influencia sin someterse a otra. Toda la dificultad, todo el trabajo sobre sí,
consiste en elegir la influencia a la que usted se quiere someter, y en caer realmente bajo esta
in-fluencia. Con este fin, es indispensable que usted sepa prever la influencia que le será más
provechosa.”
Lo que me había interesado en esta conversación era que G. había hablado de los planetas y
de la luna como de seres vivientes, que tienen una edad definida, un período de vida
igualmente definido y posibilidades de desarrollo y de transición a otros planos de ser. De sus
palabras resultaba que la luna no era un “planeta muerto”, como se admite generalmente, sino
por el contrario era un “planeta en estado naciente”, un planeta en su primerísimo estado de
desarrollo, que no había alcanzado aún el “grado de inteligencia que posee la tierra”, para
usar sus propios términos.
—La luna crece y se desarrolla, dijo G., y quizá, algún día, llegará al mismo grado de
desarrollo que la tierra. Entonces, cerca de ella aparecerá una nueva luna y la tierra devendrá
para ambas su sol. Hubo un tiempo en que el sol era como es hoy la tierra, y la tierra, como la
luna actual. En tiempos más lejanos aún, el sol era una luna.”
Esto atrajo inmediatamente mi atención. Nunca me había parecido nada más artificial, más
sospechoso, más dogmático, que todas las teorías habituales sobre el origen de los planetas y
de los sistemas solares, comenzando por la de Kant-Laplace hasta las más recientes, con todos
sus cambios y añadiduras. El “gran público” considera estas teorías, o por lo menos la última
que ha conocido, como científicamente comprobadas. Pero en realidad nada es menos
científico, nada está menos comprobado. Por lo tanto el hecho de que el sistema de G. admitía
una teoría totalmente diferente, una teoría orgánica originada en principios enteramente
nuevos y revelando un orden universal diferente, me pareció sumamente interesante e
importante.
—¿Cuál es la relación entre la inteligencia de la tierra y la del sol? le pregunté.
—La inteligencia del sol es divina, respondió G. No obstante, la tierra puede llegar a la misma
altura; pero naturalmente en esto no hay nada seguro: la tierra puede morir sin haber llegado a
nada.
—¿De qué depende esto?” La respuesta de G. fue sumamente vaga.
—Hay un periodo definido, dijo, durante el cual pueden realizarse ciertas cosas. Si al final del
tiempo prescrito lo debido no ha sido hecho, entonces la tierra puede perecer sin haber llegado
al grado que hubiera podido alcanzar.
—¿Se conoce este plazo?
—Sí, se conoce, dijo G., pero la gente no ganaría nada con saberlo. Esto sería aún peor.
Algunos lo creerían, otros no, y aun otros pedirían pruebas. Luego comenzarían a romperse la
cabeza. Siempre todo termina así entre la gente.”
Por la misma época, en Moscú tuvimos varias conversaciones interesantes sobre el arte.
Guardaban relación con el relato que había sido leído la primera noche que vi a G.
—Por el momento, dijo él, usted no comprende todavía que los hombres pueden pertenecer a
niveles muy diferentes, sin tener el menor asomo de diferencia. Así como hay diferentes
niveles de arte, también hay diferentes niveles de hombres. Pero hoy usted no ve que la
diferencia entre estos niveles es mucho más grande de lo que supone. Usted coloca todo sobre
un mismo plano, yuxtapone las cosas más diferentes, y se imagina que los diferentes niveles
le son accesibles.
“Todo lo que usted llama arte no es sino reproducción mecánica, imitación de la naturaleza —
cuando no es de otros «artistas» —, simple fantasía, hasta ensayos de originalidad: todo esto
no es arte para mí. El arte verdadero es completamente distinto. En ciertas obras de arte, en
particular en las obras más antiguas, uno queda fuertemente impresionado por muchas cosas
que no se pueden explicar, y que no se encuentran en las obras de arte modernas. Pero como
uno no comprende cuál es la diferencia, la olvida muy rápido y continúa englobando, o todo
bajo la misma etiqueta. Y sin embargo, la diferencia entre su arte y el arte del que yo hablo es
enorme. En su arte, todo es subjetivo —la percepción que tiene el artista de tal o cual
sensación, las formas en las cuales trata de expresarla, y la percepción que tienen los demás
de estas formas. Frente al mismo fenómeno, un artista puede sentir de cierta manera y otro
artista de manera muy diferente. La misma puesta de sol puede provocar una sensación de
alegría en uno, y de tristeza en el otro. Y pueden tratar de expresar la misma percepción por
medio de métodos o formas sin relación entre sí; o bien, percepciones muy diversas bajo una
misma forma — de acuerdo a la enseñanza que han recibido o en oposición a ella. Los
espectadores, los oyentes o los lectores percibirán, no lo que el artista quiso comunicarles, ni
lo que él sintió, sino lo que las formas en que expresó sus sensaciones, les harán experimentar
por asociación. Todo es subjetivo y todo es accidental, es decir, basado en asociaciones — las
impresiones accidentales del artista, su «creación» (acentuó la palabra “creación”) y las
percepciones de los espectadores, de los oyentes, o de los lectores.
“Por el contrario, en el arte verdadero no hay nada accidental. Todo es matemático. Todo
puede ser calculado y previsto de antemano. El artista sabe y comprende el mensaje que
quiere transmitir y su obra no puede producir cierta impresión en un hombre y otra totalmente
diferente en otro; naturalmente, que a condición de tomar personas de un mismo nivel. Su
obra producirá siempre, con certeza matemática, la misma impresión.
“Sin embargo, la misma obra de arte producirá efectos diferentes en hombres de diferentes
niveles. Y jamás los de un nivel inferior sacarán tanto de ella como los de un nivel más
elevado. Este es el arte verdadero, objetivo. Tome por ejemplo una obra científica, un libro de
astronomía o de química. No puede ser comprendido de dos maneras: todo lector
suficientemente preparado comprenderá lo que el autor ha querido decir y lo comprenderá
precisamente en la forma en que al autor ha querido ser comprendido. Una obra de arte
objetivo es exactamente similar a uno de estos libros, con la única diferencia de que ésta se
dirige a la emoción del hombre y no a su cabeza.
—¿Existen en nuestros días obras de arte de este género? pregunté.
—Naturalmente que existen, respondió G. Una de ellas es la gran Esfinge de Egipto, lo
mismo que ciertas obras arquitectónicas conocidas, ciertas estatuas de dioses y aún muchas
otras cosas. Ciertas figuras de dioses o de héroes mitológicos pueden leerse como libros, no
con el pensamiento, lo repito, sino con la emoción, siempre que ésta se halle suficientemente
desarrollada. Durante nuestros viajes por el Asia Central, encontramos en el desierto, al pie
del Hindu Kush, una curiosa escultura que de primera intención creímos representaba a un
antiguo dios o a un demonio. Al principio no nos dio sino una impresión de extrañeza. Pero
muy pronto comenzamos a sentir el contenido de esta figura: era un gran y complejo sistema
cosmológico. Poco a poco, paso a paso, fuimos descifrando este sistema: estaba inscrito en su
cuerpo, en sus piernas, en sus brazos, en su cabeza, en su cara, en sus ojos, en sus orejas y por
todas partes. Nada había sido dejado al azar en esta estatua, nada estaba desprovisto de
significación. Gradualmente, se aclaró para nosotros la intención de los hombres que la habían
erigido. A partir de este momento pudimos sentir sus pensamientos, sus sentimientos. Entre
nosotros algunos creían ver sus caras y oír sus voces. En todo caso, habíamos captado el
sentido de lo que querían transmitirnos a través de miles de años, y no sólo este sentido sino
todos los sentimientos y emociones conectados con él. Esto sí que era verdadero arte.”