—¿Cómo se puede reconocer a las personas capaces de venir al trabajo? preguntó uno de nosotros.
—Cómo se les puede reconocer, dijo Gurdjieff, eso es otro asunto. Para ser capaz de hacerlo, es necesario «ser», hasta cierto punto. Hablaremos de esto en otra oportunidad. Ahora, hay que establecer qué clase de gente puede venir al trabajo y qué clase no puede.
En primer lugar, deben ustedes comprender que se debe tener cierta preparación, cierto bagaje. Es necesario saber en general todo lo que es posible saber por los medios ordinarios sobre la idea de esoterismo, sobre la idea del conocimiento escondido, sobre las posibilidades de una evolución interior del hombre, y así sucesivamente. Quiero decir que tales ideas no deben correr el riesgo de parecer algo enteramente nuevo. De otro modo sería difícil hablar.
También puede ser bueno haber recibido una formación científica y filosófica. Puede ser útil también un conocimiento religioso bien basado. Pero el que se apega a una forma religiosa particular sin comprender su esencia, encontrará grandes dificultades. En general, cuando un hombre no sabe casi nada, cuando ha leído poco y pensado poco, es difícil hablar con él. Sin embargo, si tiene una buena “esencia” hay otro camino para él — se puede prescindir de toda conversación; pero en este caso, él debe ser obediente, deberá renunciar a su propia voluntad.
En todo caso, de una manera u otra, tendrá que llegar a ello, pues esto es una regla general que vale para todos. Para acercarse a esta enseñanza en forma seria, es necesario haber estado anteriormente “desilusionado”, es necesario haber perdido toda confianza, ante todo en lo que ve de sí mismo, es decir en sus propias posibilidades, y por otra parte en todos los caminos conocidos.
Un hombre no puede sentir lo más valioso de nuestras ideas, si no ha sido desilusionado por todo lo que hacía y todo lo que buscaba. Si era un hombre de ciencia, es necesario que la ciencia lo haya desilusionado. Si era devoto, es necesario que la religión lo haya desilusionado. Si era político, es necesario que la política lo haya desilusionado. Si era filósofo, es necesario que la filosofía lo haya desilusionado. Si era teósofo, es necesario que la teosofía lo haya desilusionado. Si era ocultista, es necesario que el ocultismo lo haya desilusionado. Y así sucesivamente. Pero comprendan bien: digo, por ejemplo, que un devoto debe haber sido desilusionado por la religión. Esto no quiere decir que deba haber perdido la “fe”, mirado como el deseo profundo de su ser. Por el contrario. Esto significa que debía estar “desilusionado” solamente de la enseñanza religiosa ordinaria y de sus métodos- Entonces comprende que la religión, tal como nos es dada ordinariamente, no basta para alimentar su “fe”, y no lo puede llevar a ninguna parte.
Con excepción naturalmente de las religiones degeneradas de los salvajes, de las religiones inventadas y de algunas sectas de nuestra época moderna, todas las religiones comportan dos partes en sus enseñanzas: una visible y la otra escondida. Estar desilusionado de la religión significa estar desilusionado de su parte visible y sentir la necesidad de hallar su parte escondida o desconocida. Estar desilusionado de la ciencia no significa que uno haya tenido que perder todo interés por el conocimiento. Significa haber llegado a la convicción de que los métodos científicos usuales no sólo son inútiles sino nefastos, pues no pueden llevar sino a la construcción de teorías absurdas o contradictorias. Y es necesario entonces buscar otros caminos. Estar desilusionado de la filosofía, significa haber comprendido que la filosofía ordinaria es simplemente — como dice el proverbio ruso — «verter la nada en el vacío», por lo tanto lo contrario de una verdadera filosofía, pues es cierto que puede y que debe haber también una verdadera filosofía. Estar desilusionado del ocultismo no significa haber perdido la fe en lo milagroso, es solamente haberse convencido que el ocultismo ordinario y aun el ocultismo «sabio», bajo cualquier nombre que se presente, no es sino charlatanería y engaño.
En otros términos, no es haber renunciado a la idea de que algo existe en alguna parte, sino haber comprendido que todo lo que el hombre conoce actualmente, o es capaz de aprender por los caminos habituales, no es en absoluto lo que le hace falta.
Poco importa lo que haga un hombre o lo que le interesaba antes. Es a partir del momento en que llegue a desilusionarse de los caminos accesibles, que vale la pena hablarle de nuestras ideas, porque sólo entonces puede venir al trabajo. Pero si persiste en creer que al seguir su rutina, o al explorar otros caminos — pues aún no los ha explorado todos — puede por sí mismo encontrar o hacer cualquier cosa; esto significa que todavía no está listo.
No digo que deba arrojar por la borda todo lo que estaba acostumbrado a hacer antes. Eso sería totalmente inútil. No, a menudo hasta es preferible que continúe viviendo como de costumbre. Pero ahora debe darse cuenta de que no se trataba sino de una profesión, o de un hábito, o de una necesidad. De aquí en adelante la cuestión cambia: ya no podrá «identificarse».
No hay sino una cosa incompatible con el trabajo y es el ocultismo profesional, dicho de otra manera: la charlatanería. Todos estos espiritistas, curanderos, todos estos clarividentes y otros, y aun la mayoría de los que los siguen, no tienen ningún valor para nosotros. Deben ustedes recordarlo siempre. Cuídense de no decirles demasiado, porque se servirán de todo lo que aprendan de ustedes para continuar burlando a pobres ingenuos.
Hay todavía otras categorías de personas que no son mejores. Hablaremos de ellas más tarde.
Entre tanto recuerden solamente estos dos puntos: no basta que un hombre se haya desilusionado de los caminos habituales, también es necesario que sea capaz de conservar o de aceptar la idea de que puede haber algo — en alguna parte.
Si pueden descubrir tal hombre, él podrá discernir en sus palabras, por torpes que sean, un sabor de verdad. Pero si hablan con otras clases de personas, todo lo que ustedes les digan les sonara como absurdo, y hasta no los escucharán seriamente. No vale la pena que pierdan su tiempo con ellos. Esta enseñanza es para los que ya han buscado y se han quemado. Los que no han buscado, o no están buscando en la actualidad, no tienen necesidad de ella. Los que todavía no se han quemado, tampoco la necesitan.
—Pero no es de eso de lo que habla la gente, dijo uno de nuestros compañeros. Ellos preguntan: ¿Admiten ustedes la existencia del éter? ¿Cómo conciben el problema de la evolución? ¿Por qué no creen en el progreso? ¿Por qué no reconocen que la vida se puede y se debe organizar sobre la base de la justicia y del bien común? y otras pamplinas de este tipo.
—Todas las preguntas son buenas, contestó G., y ustedes pueden partir de cualquiera con tal que sea sincera. Compréndanme: cualquier pregunta sobre el éter o el progreso o el bien común puede ser planteada por alguien, simplemente por decir algo, para repetir lo que ha dicho otro, o lo que ha leído en un libro — o bien la puede plantear porque es una pregunta que le duele. Si es una pregunta que le duele, ustedes pueden darle una respuesta y llevarlo a la enseñanza a través de ella, a partir de todo lo que pregunte. Pero es indispensable que su pedido, su pregunta, le duela.
Nuestras conversaciones sobre las personas que podrían interesarse en la enseñanza y venir al trabajo, ineludiblemente nos hicieron evaluar a nuestros amigos desde un nuevo punto de vista. Todos sufrimos amargas decepciones a este respecto. Aún antes que G. nos hubiera encargado formalmente de hablar, demás está decir que de una forma u otra, todos habíamos tratado de convencer a nuestros amigos, por lo menos a aquellos con quienes nos encontrábamos más a menudo. En la mayoría de los casos nuestro entusiasmo había recibido una “glacial” acogida. No nos comprendían. Ideas que nos parecían primordiales y nuevas les parecían completamente caducas, aburridas, desesperantes, o aun repugnantes. Esto nos dejaba estupefactos.
No salíamos de nuestro asombro al constatar que fuese posible que personas que habían sido íntimas nuestras, con quienes poco antes habíamos podido hablar de todo lo que nos preocupaba y en las cuales habíamos encontrado un eco, ahora no vieran lo que nosotros veíamos, y que hasta vieran exactamente lo contrario. Debo decir que esta experiencia fue muy extraña para mí, aun dolorosa. Quiero hablar de la absoluta imposibilidad de hacerse comprender.
Naturalmente, en la vida ordinaria, en el terreno de los problemas corrientes, estamos acostumbrados a ello; sabemos que las personas que nos son básicamente hostiles, o que por su mente estrecha son incapaces de pensar, pueden comprender al revés, falsear, desnaturalizar todo lo que decimos y atribuirnos pensamientos que nunca hemos tenido, palabras que nunca hemos pronunciado. Pero ahora producía en nosotros una impresión desalentadora, el ver que los que acostumbrábamos a considerar como de los nuestros, con quienes por lo general pasábamos mucho tiempo, y que no hacía mucho nos habían parecido capaces de comprendernos mejor que nadie, eran como los demás. Por supuesto que estos casos eran la excepción; la mayoría de nuestros amigos permanecían indiferentes, y todas nuestras tentativas para “contagiarles” nuestro interés por la enseñanza de Gurdjieff no conducían a nada. Algunas veces, hasta tenían una muy curiosa impresión de nosotros.
Como no tardamos en darnos cuenta, generalmente nuestros amigos consideraban que nos habíamos vuelto peores. Nos encontraban mucho menos interesantes que en otros tiempos. Nos decían que nos habíamos vuelto insípidos e incoloros, que habíamos perdido nuestra espontaneidad y nuestra sensibilidad siempre alerta, que estábamos convirtiéndonos en máquinas, perdiendo nuestra originalidad, nuestra capacidad de vibrar, en fin, que no hacíamos sino repetir como loros todo lo que le habíamos oído a Gurdjieff
Él se rió mucho cuando le contamos todo esto. —“Esperen, dijo Gurdjieff, lo peor todavía no ha llegado. Dense cuenta que han dejado de mentir, o en todo caso que no mienten tan bien como antes; ya no pueden mentir de una manera tan interesante… ¡El que miente bien es un hombre interesante! Pero a ustedes ya les da vergüenza mentir. Ahora están algunas veces en condiciones de confesarse a sí mismos que ignoran ciertas cosas, y ya no pueden hablar como si lo comprendieran todo. Esto vuelve a significar que se han tornado menos interesantes, menos originales y menos sensibles, como ellos dicen.
De esta manera pueden ver qué clase de gente son sus amigos. Hoy, se entristecen por ustedes y desde su punto de vista tienen razón: ustedes ya han comenzado a morir — (acentuó esta palabra). El camino que conduce a la muerte total es todavía largo, sin embargo ustedes ya se han despojado de cierta capa de tontería. Ustedes ya no pueden mentirse a sí mismos con tanta sinceridad como antes. Ahora han comenzado a conocer el “sabor de la verdad”.
—¿Por qué, entonces, algunas veces me parece que no comprendo absolutamente nada? preguntó uno de nosotros. Antes acostumbraba a pensar que sin embargo había ciertas cosas que comprendía, pero en la actualidad ya no comprendo absolutamente nada.
—Esto significa que usted está en el camino de la comprensión, dijo Gurdjieff. Cuando no comprendía nada, creía comprenderlo todo, o por lo menos estaba seguro de tener la facultad de comprenderlo todo. Ahora que ha comenzado a comprender, siente que no comprende.
Esto se debe a que usted ha adquirido el “sabor de la comprensión”. Antes le era totalmente desconocido. Hoy usted experimenta el “sabor de la comprensión” como una falta de comprensión.”