EL JARDIN DE LAS HESPERIDES
En la mitología griega las Hespérides, eran las ninfas que cuidaban un maravilloso jardín en un lejano rincón del occidente, situado según diversas fuentes en las montañas de Arcadia en Grecia, cerca de la cordillera del Atlas en Marruecos, o en una distante isla del borde del océano.
A veces se las llamaba Doncellas de Occidente, Hijas del Atardecer o Diosas del Ocaso, aparentemente aludiendo a su imaginada situación en el lejano oeste, y de hecho Hésperis es apropiadamente la personificación del atardecer (como Eos es la del amanecer) y Héspero la de la estrella vespertina.
Al casarse Hera, Zeus le dio unos manzanos con frutos de oro que fueron plantados en el jardín de las Hespérides bajo la protección del dragón Ladón. La Discordia se valió de una de esas manzanas para separar a los dioses.
Euristeo envió a Heracles para buscar las manzanas. Prometeo le indicó el camino donde moraban las Hespérides y lo que debía hacer. Al final fueron recuperadas.
El significado de esta fábula hace referencia al cielo.
Las Hespérides son las horas de la tarde, el jardín es el firmamento y las manzanas de oro las estrellas. El dragón es el horizonte que corta el ecuador en ángulos oblicuos y Heracles el sol, es decir, que cuando aparece Heracles roba las estrellas y llega el día.
El Jardín de las Hespérides es el huerto de Hera en el oeste, donde un único árbol o bien toda una arboleda daban manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad. Los manzanos fueron plantados de las ramas con fruta que Gea había dado a Hera como regalo de su boda con Zeus. A las hespérides se les encomendó la tarea de cuidar de la arboleda, pero ocasionalmente recolectaban la fruta para sí mismas. Como no confiaba en ellas, Hera también dejó en el jardín un dragón de cien cabezas llamado Ladón que nunca dormía, como custodio añadido.
Se trataría así de unas manzanas cuyas propiedades habituales estarían alteradas (color, sabor, aroma), o incluso exacerbadas: un análisis etimológico parece sugerir que la naranja es, tal vez, una manzana fantástica.
En griego antiguo, la palabra para designar las naranjas (chrisomilia (???s?µ????)) procede de la expresión “manzana dorada” (chrysos [???s??] es “oro” y melon [µ????] es “manzana”); esta idea estructura también el vocablo hebreo moderno (“ tapuz), que deriva de tapuakh-zhav, literalmente “manzana de oro”. La palabra inglesa y francesa “orange comparte el mismo origen; por algún equívoco que los lingüistas eluden, los italianos hablan de manzanas de oro a propósito de los tomates (pomodoro, de pomo d’oro). El término usado en castellano derivaría del vocablo sánscrito naranga (del tamil nari, “fragancia”), transmitido por los árabes y los persas, dando origen a arancia en italiano, laranja en portugués, y narandža en serbio.
En la mitología griega, la aparición de las manzanas doradas o manzanas de oro es recurrente. Tal vez se trate del equivalente simbólico del fruto prohibido en la hermenéutica bíblica, ya que la ingesta de estos frutos supone también la inmortalidad. Pero lo que nos interesa aquí son sus peripecias. En un episodio, Zeus organiza un banquete para celebrar las bodas de Peleo y Tetis, pero deja fuera de la lista de invitados a Eris, la diosa de la discordia. Acudiendo sin ser invitada, Eris deja caer una manzana dorada con la inscripción ?a???st?, “para la más bella”, y tres diosas (Hera, Atenea y Afrodita) la reclaman. Zeus propone que Paris de Troya decida quién debe ser su legítima propietaria. Cada una de las diosas ofrece a Paris un regalo: Hera le otorgaría el gobierno de toda Asia y ser el hombre más rico, Atenea le haría ganar todos sus combates y Afrodita le promete el amor de Helena, la mujer más bella del universo. Proponiendo tal vez una simetría entre dos tipos de belleza, Paris supone que la manzana de oro no puede ser adjudicada sino a cambio de una forma superlativa de belleza, y elige a Afrodita. Sin embargo, dado que Paris tiene que elegir entre el gobierno de un imperio, la victoria militar o el amor de una mujer, este episodio parece instaurar una dicotomía simbólica entre el poder y la belleza.
Este antagonismo entre el poder y la belleza aparece de manera más atenuada en otro episodio, filosóficamente más interesante. La bella Atalanta, molesta por la mirada incesante de los hombres cuando corre por el bosque según una versión, advertida de su desdicha por un oráculo si contrae matrimonio según otras, decide convertir en amante al pretendiente que haga prueba de una hazaña atlética. Desafía así a una carrera a cada uno de sus pretendientes: el ganador podría esposarla, pero todos los perdedores serían ejecutados. La derrota olímpica de Atalanta prescribiría así su unión en matrimonio, y su victoria, la posibilidad de dar muerte a su adversario. Su destreza atlética la protegía en su soledad anhelada: Atalanta superaba a todos los hombres. Ovidio estipula que la regla lúdica de Atalanta es tal vez dura, pero proporcional a la apuesta: “tan grande el poder de la hermosura es”. Hipómenes, que ya había visto a Atalanta aunque sin mirarla, se pregunta de manera irrisoria en el libro X de Las metamorfosis, “¿Puede alguien buscar por medio de tantos peligros esposa?”. Pero al verla sin su velo, comprende su belleza, comparando la piel de la doncella al marfil. Una enigmática traducción en español de este episodio resuelve una posible filiación entre la pulsión sexual y la pulsión poética con una fórmula astuta: Hipómenes, “elogiándola, concibe fuegos”.
Hipómenes sabe que no podrá derrotar a Atalanta con su simple destreza física; implora entonces la ayuda a la diosa del amor, Afrodita. Amargada del rechazo de Atalanta al amor, la diosa entrega a Hipómenes tres manzanas de oro procedentes de su manzano sagrado en Tamaso, Chipre -según Ovidio- del jardín de las Hespérides -según Servio-, sugiriéndole que las dejase caer durante la carrera para distraer a Atalanta. Así procede Hipómenes; Atalanta, quiere recogerlas en vano; cuando la tercera manzana de oro rueda por el bosque, Atalanta se detiene y, hechizada por su belleza, no puede alcanzar a su adversario. Hipómenes gana así la carrera y la mano de Atalanta.
Podríamos pensar que la distracción funciona en este mito como alegoría de la astucia, y a su vez, de la maniobra política. Pero la estrategia de Hipómenes no consiste tanto en una forma de distracción. Se trata, más bien, de una forma de administrar escénicamente la belleza natural de las cosas. Hipómenes, como un político, un orador, un filósofo, o un amante utiliza la belleza natural de las cosas para producir una forma de encantamiento. Su artilugio no es tramposo, porque no transgrede las reglas prescriptas por el desafío olímpico de Atlanta.
Hipómenes, arriesgando su vida por una forma de belleza, y Atalanta, distraída por los reflejos de las manzanas de oro funcionan como una alegoría de la vulnerabilidad humana que emerge espontáneamente frente a la belleza.
Esta belleza está lejos del narcicismo, de la fuente de agua en la que Narciso se ahoga al contemplar su propia imagen. Es que la belleza aquí no es reflexiva, sino la estructura misma del espectáculo de la alteridad. Es por eso tal vez que Atalanta en su elogio de Hipómenes antes de la carrera, afirma que no es su apariencia lo que la conmueve, sino que “todavía un niño es”. Esta posibilidad de administrar el encantamiento natural de las cosas, la propuesta de una visión infantil del universo cuyo ideal supone dar la vida por una forma de belleza, es tal vez no sólo el fundamento del amor, sino también de la política.