EL RECUERDO DE MME DE SALZMANN POR RAVÍ RAVINDRA
Mi visita a París ha terminado. La señora de Salzmann se está muriendo. Para el Trabajo, está terminando una época. Sin duda habrá un nuevo amanecer. Casi con certeza, Michel va a ser una luz brillante en un nuevo cielo, pero queda por verse cuáles serán la luz y los colores que brillarán.
También para mí una época está llegando a su final. Las únicas personas que han estado para mí en la posición de maestros han sido Krishnamurti, la señora de Salzmann y la señora Welch. Krishnamurti se fue hace ya unos cuantos años; la partida de la señora de Salzmann es inminente; y la señora Welch no ha sido ya mi maestra desde principios de los ochenta, pues, después de que empecé a trabajar con la señora de Salzmann, ella prefirió ser más bien mi colega y consejera principal. Tengo algunos colegas y compañeros de viaje por aquí y por allá, y también algunos estudiantes. Se necesita tanto, se comprende tan poco. Señor, ten piedad.
La señora de Salzmann murió ayer. Su época ha concluido. Toda la generación más antigua está desapareciendo rápidamente. Los maestros nos conectan con la fuente. Ellos crean exigencias y pueden medir nuestra comprensión. Ahora, ¿cómo quedamos realmente en la línea de transmisión?
Al oír las noticias de su muerte, mi esposa y yo nos sentamos juntos en silencio. Un sentimiento me abrumó y sollocé incontrolablemente durante varios minutos. Poco después hubo que hacer varios arreglos y muchas llamadas telefónicas. Dudé si debía ir a París para los funerales de la señora de Salzmann. Estoy cansado de viajar, regresé de París hace apenas ocho días, y el pasaje es costoso. Sin embargo, no puedo dejar de ir. La señora de Salzmann ha sido mi maestro, especialmente durante los últimos diez años. Con su tiempo, con su energía, con su atención, fue generosa conmigo, más allá del cansancio. Todo lo que yo pueda entender sobre al trabajo es principalmente el resultado de mi trabajo con ella. Estoy obligado a obedecer lo que ella obedeció. Tengo que ir a París. Además, ni los Welch, ni nadie de su grupo, puede ir.
Tuvimos una reunión extraordinaria en la casa del Trabajo en Halifax, desde las seis de la tarde hasta la medianoche, alternando entre sittings, lecturas, Movimientos y música. Varias personas que habían conocido a la señora de Salzmann hablaron sobre sus tempranas y recientes impresiones de ella. Fue bueno trabajar para alcanzar una mayor claridad de sentimiento: no fue ocasión de lamentos o desdicha, sino más bien un momento de gratitud, y una renovación de contacto con aquello que nos llama. Toda la velada extraordinaria fue rica, tranquila y profunda.
Más tarde llamé a los Welch. Sentí que necesitaban un apoyo, incluso más que el resto de nosotros. Después de todo, nosotros aún podemos acudir a ellos y llamarlos para pedirles un sabio consejo ¿A quién podrían llamar ellos ahora? ¿Quién es ahora su maestro? ¿Quién puede ser para ellos un hermano mayor? Sentí como si yo tuviera que cuidarlos. Les leí la anotación de diciembre de 1988 en la que la señora de Salzmann preguntaba: “Si Dios estuviera aquí cerca de usted y no lo toca, o al menos usted piensa que El no lo toca, ¿cómo ponerse en condiciones de ser tocado por Dios?, ¿cómo abrirse a Él?” Ambos estaban muy conmovidos.
Me desperté esta mañana con algunas palabras de la señora de Salzmann que aún resonaban en mis oídos, palabras que en realidad nunca le había oído decir: “Me doy cuenta de que uno es parte de todo, y todo es parte de uno”.
Me pregunto en qué mundo, en qué forma va a trabajar ella ahora. Recordé una vez más la afirmación confiada del Rig Veda que, en su susurro de esperanza objetiva, me recuerda muchos comentarios de la señora de Salzmann: “Hay muchos amaneceres que no han llegado todavía”.
Acabo de estar sentado cerca de la señora de Salzmann. Cuando entré, junté instintivamente mis manos al cuerpo, saludando al estilo indio. Pareciera que en momentos solemnes regreso a una profunda memoria física de mi formación esencial en la India. La señora de Salzmann tenía una presencia extraordinaria, hasta en la muerte. Parecía que se iba a poner a hablar en cualquier momento. Entretanto, casi me pareció ver que sus labios se movían.
Durante el rato que estuve sentado cerca del cuerpo de la señora de Salzmann muchas cosas cruzaron por mi mente. Recordé varios momentos en su compañía. Mi primera reunión importante con ella, cuando llegué tan tarde y me dijo: “Es importante no ceder a la reacción”. Y reuniones posteriores cuando dijo: “¿Ayudó usted?”; “No puede nunca haber ningún caso en el que nadie no tenga ningún uso”; “Usted me recuerda a mí misma cuando era joven: determinado y arrogante”. Recuerdo haber ido con ella al apartamento de Gurdjieff, y cuando insistió en que yo tuviera su número privado en Inglaterra mientras estaba de viaje en caso de que yo necesitara comunicarme con ella, y así sucesivamente. Tantos grandes momentos de comprensión en mi vida, tantos momentos de sentimiento profundo, habían tenido lugar durante mis reuniones con ella. Ahora yo estaba aquí para despedirme.
Abandoné la habitación después de aproximadamente una hora, y hablé con Michel durante unos pocos minutos. Me sirvió café y yo le dije que el doctor Welch quería que le contara lo que habían hecho los grupos de Nueva York, Toronto, Halifax y otros lugares, y también la razón de que los Welch no hubieran podido venir. Michel estaba contento. sin duda, de que yo hubiera venido. Me preguntó si yo había estado allí cuando le habló al grupo en la Maison unas dos semanas atrás, diciendo que todos nosotros éramos parte de la familia de la señora de Salzmann. Me dijo que no había dormido mucho en los últimos dos meses. Una noche se levantó para ir a buscar a su hijo en el aeropuerto y se cayó a causa de un mareo. Ciertamente quiere conquistar su cuerpo, y probablemente lo logre. Si alguien puede hacerlo, es él.
Le había contado a Michel que uno de los pensamientos inesperados que habían cruzado mi mente cuando estaba sentado cerca de la señora de Salzmann fue que, después de haber encontrado en ella lo mejor que el Occidente podía ofrecer, ahora yo podía regresar a la India. ¡Qué extraño! Él pensó que en mi sueño imagino que el mundo entero es uno, pero que hay diferentes influencias. No creo haber oído todo lo que me dijo. En cualquier caso, no sé lo que quiso decir.
Antes de partir, entré a ver nuevamente a la señora de Salzmann. Esta vez me senté en el otro lado, que estaba mejor iluminado. Me senté durante media hora más o menos. Le ofrecí gratitud y me despedí de la señora de Salzmann en nombre de los Welch, de mi esposa y de todo nuestro grupo. Había una presencia extraordinaria en la habitación. Ella tenía una apariencia severa, tan severa hacia sí misma como exigente hacia los otros. Parecía que podría hablar en cualquier momento. Me había convencido a mí mismo en las reuniones de grupo con ella de que no se negaría a responder
si yo formulara una pregunta mientras continuaba sonriendo. Me pregunté si este truco funcionaría ahora. Sonreí, más interna que externamente, y sentí que ella me devolvía la sonrisa y decía: “¡Sí!”
Acabo de regresar de la ceremonia religiosa en la iglesia rusa de París, San Alexandr Nevski, en el número 12 de la rue Daru. Esa reunión solemne de aproximadamente doscientas cincuenta personas, principalmente franceses e ingleses, algunos norteamericanos, difícilmente podía dejar de conmoverlo a uno. Hubo respeto y silencio. Pero la ocasión fue de alguna manera estropeada por la mecanicidad y por la falta de sensibilidad de los profesionales a cargo de todo el procedimiento. Particularmente después de finalizado el funeral, cuando la gente hacía cola ante el ataúd para darle su último adiós, el eficiente funcionario miraba una y otra vez su reloj y trataba de apurar a la gente. Yo podía entender que allí mismo se realizaría otro funeral inmediatamente después; sin embargo, su prisa y su gesticulación para apurarnos fueron de mal gusto.
Me pregunté cuál habría sido la manera apropiada de destacar la ocasión de la gran transición de la señora de Salzmann. Podría haber habido una reunión apropiada en la Maison con Movimientos, música y lecturas para que, al menos quienes habíamos trabajado estrechamente con ella, pudiéramos despedirnos adecuadamente. Ésta podría haber sido una ocasión para un intenso trabajo interior y un contacto con todas las formas del Trabajo. No tengo duda alguna de que la señora de Salzmann lo habría aprobado. Después, en beneficio del público, también podría haberse dispuesto un oficio religioso en la iglesia. Es difícil saber lo que es necesario, correcto y útil. Estoy seguro de que no es fácil mantener, en un equilibrio creativo, todos los niveles y escalas que conviven en alguien como la señora de Salzmann.
Fuera de la iglesia, Michel me dio un abrazo. Tuve un profundo sentimiento por él y dije: “¡Que Dios te bendiga!” Lleva un gran peso sobre sus hombros.
Ha terminado una época, quizá para el mundo, ciertamente para el Trabajo, y para mí personalmente. ¡Qué maestro tan notable había sido la señora de Salzmann! Todos los que entraron en contacto con ella han sido bendecidos. Ella fue como una montaña que resonaba sólo para las vibraciones objetivamente correspondientes de búsqueda de una conexión con la energía superior. Al mismo tiempo encarnó un corazón sin medida. Todos los que fueron sus alumnos guardan en su memoria aquella mirada suya, imparcial y objetiva, de la que emanaba un llamado muy poderoso. No responder a ese llamado es desperdiciar esta encarnación.
¡Que Dios la bendiga, señora de Salzmann, cualquiera que sea el mundo en el que esté trabajando ahora!
París. mayo de 1990; Halifax, mayo de 1990.
Observaciones de la señora de Salzmann:
¿Por qué está usted en la Tierra?
No es importante cuánto tiempo vive uno, sino más bien si uno desarrolla algo que pueda dar sentido a la vida. ¿Qué quiere usted de la vida? ¿Por qué está usted en la Tierra?
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Si Dios estuviera aquí cerca de usted y no lo toca a usted, o al menos usted piensa que Él no lo toca, ¿cómo ponerse en condiciones de ser tocado por Dios?, ¿cómo abrirse a Él?
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El cuerpo debe obedecer a algo superior, de otro modo río tiene sentido. No puede servirse sólo a sí mismo. El cuerpo mismo está destinado a la destrucción, pero puede servir a otra cosa.
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Energías de diferentes calidades tienen duraciones diferentes. La energía de un nivel superior no muere al morir un nivel inferior. La energía de un nivel superior está en el cuerpo, pero no es del cuerpo.
Epílogo
Durante un largo período después de la muerte de la señora de Salzmann me sentí desconsolado y apático, como si hubiera sido mi amante quien hubiera muerto. Luego sentí una fuerte necesidad de consolidar mi comprensión de sus instrucciones para el trabajo, y quise atenerme a los hechos tal como ella los había definido: “Lo que usted sabe de manera directa es un hecho”.
Debido quizá en parte a mis antecedentes culturales indios en los que el contacto y las instrucciones de un maestro vivo son mucho más importantes que cualquier libro, institución o doctrina, para mí la especificidad del Trabajo está constituida más por la señora de Salzmann que por cualquier idea o práctica en particular. Gurdjieff mismo constituyó la especificidad del Trabajo para las personas que lo tuvieron directamente como maestro. A pesar de que un masivo y sobresaliente cuerpo de ideas y la música y las danzas sagradas asociadas con la enseñanza de Gurdjieff, se han hecho del dominio público, el Trabajo es fundamentalmente una tradición oral y esotérica. La enseñanza esencial se realiza de maestro a alumno. El significado y la práctica del Trabajo se comprenden en el contacto y el intercambio directos entre los que tienen cierta claridad sobre la tarea, así como un sentimiento de compasión por la situación humana, y aquellos que desean comprender la posibilidad y las responsabilidad humanas.
Por supuesto, cada maestro digno de tal nombre es también un estudiante, deseoso de escuchar y obedecer a una autoridad superior. Sólo una persona así puede realizar una exigencia y ofrecer una esperanza, sin evocar reacciones del ego o adulaciones sentimentales. También es cierto que estrictamente hablando no tiene sentido una estirpe espiritual o una iniciación que sea dada por una persona a otra. Toda verdadera iniciación es una autoiniciación, desde la Fuente. Los maestros simplemente señalan el camino. En presencia de la vibración de la Verdad, no hay diferencia entre un maestro y un estudiante. Incluso un gran maestro como Jesucristo no deseaba reclamar ningún estado especial para sí mismo y decía: “¿Por qué me llaman bueno? Sólo Dios es bueno”.
Los Evangelios lo dicen, y debe entonces ser cierto, que aquellos a quienes mucho se da, mucho se les exige. Sin duda, a mí se me ha dado mucho, y a veces comprendo claramente la necesidad del pago. Como decía la señora de Salzmann, el verdadero pago sólo se realiza trabajando. En mi conciencia sé que lo que yo aporto no es suficiente. Pero uno necesita comenzar una y otra vez. En una oportunidad, pregunté a la señora de Salzmann cómo hacer esfuerzos en el Trabajo sin miedo. Ella dijo: “El verdadero miedo es el miedo de no ser capaz". Deseo pagar por mi existencia; no ser capaz de pagar es horrible. Pero un reconocimiento del horror de la situación es necesario con el fin de trabajar para ser y para ser capaz.
Como cualquier otro, en algún momento debo dar cuenta de mi vida. Para mí la clara conciencia objetiva, la mirada de lo alto, está personificada por la señora de Salzmann. .A¡ final de mis días, en el momento del ajuste de cuentas, no espero que la señora de Salzmann me pregunte si tuve o no tuve éxito en lo que emprendí en nombre del Trabajo. Es más probable que ella me pregunte: "¿Ayudó usted?"
En muchas ocasiones, especialmente durante el trabajo en silencio, he sentido una fuerte presencia de la señora de Salzmann, dentro y cerca de mí. Ella tiene siempre esa combinación característicamente sutil de mirada severa y compasiva, que a la vez exige y alienta. En esos momentos me parece totalmente claro que el trabajo es objetivo. No se trata de su trabajo o de mi trabajo. Es algo objetivamente necesario y sin lo cual nuestro mundo no puede mantenerse. El corazón del trabajo es un sacrificio continuo de lo meramente personal en beneficio de lo Verdadero. Sólo ese sacrificio permite un intercambio con los niveles superiores. Es también, por supuesto, un intercambio con los niveles superiores lo que hace que el sacrificio de lo personal adquiera sentido. Un sabio del Rig Veda dijo justamente que el "yajña (que significa
sacrificio’ así como `intercambio entre niveles’) es el ombligo del cosmos”.
Todo el cosmos está involucrado en un yajña incesante. El trabajo sagrado, que en lenguaje alquímico, así como en la enseñanza de Gurdjieff, es llamado simplemente el trabajo, es necesario para ser capaz de recibir energía de lo alto para el mantenimiento del cosmos, tanto en la escala de un ser humano individual como en una escala más vasta. Pero está constantemente amenazado por las fuerzas del olvido y de la destrucción. Uno se desvía continuamente de la libertad del trabajo, que llega sólo cuando está conectado con la energía superior, para regresar al miedo y a la importancia personal. Un regreso reiterado a un estado de recuerdo de sí mismo y una recuperación de la conexión con lo Verdadero son necesarios para cumplir el propósito de nuestra encarnación en la Tierra.
La señora de Salzmann dijo: “El hombre tiene una función especial que otras criaturas no pueden cumplir. Puede servir a la Tierra al convertirse en un puente para ciertas energías superiores. Sin esto la Tierra no puede vivir de la manera adecuada. Pero el hombre, tal como es por naturaleza, está incompleto. Para cumplir la función que le es propia necesita desarrollarse. Hay una parte en él que está insatisfecha con su vida. A través de las tradiciones religiosas o espirituales puede llegar a darse cuenta de lo que esa parte necesita”.
¿Cómo desempeñamos nuestro papel en el cumplimiento de la especial función humana en el cosmos?