EN EL MONASTERIO SARMOUNG

                EN EL MONASTERIO SARMOUNG         

Mientras el Príncipe Liubovedsky se vió obligado a guardar cama, íbamos a verlo en el segundo patio, pero tan pronto se sintió mejor y pudo salir de
su celda vino a vernos. Hablábamos cada día durante dos o tres horas, y esto siguió a sí durante dos semanas. Un día fuimos llamados al recinto
del tercer patio, a la morada del jeque del monasterio, quien nos habló con la ayuda de un intérprete, nos dió como instructor a uno de los monjes
más viejos; un anciano que se parecía a un icono, y que al decir de los otros hermanos, tenía 275 años.

Desde entonces entramos, por así decir, en la vida del monasterio. Como teníamos acceso a casi todas partes, llegamos a conocer bien el lugar.
En el centro del tercer patio se levantaba una especie de gran templo, donde los habitantes del segundo y tercer patio se reunían dos veces por día,
para asistir a las Danzas Sagradas de y las grandes Sacerdotisas, o para escuchar Música Sagrada.

Cuando el príncipe Liubovedsky estuvo completamente restablecido nos acompañó a todas partes y nos explicó todo. Era para nosotros como un
segundo instructor. Quizás escriba algún día un libro especial sobre los detalles de este Monasterio. Sobre lo que representaba y lo que en el sé
así ya. Por ahora creo necesario describir en forma lo más detallada posible, un extraño aparato que allí había. Cuando hube comprendido más o
menos, una impresión trastornadora. Cuando el príncipe se tornó nuestro segundo instructor, pidió un día, por propia iniciativa, permiso para llevarnos
a un pequeño patio lateral, el cuarto, llamado patio de las mujeres, para asistir a la clase de las alumnas, dirigida por las Sacerdotisas Danzantes,
que participaban diariamente en las Danzas Sagradas del Templo

El príncipe sabiendo el interés que se yo tenía en aquel tiempo por las leyes que rigen los movimientos del cuerpo y del psiquismo humano, me
aconsejó mientras mirábamos una clase, prestar especial atención a los aparatos con ayuda las jóvenes estudiaban su arte.
Por eso solo aspecto, estos extraños aparatos daban la impresión de haber sido fabricados en tiempos muy antiguos. Eran de ébano con
incrustaciones de marfil o nácar. Cuando no los usaban, los colocaban juntos, y formaban una masa que recordaba el árbol vezanelniano con sus
ramificaciones todas semejantes. Observandolo más cerca, cada uno de esos aparatos se presentaba bajo la forma de un pilar liso, más alto que
un hombre, fijo sobre un trípode y de dónde salían de siete lugares, unas ramas especialmente elaboradas. Estas ramas estaban divididas en
siete segmentos de diferentes dimensiones. Cada uno de dichos segmentos disminuía en largo y en ancho en relación directa con su alejamiento
del Pilar. Cada segmento estaba ligado al siguiente por los dos bolas de marfil encajadas una dentro de otra. La bola exterior no recubría enteramente
la interior, lo cual permitía fijar en ella, una de las extremidades de cualquier segmento de la rama, mientras que la bola exterior podría fijarse la
extremidad de otro segmento.
Esta especie de unión se parecía a la articulación del hombro y permitía a los siete segmentos de cada rama moverse en la dirección requerida.
Sobre la bola interior había signos trazados. Habían tres aparatos y cerca de cada uno un armario lleno de placas de metal, de forma cuadrada.
También estas pláticas tenían signos trazados. El príncipe nos explicó que estas placas eran reproducciones de otras iguales en oro puro que se
encontraban en la celda del jeque. Los expertos calculaban que los aparatos y las pláticas, se originaron 4500 años antes.

El príncipe nos explicó que al hacer corresponder los signos trazados sobre las bolas con los de las placas, las bolas tomaban cierta posición que
a su vez , gobernaba la posición de los segmentos.
Para cada caso, cuando todas las bolas estaban dispuestas de la manera requerida, la posición correspondiente se encuentra perfectamente
definida en su forma y amplitud, y las jóvenes sacerdotisas permanecían durante horas frente a los aparatos, así arreglados, para aprender esta posición
y recordar la.
Deben pasar muchos años antes que se les permitan a estas futuras sacerdotisas, danzar en el templo. Únicamente pueden hacerlo las sacerdotisas
de edad y con experiencia.
En este monasterio, todos conocen el alfabeto de posiciones y de noche cuando las Sacerdotisas danzan en la Gran Sala del Templo, según el ritual
propio del día, los hermanos que leen en estas posiciones verdades que los hombres insertaron en ellas hace varios miles de años.

Esta danzas tienen una función análoga a la de nuestros libros, como lo hacemos en el papel. Otros hombres, en otras épocas, anotaban en estas
posiciones, informaciones relativas a los acontecimientos ocurridos hace mucho tiempo, a fin de transmitirles siglo tras siglo a los hombres de las
generaciones futuras y llamaron a estas danzas, Danzas Sagradas.
Las que llegan a ser sacerdotisas, son en su mayoría jóvenes consagradas desde la más temprana edad, por voto de sus padres o por otras razones al servicio de Dios o de un Santo.

Estas futuras sacerdotisas entran al templo en la infancia para recibir allí toda la instrucción y la preparación necesaria, especialmente en lo que concierne a las Danzas Sagradas.
Poco después de haber visto por primera vez esta clase, tuve la ocasión de ver danzar a las verdaderas Sacerdotisas y quedé sorprendido, no por
el sentido de las danzas, que todavía no comprendía, sino por la exactitud exterior y la precisión con que eran ejecutadas.
Ni en Europa ni en ninguno de los lugares donde había observado con interés consciente esta manifestación humana automatizada, hallé jamás nada
comparable a esta pureza de ejecución.