DE GURDJIEFF EL INCOGNOSCIBLE-Anderson
LA MUERTE DE UN MAGO
Gurdjieff murió en París, en el Hospital Americano, el 29 de octubre de 1949 Tenía la intención de viajar a Nueva York donde pasaría la Navidad en el barco en que nosotras embarcamos el 20, pero se enfermó y tuvo que posponer el viaje. En vez de retardar nuestro viaje, se nos aconsejó que nos adelantáramos y estuviéramos en Nueva York para recibirlo.
Llegamos el 27. Dos días después Solita, que había permanecido en París nos telegrafió:
‘Gurdjieff falleció esta mañana”
A los pocos días llegó su carta:
Domingo 30 de octubre, medianoche. Estamos todos casi desesperados. Ayer y hoy (día de mi cumpleaños), y los días venideros, son los peores de mi vida.
Viste su mejor traje, comprado especialmente para el viaje a Norteamérica. Está recostado en un diván, cubierto hasta el cuello con una tela de color pálido que está cubierta de rosas rojas, orquídeas y flores blancas; a cada lado de su cabeza hay dos enormes ramos de violetas. La capilla está iluminada con velas.
Su rostro es como el de una estatua. Ayer todavía parecía vivo, una leve sonrisa hacía que lo pareciera; su piel tenía un curioso tinte color lavanda. Hoy está más oscuro, la sonrisa se desvaneció, ya está lejos, sus ojos han comenzado a hundirse, sus labios dibujan una línea grave aunque no demasiado severa. Quizás fue la máscara de la muerte la que produjo el cambio, pero no lo creo. Parece como si acabara de decir: ‘Ahora me voy con todos mis secretos y misterios. Mi trabajo aquí ha terminado’. Durante dos días, día y noche, la caravana de personas que acuden al hospital para verlo no se ha detenido. Esperan en fila en el más completo silencio nunca visto y cuando se acercan a él, simplemente lo miran. Casi todos lloran.
Murió a las diez y media de la mañana de ayer; yo había telefoneado para averiguar cómo estaba me dijeron que igual. Estaba en el hotel cuando me llamó R para decirme que había muerto. Cuando finalmente pude moverme, fui a Neuilly y me dijeron que podríamos verlo tan pronto como lo llevaran a la capilla. Si bien parece que durmió muchas horas antes de morir, el médico dijo que Gurdjieff murió consciente. Un fenómeno muy curioso: durante horas después de su muerte, su frente y su cuello mantuvieron calor; el médico dijo que no comprendía el hecho.
El viernes Madame de Salzmann le habló en ruso. El no respondió pero extendió la mano para que latomara. Ella estuvo maravillosa. Ayer durante el servicio se sentójunto a su cuerpo, con rostro pálido y ojos cerrados de los que lentamente caían lágrimas. Hoy durante el servicio: un ruso entona las plegarias, su asistente canta las respuestas, todos nosotros sostenemos un cirio encendido en nuestra mano derecha y nos quedamos allí mirando y mirando intensamente. La capilla es demasiado pequeña para contener tanta gente; para que haya más sitio nos amontonamos hasta tocar el lecho funerario. Los que no alcanzan a entrar esperan afuera escuchando. Luego cuando termina el servicio y salimos, entran los que esperaron afuera. Ni un instante está solo, varias personas se quedan por la noche en vigilia voluntaria. El miércoles lo llevarán a la iglesia rusa y a las once del jueves será la misa de réquiem. A las doce iremos todos a Fontainebleau para el entierro. Mientras tanto cada tarde habrá una misa, para los que se enteraron tarde de su muerte y siguen llegando, especialmente para los que vienen de Inglaterra.
Creo que se enorgullecería del comportamiento de su gente. El dolor es terrible, silencioso, y tiene una verdadera cualidad de dignididad objetiva. De mi propio dolor no hablaré; es una pequeña parte de la catástrofe general. Siempre estaré agradecida al poder que me permitió estar aquí para verlo antes de que abandonara el planeta tierra. Pero nunca seré capaz de describir la noble belleza de su rostro muerto.
2 de noviembre, medianoche. Hoy jueves a las seis en punto, a la caída del sol, depositamos el féretro en la tierra fría; lo último de él que vi, y no era él, fue un gran cajón castaño claro, con una cruz dorada en la parte superior, unas rosas que algúndesesperado arrojó con los puñados de tierra que cada uno de los cientos de personas habíamos tirado, de acuerdo con la costumbre rusa.
Pero vuelvo al lunes, a la capilla del Hospital Americano. Se había tornado piedra gris y parecía más ‘en paz’ aún.
El grupo inglés de Jane llegó por la noche, directamente desde la estación. A las cuatro de la madrugada el grupo francés tomó a su cargo el control. Ríos de gente entraron y salieron durante toda la noche, igual que durante todo el día. No me puedo imaginar qué pensaban en el hospital de esto: cientos de peregrinos transitando durante la noche fría y helada.
Martes. Acabo de regresar de la capilla. Estuve sentada a su lado, cerca de su rostro, durante dos horas. Vino un pequeño coro de la iglesia rusa y cantó para él. Sacerdotes de la vieja tradición: túnicas, cruz y cadena de plata, largos cabellos y barbas negras, profundos ojos negros y voces muy dulces. Había flores nuevas sobre el brocado de seda. Alguien había hecho un ramillete de rosas rojas y margaritas amarillas. El rostro de Gurdjieff hoy estaba más gris aún y la piel más tirante, sobre la inmensa inteligencia de su cráneo.
Miércoles. Un froid de loup.Oh:(“Un frío de lobos”, equivale a “frío en las venas”),Oh, no ver nunca más su sonrisa, nunca más oírlo decir… bueno, no importa qué.
La mise en biére.:(La colocación en el ataúd) Me negué a ir al hospital a ver cómo lo ponían en el ataúd, y más tarde me enteré de que no me hubieran permitido verlo; sólo los hombres de la familia. Fui a la iglesia rusa a las cuatro y esperé allí hasta casi las seis, hora en que lo trajeron. Seis hombres llevaban el cajón. Luces tenues, muchas flores que habían llegado antes, sacerdotes en sus vestiduras y pequeño coro para los servicios. La iglesia estaba repleta incluso durante la pequeña ceremonia, todo era dorado bajo la cúpula humeante de incienso. El catafalco estaba cubierto con una gran tela negra, bordada en plata. Ni un sonido salía de los grupos de personas: ni una pisada, ni una tos, ni un crujido, ni una respiración. Un silencio de tal calidad que puede decirse único e irrepetible.
(No presten atención a los cuentos de sus ‘últimas palabras’, ya que nadie se imaginó que iba a morir hasta que él estaba tan débil que no pudo volver a hablar, sólo extendió la mano.)
El último dia. Esta mañana a las once y media: misa en la catedral rusa. No se permitió vigilia anoche de modo que estuvo solo hasta que la iglesia abrió sus puertas. Velas, flores, las voces de cinco sacerdotes con túnicas blancas y doradas, cantores de divina voz. ¡Qué bello es el idioma ruso! La iglesia estaba repleta; no sólo de personas que conocemos, había cientos de otras que jamás habíamos visto, que yo jamás había visto en los muchos años que estuve cerca de él. Después de los cánticos y las plegarias, durante una hora pasamos uno por uno junto al féretro, acercándonos por el lado derecho. Cada uno, bañado en lágrimas, se arrodilló junto a él, se levantó luego para besar el ícono, y avanzó por el lado izquierdo para retirarse. Cada uno se despidió de él con ceremoniosa simplicidad y abrió su corazón más que antes, si esto es posible. Luego, uno por uno, salió a respirar o beber café, y a las dos todos estábamos de regreso en la iglesia.
El gentío llenaba la calle observando cómo sacaban el cajón y lo depositaban en el gran carro funerario cubriéndolo de flores. La familia fue con él. Los cientos de personas de los grupos formamos un cortejo en muchos coches privados y cuatro enormes autobuses. Las calles estaban atascadas, cerradas al tránsito varias calles alrededor de la iglesia rusa, y muchos extraños se reunían para ver el espectáculo. Yo viajé con algunos de los ingleses ricos y silenciosos, los viejos seguidores de Ouspensky
Avanzamos por las calles familiares, las rutas, las villas, las curvas, los bosques, hasta Avon… En medio de un viento helado y cruel, a pleno sol, atravesamos de a cientos las puertas del cementerio, hasta la parcela de la familia. La tumba estaba abierta en la tierra rocosa, acuosa; una tumba profunda, profunda, horriblemente profunda… Lo introdujeron en el pozo. Un gran suspiro exhaló el grupo: el único sonido que hicieron estando juntos desde su muerte. El sacerdote entró al rescate con su canto. Luego, cada uno pasó por el terrible hoyo, arrojó un puñado de tierra sobre el cajón, se arrodilló, se persignó, y siguió su camino. Había finalizado. Se había ido lejos para siempre.
Más tarde. Dos días antes de que lo llevaran al hospital llamó a cuatro personas que habían pasado la noche en el salón y simplemente los miró durante largo tiempo sin decir palabra. Creyeron que se estaba despidiendo.
El sacerdote de la iglesia rusa dijo que jamás en su vida vio un funeral igual, excepto el de Chaliapin; que nunca había visto un dolor tan generalizado, ni una actitud tan concentrada de parte de los deudos. Hasta el agente funerario, que no había visto a Gurdjieff antes de su muerte, lloró ante la tumba. Sólo por la vibración, me atrevo a decir.
El grupo francés mantendrá el apartamento como una especie de templo al que todos podremos acudir. Los movimientos y las lecturas continúan. Jeanne de Salzmann viajará a Norteamérica en diciembre. Ella llevará adelante el trabajo con todas sus posibilidades, y supongo que todos la ayudaremos.
Todos hemos prometido hacerlo…