DE NICOLL
Eckhart dice que cometemos una falta al ver a Dios en lo que yace fuera de nosotros. Dios no es materia de pruebas sensorias o de una demostración colectiva. Dios no es el prodigioso y terrible torbellino, ni el terremoto, ni el fuego. Mientras mantengamos semejante punto de vista, mantendremos un freno dentro de nosotros mismos, y no podremos entender algo que es de una tremenda importancia. ¿Por qué ha de ser esto así? Por lo visto, no podemos comenzar partiendo de las pruebas externas, desde el lado fenoménico, no podemos, por los sentidos, llegar a un ‘lugar’ de entendimiento; pero nos demos o no cuenta de ello nuestra mente sensual está siempre tratando de hacerlo. ‘Ahí donde la criatura termina, ahí comienza Dios’. Eckhart dice que toda liberadora verdad interior, toda visión que precisemos, aparte de los hechos y de las verdades externas de las cosas, es algo ‘innato en nosotros’. Es un asunto interno, y, primero, tenemos que darnos cuenta de que está en nosotros mismos. Sin embargo, esto es mucho más difícil de entender de lo que ordinariamente imaginamos, pues nacemos y nos nutrimos en la sensación; así, no podemos dejar de pensar en términos sensuales. La sensación —lo sensorio— es nuestra madre. Es muy difícil sobreponerse a ella. Nuestro incesto con la materia es universal. Para nosotros, la prueba más importante y convincente yace siempre fuera, en los sentidos. Y vemos nuestra salvación en aquella clase de verdad; por lo tanto, la vemos en algún gran descubrimiento, en algún hecho. No podemos entender el significado psicológico de una declaración como ésta: “Porque en esperanza somos salvos; más la esperanza que se ve no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” (Romanos, 8-24)
En cuanto a sus efectos limitadores en el hombre, parecería que uno de los puntales del materialismo es su actitud hacia la existencia de grados superiores de realidad Da por sentado que la razón humana es capaz de obtener por sí misma un conocimiento completo de las leyes y de la naturaleza de las cosas. Pero que la conciencia, pese a ser capaz de incluir más y más hechos, no es capaz de adquirir una nueva calidad. Excluye los grados superiores de conciencia, los grados superiores de verdad y las nuevas formas de experiencia.
Advertimos entonces que semejante punto de vista no incluye la idea de la escala. La escala necesariamente implica que hay un arriba y un bajo, un superior y un inferior; y, también, una manera especial de conectar las cosas a distintos niveles de realidad. Sin el sentido de la escala no puede el materialismo admitir ni lo que es más que el hombre, ni lo que es más en el hombre.
¿Pero es que el método científico es la única manera de experimentar y comprender la vida? ¿No es tan sólo una de las muchas modalidades de experiencia? ¿Debemos creer que la calidad de nuestra conciencia ordinaria es tan fina que los demás estados son inconcebibles? ¿No son estos otros -estados de la conciencia los que probablemente constituyen la clave para la comprensión de las complejidades y contradicciones que han surgido en el reino de la física? El poder de síntesis de nuestra conciencia ordinaria bien puede ser de tal categoría que le
resulte imposible asimilar como un todo los descubrimientos separados de la investigación científica.
Este argumento significaría que el materialismo científico está limitando el desarrollo psicológico del hombre porque, sencillamente, da por supuesta la conciencia; por lo tanto, no se ocupa del problema de cómo puede el hombre alcanzar un estado de desarrollo superior en si; no se preocupa de los medios, la clase del conocimiento, del trabajo, de las ideas, los esfuerzos y la actitud necesaria para este desarrollo. Y vemos que esto último ha sido siempre, en su aspecto interno, el motivo de la preocupación de lo que conocemos como. ‘religión’. Lo que se ha dado en llamar el abismo entre ciencia y religión se encuentra justamente en este punto. El hombre no puede comprender más porque se encuentra en un estado de desorganización. La calidad de su conciencia es demasiado separada y grosera. Sin embargo, se embarca en investigaciones acerca del universo sin darse cuenta siquiera de que no podrá llegar más allá de cierto punto, pues él mismo es un instrumento inadecuado para semejante propósito. Pero gusta pensar que lo único que le limita es la falta de instrumentos científicos, de instrumentos de suficiente precisión, o bien que carece de antecedentes suficientes o de información. Por tanto, piensa ‘hacia fuera’ y trata de salvar únicamente las dificultades ‘externas’.
Le parece que todo lo que preocupó a la religión y filosofía antiguas, y todo cuanto procuró lograr el gran arte, no tiene conexión alguna con las dificultades que experimenta en sus esfuerzos por obtener el conocimiento ulterior de las cosas, y la verdad. Le parece que una más fina calidad de conciencia no tiene ninguna importancia, como tampoco los nuevos significados que han tratado de obtener el arte y la religión, ni sospecha que las inevitables contradicciones que le esperan hacia el fin de su investigación, son el resultado directo de la calidad de su propia conciencia, y de su propia desorganización interna.