EL TRABAJO Y EL AMOR DE SÍ-NICOLL-TIEMPO VIVO

EL TRABAJO Y EL AMOR DE SÍ-NICOLL-TIEMPO VIVO
Se dijo en el comentario anterior que la parte externa del Centro Emocional es la sede del amor de sí. Por eso es tan necesario referirse a menudo al amor de sí mientras ese amor siga dominándonos completamente y nos separe de las partes media e interior del Centro Emocional que el Trabajo trata de despertar. Cuando el Trabajo dice que su objeto es el de despertar eventualmente al Centro Emocional, esto es lo que en realidad quiere decir. Cuando la emoción del amor de sí domina a una persona, el Centro Emocional está dormido. No puede despertar. Lo que ha de comprenderse y volver a comprenderse es que la parte externa de una persona está dominada por el amor de sí. El sitio psicológico de este amor de sí está ubicado en la división externa del Centro Emocional. Mientras esa persona siga dominada y por lo tanto guiada por el amor de sí, ninguna otra cosa puede guiarla. Este es el primer punto. El segundo es que mientras alguien está dominado por su amor de sí, en dicha persona no hay posibilidad alguna de desarrollo de las divisiones interiores del Centro Emocional. No sólo se debe a que el amor de sí no puede conectar a una persona con el lado interno de sí misma. Es más que esto. El amor de sí en realidad desune la parte externa de una persona de la interna —esto es, la separa del lado que el Trabajo intenta despertar y desarrollar. El Trabajo no trata de desarrollar el amor de sí. Por el contrario, trata de disminuirlo. Intenta extraer la energía de nuestro amor de sí para que así esta energía liberada pueda seguir otra dirección. La acción del Trabajo en una persona no finca en hacerla más orgullosa y engreída, ni tampoco más egoísta o centrada en sí o negativa. Fue concebido para producir un efecto opuesto, a condición de que ésta lo haga. Fue concebido para que las gentes sientan más y -más, en proporción a su poder de aguante y de diferentes maneras, y después de distintos períodos, un proceso de despersonalízación, de modo que ya no tengan el mismo sentimiento de quiénes o qué son. Esta gradual retirada de la energía de su acostumbrado sentimiento, estrecho, quebradizo y que se resiente fácilmente, de “Yo”, está acompañado por un sentimiento de Yo gradual, nuevo y más amplio —como si uno estuviese viviendo en un lugar más amplio—. Este sentimiento de Yo, gradual, nuevo y más amplio, no está centrado en el amor de sí. No está situado en la división externa del Centro Emocional. Es interno con respecto a la división externa. Puede escuchar, sentir, valorar y comprender el Trabajo. En suma, puede hacer lo que el amor de sí no puede. Este nuevo sentimiento de Yo es muy deseable. Es como si le presentasen a uno una nueva civilización, otra forma de vida. Pero durante mucho tiempo el antiguo sentimiento de “Yo” se reafirma temporariamente y trata de recobrar su dominio. Es ahí donde es posible hablar de tentación, en el significado esotérico de la palabra. Si se deja de mantener el Trabajo cálido y viable en uno mismo, si se lo deja enfriar por demasiado tiempo, llega el castigo. Toma la forma de un cese de significado, de una muerte interior. Se retorna a la vida. Se empieza a quejarse otra vez, se sienten los viejos agravios, se hacen cargos contra los otros y, en suma, se canta la misma canción. Esto es fácil. Es mecánico. No es el Trabajo. Desde luego, no hay nadie que nos pueda castigar. Nos castigamos a nosotros mismos —arrojándonos a un nivel más bajo porque nos hemos entregado al sueño—. El remedio finca en empezar a trabajar otra vez —seriamente—. Para esto debemos sacrificar nuestro sufrimiento. Claro está, es más fácil dormir —y sufrir inútilmente, y “alimentar la Luna”—. ¿No se ha dado cuenta todavía que una sola oración proferida por un “Yo” negativo y aceptada en nuestra charla interior permite la acometida de muchos “Yo” negativos? Basta una oración tal como: “Está muy bien que ella diga esto…”. Desciende el ascensor de golpe hasta el subsuelo, y todos los diablos de la noche emergen prontos para comer su fuerza, como lo hacían antes.
Ahora bien, el amor de sí puede imitar el afecto a los otros. Sin embargo, no se puede ayudar a otra persona imitando afectos. No son cognoscitivos —esto es, no nos procuran ningún conocimiento, ninguna intuición interior—. Las emociones cognoscitivas —esto es, las emociones que nos procuran tanto el conocimiento acerca de nosotros como de los otros— pertenecen a las divisiones medias e interiores del Centro Emocional y no a la división externa. El hombre o la mujer poderosamente afectado por el amor de sí no tendrán amor a algo tan abstracto como el conocimiento. ¿Por qué habrían de tenerlo? Se consideran como si fuesen todo. El amor de sí siempre tiene consideraciones para consigo mismo. No puede levantar la vista. Subyacente al amor de sí está, inevitablemente, el odio. Es por eso por lo cual el amor emocional mecánico se convierte en su opuesto cuando se lo provoca. Lo que realmente desea el amor de sí es salirse con la suya y dominar todos los demás y convertirlos en esclavos —hasta el mundo entero, como nos lo muestra la historia—. Empero, adopta muchas formas. Se debería observar algunas de las formas que adopta para uno mismo —quiero decir, en uno mismo—. Si no se tienen demasiadas actitudes falsas acerca de uno mismo y demasiados topes, se lo puede descubrir de vez en cuando obrando en uno y tener una vislumbre de algunas de sus maneras de ocultarse y de fingir que es algo muy diferente. Basta reparar en que todo lo que se hace para lograr, mérito es en realidad amor de sí. Gran parte de lo que la gente llama amor —tal como el amor por los amigos— es una extensión del amor de sí. Si una persona es amable con quienes son amables con ella, que no vaya a creer que el amor de sí nada tiene que ver con ello. Basta esperar hasta que la otra persona ya no sea más amable y observará el amor de sí hinchándose como una tormenta. La vida del amor de sí es una muerte. Las gentes inmersas hasta el cuello en el amor de sí están realmente muertas. Sólo son externas. En ellas nada hay de interno. La forma más peligrosa y desdichada del amor de sí es amar el poder por sí mismo —social, profesional, político, local o doméstico—. El amor a gobernar es extraordinariamente destructivo para con la justicia o la tranquilidad de mente y por cierto arruina el Trabajo. Una madre que gusta dominar puede dañar mucho a sus hijos, en especial a los varones. El modelo-amor es malo. Además esta mala característica suele fijar tempranas amarguras o tristezas en los niños. He visto muchos ejemplos semejantes. Cuando el amor a dominar a toda costa se antepone a todo, una persona es interiormente un verdadero demonio, sea cual fuere su apariencia exterior. Se lo puede sentir experimentando el cese de todo en uno mismo, el marchitamiento de todo pensamiento y sentimiento. Tales personas tratan de parecer simpáticas. Se adoran a sí mismas.
El hombre aprisionado en su amor de sí se ve a sí mismo en todo. Está rodeado por sí mismo. Su mente está cubierta de su propia imagen. Aun cuando eleve sus pensamientos al cielo, se ve a si mismo allá y piensa en si mismo y en cómo ha de comportarse y en que observación
convencional debe hacer —como “Lindo lugar este”—. Pues ¿cómo puede elevarse el amor de sí por encima de sí mismo? Dejaría de ser amor de sí. ¿Cómo podría dejar de preocuparse por lo que le sucedió? ¿Cómo podría dejar de estar siempre considerando internamente? Se podría pensar que el conocimiento de sí —para lo cual una vida no es bastante— surge naturalmente del amor de sí. Si un hombre sólo se interesa por sí mismo y por lo que le es propio y siempre se contempla a sí mismo, ¿acaso no se conocerá necesariamente? Por el contrario, será ciego a la clase de persona que es. El amor de sí no es cognoscitivo. No establece memoria para la “próxima vez”. Deja en tinieblas, sin luz, interiormente. Por lo tanto dicho hombre aborrecerá la observación de sí que permite entrar un rayo de luz dentro de él. El primer mandamiento del Decálogo dice: “No tendrás otro Dios que a mí”. Para la mente sensual, literal, esto significa que no hay que inclinarse ante los ídolos. El significado psicológico dice que no hay que adorarse a sí mismo. Sólo se puede dejar de hacerlo, observando poco a poco a qué se asemeja uno. El hombre que se ama a sí mismo ante todo, se adora. Hace de sí mismo un dios. Ahora bien, lo que debemos amar más es nuestro Dios. Piensen un instante. ¿Qué es lo que más aman? ¿Quién es el Dios de ustedes?
Great Amwell House, 1° de noviembre de 1952