La Aceptación-Atención Temporal y Atención Total-Benoit
El Ser se realizará en mí en la medida, en que yo cese de pretender, por mis actitudes interiores, que lo soy ya, que mi aspecto temporal es divino. Cuando me observo, veo que tiendo sin cesar, con todo lo que soy, a modificar mi situación temporal. Que tienda a ello es perfectamente legítimo, es el juego incesante y normal del principio conciliador natural que suscita todos mis impulsos naturales. Lo que no es normal en mí, que soy hombre y no animal, es tender hacía esta modificación de mi situación temporal con todo lo que yo soy En efecto, tengo en mí, al lado de la tendencia a ser temporalmente, la tendencia a ser nada más, a ser sin límites, de una manera absoluta. La primera tendencia es limitada, la segunda prolonga la primera al infinito. Cuando la tendencia a ser absolutamente se ejerce también en el sentido de la modificación de mi situación temporal, ella se descarría, cae en la trampa de la ilusión de los sentidos, comete el pecado original.
Mi necesidad de ser no puede encontrar su realización, por el contrario, sino en la plena aceptación de mi situación temporal tal como ella es en cada instante. Yo no puedo salir, yo todo entero, mi Ser virtual, de mi prisión temporal, más que aceptando la condición prisionera de mi parte temporal.
Se ve entonces que las dos tendencias que hay en mí deben tener direcciones que, desde el punto de vista temporal, son exactamente opuestas. La tendencia temporal debe ir naturalmente hacia una modificación constante de mi situación temporal. La tendencia hacia el Ser debe ir hacia la aceptación entera de esta situación en cada instante. Es esta dualidad la que debo comprender bien, bajo pena de caer sea en la reivindicación, instinto de vida temporal sin freno, sin limites, sea en la resignación o instinto de muerte temporal.
La tendencia a modificar mi situación temporal y la tendencia a aceptarla serían evidentemente irreconciliables si ellas debieran actuar en el mismo plano, Pero no es así. La tendencia a modificar juega en el plano espontáneo de mi vida pasional, ella es cronológicamente la primera. La tendencia a aceptar juega en el plano de la reflexión consciente donde me veo yo mismo, donde yo soy sujeto para quien mi vida pasional es objeto.
Cuando vivo sin reflexionar, el sujeto es el yo, el Ser duerme (aunque existiendo siempre); mi deseo juega sin observador. Quiere decir entonces que lo acepto? No. El Ser duerme, él deja hacer en su ausencia, esa no es una aceptación.
Pero cuando el Ser despierta, actúa? Es que cada vez tomo consciencia de mi deseo? No. Todo funcionamiento de la consciencia reflexiva no es necesariamente el Ser. Pues la pasión, sí no hago un esfuerzo interior especial, se embraga sobre mi pensamiento y lo hace actuar. Es así, por ejemplo, que si yo condeno uno de estos deseos de los que tomo consciencia, es que un deseo contrario y momentáneamente más fuerte está embragado sobre mi pensamiento. Cuando el Ser actúa, es decir, lo hace la inteligencia independiente sin el embrague de las pasiones, ningún juicio es dirigido sobre mi deseo, mí deseo no es condenado ni aprobado. Lo que caracteriza esencialmente el juego del Ser es la sensación interior de una distinción radical entre mi deseo y yo. Yo veo mi deseo como una cosa con la que mi pensamiento no tiene nada en común. El pensamiento puro no tiene nada que mezcle su naturaleza a la del deseo. Él es enteramente otra cosa, está sobre otro plano, no está ni en pro ni en contra de lo que sea, simplemente es.
Se empieza entonces a ver lo que es la aceptación real. No es una aprobación, es una distinción, una separación. Yo acepto mi deseo cuando me separo de él, cuando yo me afirmo existiendo al lado de él, otro que él.
Vamos a ver más netamente todavía lo que es la verdadera aceptación, precisando lo que ella no es. Cuando tomo conocimiento de mi deseo sin hacer el esfuerzo interior especial que me hace distinto de él, estoy necesariamente vis-a-vis del deseo, ya sea en pro o en contra de él. En este caso, acepto el obstáculo del mundo que todo deseo encuentra virtualmente. En el conflicto donde el mundo y yo somos adversarios, yo acepto el adversario mundo, pero no acepto el adversario yo, porque mi condenación de mi deseo refrena su juego, lo rechaza. Yo acepto el mundo, pero no a mí mismo. No soy imparcial, no acepto todo,
Supongamos ahora que estoy por mi deseo, Yo me acepto. Pero esta vez no acepto el mundo-obstáculo. Yo falseo todavía el sentido del combate y me privo de sus efectos.
En qué consiste en los dos casos la ayuda que aporta a uno de los adversarios mi pensamiento reducido y parcial? Esta ayuda es inmensa, pues el pensamiento lanza en uno de los platillos de la balanza la potencialidad absoluta, infinita, que es su consecuencia. Actuando así, él no se limita a falsear parcialmente el combate, lo vuelve nulo, introduciendo una diferencia cualitativa infinita entre los combatientes.
La verdadera aceptación simultánea de mi deseo y del mundo-obstáculo es mi presencia arbitrando el combate sin intervenir en él. Es una presencia indiferente al resultado; presencia distinta que, aceptando cada uno de los adversarios con su naturaleza propia, rehúsa agregar a la temporalidad del uno o del otro la potencialidad infinita del pensamiento a la cual ellos no tienen ningún derecho. Esta presencia – es necesario comprenderlo – no es una actitud interior. En los dos casos de trampa que hemos visto: trampa de reivindicación o trampa de resignación, había una actitud. El pensamiento subordinado por el ser temporal y precipitado en él, tomaba allí forma descriptible, yo me portaba de cierta manera. En la aceptación total, al contrario, donde el pensamiento es puro, donde no hay más trampa, no hay actitud, no hay forma descriptible. Solamente está la forma principal indescriptible que no se deja seducir a vestir lo temporal con una máscara de absoluto.
No hay, pues, actitud en la plena aceptación. Si quisiera decir cómo soy cuando acepto totalmente, debería decir que mi pensamiento se traduce sobre el plano temporal proyectando allí un sí y un no simultáneos. Es como decir: yo soy otra cosa que
todo esto.
Lo mismo que este pensamiento puro tiene una proyección intelectual en lo temporal, hay allí también una proyección afectiva. Es el sentimiento de que el hecho que exista el combate entre mi yo temporal y el mundo-obstáculo, tal como él pueda ser, está bien. Para el pensamiento puro, para el Ser, poco importa quién gane, lo que importa es que el combate sea sin trampa. En la medida en que el Ser esté presente, él siente que el combate está bien, que está exactamente en el punto en que tendría que estar. Es así como se debe comprender la aceptación del destino, la certidumbre de que lo que me ocurre, sea lo que sea, es exactamente lo que me puede ocurrir para mejor. La aceptación justa del destino no es la aceptación de todo lo que me podrá venir en el porvenir. Eso sería irreconciliable con la aceptación de mis deseos. La aceptación justa del destino es la aceptación en el instante no en la duración (o si no, se recaería en la resignación). Esto no debe sorprender porque el Ser aceptante es intemporal. Él actúa en el instante que es el punto donde se cortan el tiempo y la eternidad.