Haciendo un Mundo Nuevo-John G.Bennett

PROLOGO Gurdjieff murió el 29 de octubre de 1949. Era un hombre extraordinario, que causó una profunda impresión en todos los que le conocieron, aunque fuese por casualidad. Cuando vino por primera vez a Europa, a principios de 1920, atrajo la atención de todos en general. Fundó una escuela en Francia, conocida por la gente como “los filósofos del bosque”, y reunió un círculo de hombres y mujeres notables, cuyas vidas cambiaron al contacto con él. Por medio de ellos, sus ideas se extendieron por el mundo, especialmente entre las gentes de habla inglesa, y su influencia ha sido mayor de lo que muchos imaginan. A pesar de eso, desde 1935 desapareció casi por completo y quedó como un enigma hasta el final de su vida. Estaba rodeado por un pequeño círculo de incondicionales seguidores, la mayoría de los cuales, después de morir él, se empeñaron en perpetuar su trabajo y publicar sus libros. De sus cuatro libros, sólo uno, “El Anunciador del Bien que vendrá” se publicó en vida suya y, en el plazo de un año fue desechado y retirado de la circulación. Su gran obra son tres libros: el primero, “Relatos de Belzebú a su Nieto”, se publicó a los pocos meses de su muerte; el segundo, “Encuentros con Hombres Notables”, diez años después, y el tercero, “La Vida es real sólo cuando yo soy”, acaba de publicarse, por fin, ahora. Los tres estaban considerados por Gurdjieff como una sola obra, con el título “Del Todo y de todas las cosas”, pero en la práctica se le puso este título sólo al primero. Tanto sus libros propios como los que hablan de él se han vendido mucho, pero queda la duda de que se hayan leído igual. Muchos han reconocido haber ojeado los “Relatos de Belzebú” de Gurdjieff, sin llegar a comprender de qué se trataba; muy pocos los han leído por completo y menos aún son los que han afirmado que comprendían cuál era su propósito al escribirlo. Esto puede, en parte, darnos una idea de las causas por las que, a pesar de la publicación de sus libros y de la enorme difusión del libro de Ouspensky, “Fragmentos de una Enseñanza desconocida”, que ha llegado a considerarse como el más autorizado sumario de sus ideas, Gurdjieff sigue siendo una incógnita. Sus obras están en las librerías, donde generalmente las colocan entre las de religión o las de ocultismo, pocas veces entre las de filosofía o de ciencia, a pesar de que él proclamaba que su aportación era, al mismo tiempo, científica y filosófica. Lo cierto es que se trata de un manifiesto a la humanidad, que la misma humanidad empieza a estar dispuesta a escuchar. Esto queda demostrado porque, ahora, casi veinticinco años después de su muerte, se está prestando un nuevo interés a él y a su obra. Sus libros se leen y se discuten de otra forma diferente. Aparecen por todo el mundo, en especial por los países de habla inglesa, grupos que se dedican al estudio y a la práctica de sus ideas. Muchos de los que dirigen estos grupos no han tenido más contacto con su método que a través de lo que han leído. El mismo aseguraba que no era posible transmitir la esencia de sus enseñanzas solamente por medio de los libros, con lo que siembra la duda sobre el valor de lo que se está haciendo ahora. Nos encontramos ante un fenómeno muy frecuente: un pensador, sorprendentemente original, muy por delante de su tiempo, causa impacto en sus seguidores inmediatos; pero, en general, no es comprendido ni aceptado por sus contemporáneos. Tienen que pasar una o varias generaciones antes de que empiece a despertarse algún interés. Esto es lo que ha pasado con Gurdjieff. Su resurgir se ha notado especialmente entre los jóvenes que se interesan por sus enseñanzas, ya que ven en Gurdjieff a un profeta de la Nueva Era y esperan que vuelva cuando haya pasado la actual crisis de la humanidad. Ven en él una ruptura con el pasado y una forma de comprender las necesidades del futuro. Hay algo que añadir a esto, y es la creencia de que, de alguna forma, Gurdjieff no está como un “lobo solitario”, sino que pertenece a una tradición que no depende del tiempo y, por tanto, no le afectan las alteraciones de la vida, siendo, pues, capaz de iluminar los cambios de nuestro mundo. En libros y periódicos aparecen montones de manifestaciones personales sobre la impresión que produjo Gurdjieff en los que trabajaron con él durante muchos años, o simplemente le conocieron por casualidad. Todas son inevitablemente subjetivas ya que Gurdjieff era un verdadero enigma que presentaba una faceta diferente a cada persona y en cada ocasión. Su propio relato, que solamente podremos encontrar en la Tercera Serie de sus escritos, “La vida es Real sólo cuando yo soy”, es más revelador que ningún otro, y tenemos la suerte de que este libro esté a punto de publicarse. El principal motivo de que las opiniones personales sean de tan poco valor es que Gurdjieff fue, desde el principio hasta el final, un investigador que, con el fin de cumplir la misión de su vida, experimentaba, por diferentes medios, con cualquier forma de vida o de conducta. Puedo asegurar que en mí siempre inspiró amor y una confianza total. Yo nunca dudé que él quería ayudarme a cumplir la misión de mi propia vida y que estábamos unidos en un propósito común, que era presentar a la humanidad una visión de “el Hombre, el Mundo y Dios”, más aceptable que la que hoy día puede ofrecer la psicología, la ciencia y la religión. Dedicó la primera mitad de su vida a esta empresa, que es la mayor de todas, y la segunda la destinó a compartir con los demás las conclusiones que había sacado. En esto no tuvo éxito completo, ya que casi todos los que trataban estaban obsesionados con sus propios problemas personales y se empeñaban en verlo como “su” maestro. El se compadecía mucho y se entregaba sin reservas. A veces se revelaba contra la estupidez y estrechez de sus propios seguidores y se marchaba intentando buscar otro camino mejor para cumplir su misión. Hay que añadir que la impresión que producía en la gente era sin necesidad tergiversada por la costumbre que se había impuesto deliberadamente de “pisar con fuerza el callo que más doliese a todo el que encontraba a su paso”. Lo que de verdad importaba era el mensaje de Gurdjieff y su aplicación al mundo actual. También es vital que nosotros podamos formar nuestra propia opinión sobre si su mensaje era algo particular suyo o formaba parte de un mensaje mayor procedente de una fuente más alta. Al escribir este libro me he propuesto especialmente examinar este aspecto de la vida y obra de Gurdjieff; averiguar si hay que considerar a Gurdjieff como un fenómeno aislado o, por el contrario, representa a una tradición cultural que ha existido, existe ahora y, además, tiene influencia en las necesidades presentes y futuras de la humanidad. Se dedican dos capítulos a demostrar que las “escuelas de la sabiduría” han existido en Asia Central y, por tanto, es de suponer que existan hoy día. Para estudiar la posible conexión de Gurdjieff con las “escuelas de sabiduría”, será necesario seguir el hilo de sus propias investigaciones, que es un segundo hilo que encontramos a lo largo del libro. El tercer hilo son las ideas de Gurdjieff en sí mismas y los métodos que empleaba para transmitirlas a sus seguidores. Toda la obra gira en torno a lo que llamo en el capítulo 8 la “pregunta de Gurdjieff”. Esta pregunta y la respuesta que él encontró nos lleva a la conclusión de que Gurdjieff dejó un mensaje, de gran importancia en nuestros días, y que deberíamos dedicarnos a descifrarlo y poner en práctica su advertencia. La pregunta es: ¿Cuál es el sentido y el significado de la vida sobre la tierra en general, y de la vida humana en particular? La pregunta no surge de forma explícita en la primera y segunda serie de los escritos de Gurdjieff. Esta es, sin duda, una razón de por qué han sido capaces de ver, por encima del Gurdjieff hombre o al maestro y al profeta de la Nueva Era. En los tiempos venideros, la humanidad se verá obligada a plantearse esta pregunta: “¿Para qué estamos aquí?”. Esta rotunda pregunta se convertirá, con todo su realismo, en nuestro principal problema cuando nuestro estúpido egoísmo e insensata actitud ante la vida en la tierra y, por descontado, la tierra misma, se hayan desmoronado ante la inexorable marcha de los acontecimientos. A pesar de esta pregunta unificadora, no ha sido fácil combinar los tres cabos de la liada madeja de la vida de Gurdjieff sin algunas repeticiones y referencias cruzadas. He intentado conseguir una coherencia en el contexto de las ideas, antes que seguir un orden cronológico o la estructura del “sistema” de Gurdjieff. El mismo Gurdjieff usaba pocas veces la palabra “sistema” y, en cambio, insistía en que la estructura de nuestro proceso mental no está capacitada para comprender el mundo real. El empleaba el término “Razón Objetiva” para designar la facultad del hombre perfecto que combina la visión beatífica de la Religión con la Razón Pura de Kant y lo completa con la posesión de un Ser que es imperecedero. El propósito de todo individuo debe ser conseguir algún grado de Razón Objetiva, para lo que debe estar decidido a perder su confianza en los procesos normales de pensamiento. La forma que tenía Gurdjieff de presentar sus ideas era aparentemente caótica y a menudo contradictoria; pero, si se estudia a fondo, descubre una unidad de propósito muy coherente. Esto es lo que he tratado de descubrir. Esto ha requerido el estudio de las obras de Gurdjieff publicadas, así como la Tercera Serie, no publicada hasta ahora, y muchas notas de las conferencias y charlas que dio entre 1915 y el final de su vida. He usado también mi propio diario y cartas escritas desde 1923, cuando llegué por primera vez al Instituto de Fontainebleau, hasta 1948 y 1949, que lo veía con frecuencia en París. He tenido la suerte de poder usar los apuntes, muy extensos, y el diario que me dio Miss Gladys Alexander, que conoció a Gurdjieff desde 1922 hasta su muerte y pasó muchos años en el Instituto. Era uno de sus alumnos más aventajados. También he usado las notas que me dio otra alumna inglesa, Miss Elinor Crowdy, que acabó siendo maestra de las ideas de Gurdjieff. Estoy muy agradecido a los miembros del grupo que trabajó con Gurdjieff en París durante los años de la guerra, por dejarme copias de las asambleas, que me han facilitado un valioso enfoque de su último período de enseñanza 1941-48. Pero, por encima de todo, estoy agradecido a los miembros de su familia, que me han permitido inspeccionar sus apuntes personales, pasaportes y otros documentos oficiales, permitiéndome así comprobar fechas y lugares que, en caso contrario, hubiesen quedado en simples conjeturas. También me han dado autorización para copiar referencias de sus trabajos no publicados que están en mi poder. Difícilmente hubiese sido posible el trabajo, de no estar yo familiarizado con los países de Oriente Próximo donde Gurdjieff vivió y trabajó durante más de la mitad de su vida. Por desgracia, no he tenido la suerte de satisfacer mis deseos de viajar con calma por el Turquestán, pero he conocido a varias personas de esta región: Sartos y Uzbags, Turcos y Tártaros, de los cuales, algunos eran derviches, perfectos conocedores de la importancia de sus tradiciones. Me he dado cuenta a menudo de la fuerte sensación de calor que se nota viajando hacia el este de Estambul a Kars y también por Persia hacia el río Amu Darya, el antiguo Oxus, ese río maravilloso que ha visto durante 10.000 años las migraciones de los hombres, llevando consigo viejas culturas y permitiendo que se establezcan otras nuevas. El río es todavía un imán para todos los que sientan algo por la antigüedad del hombre. Pero ¡ay!, la época de esplendor de en-Nehir, el río, como se le llama con cariño, se ha consumido. Ahora ese poco más que una frontera, una cortina de agua que separa a gentes que deberían estar compartiendo sus ideas, como han venido haciendo durante miles de años. Bokhara, Samarkanda y Tashkent, nombres que evocan tan maravillosas imágenes de gloria del pasado se han convertido en ciudades modernas y centros industriales. La Antigua Sabiduría está buscando “verdes bosques y nuevos pastos” en el Oeste. Una de las razones de que Gurdjieff y su vida tengan tanto atractivo para los jóvenes de hoy es la sensación de que ha abierto un canal para que fluyan por él de nuevo las aguas de la vida. Algunos han asegurado haber conocido a los Maestros de la Sabiduría, pero Gurdjieff trajo sus enseñanzas e hizo de ellas una forma de vida práctica, adaptada al mundo moderno, no sólo útil al individuo, sino a toda la humanidad. La vida de Gurdjieff parece haber sido un fracaso si la medimos con sus esperanzas y aspiraciones. Su Instituto se hundió; dejó tras él muy pocos discípulos notables. Sus libros se han leído más como una curiosidad que como un presagio del nuevo mundo. Gurdjieff tomó deliberadamente todas las medidas posibles para evitar que lo convirtiesen en objeto de devoción. A la poderosísima influencia que ejercía en todos los que lo conocían la llamaba Zvarnoharno, que es lo mismo que el hvareno Avestán, una señal de un ser superior o “aura de majestad”. Su actitud cínica era uno de los medios que empleaba para tratar de desviar esa veneración que se tributa a los héroes. Siguió su trayectoria hasta que, en 1935, abandonó sus deseos de consolidar su Instituto, para dedicarse sobre todo, hasta el final de su vida, a la preparación individual de personas que interpretasen sus ideas. En principio, buscó escritores, a los que entrenó de forma especial. Entre estos había algunos que no llegaron nunca a ser famosos como Kathryn Hulme y René Daumal, pero escribieron excelentes libros. Tenía buenos alumnos en América, pero evitó que se formase ninguna organización. A todo el que tenía capacidad para la iniciación, lo animaba para que formase su propio grupo. Si encargaba que se hiciese algo, normalmente se lo encomendaba a dos, tres o más, por separado, con lo que creaba confusión y envidia. Otra precaución más que tomaba era exponer sus ideas de muchas formas, siempre sin concretar y muchas veces despistando. Nadie podía considerarse con derecho a decir: “Esta es la enseñanza que hemos recibido de Gurdjieff. Está completa y es satisfactoria e inmutable. Esto es lo que tenemos que transmitir”. Aún así, por desgracia, algunos de sus seguidores dijeron eso precisamente. No dejó tras sí ningún conato de organización, ni una doctrina fija, ni designó un sucesor. Dejó un pequeño grupo de alumnos que, con cariño y dedicación, se dedicaron a realizar su trabajo de la misma forma que se había hecho con ellos, transfiriéndolo a los que estaban preparados para aceptarlo, sin modificarlo ni añadirle nada de otras fuentes. Yo he seguido una línea que difiere algo. He considerado siempre a Gurdjieff como mi maestro y, pocos días antes de su muerte, prometí esforzarme, hasta donde fuese posible, para que sus ideas fuesen entendidas y aceptadas. Me di cuenta de que, para esto, tenía que trabajar y hacer algo por mí mismo. Creo que ahora lo estoy haciendo y he aceptado el desafío de llevar mi propio pensamiento a quienes pueda interesar.