¿Qué es mentir?
Como se entiende en el lenguaje ordinario, mentir quiere decir distorsionar o en algunos casos esconder la verdad, o lo que la gente cree que es la verdad. Esta mentira juega un papel muy importante en la vida; pero hay formas mucho peores de mentir, cuando la gente no sabe que miente. En la última conferencia dije que en nuestro estado actual no podemos conocer la
verdad, y que sólo podemos conocerla en el estado de conciencia objetiva. ¿Cómo podemos
mentir entonces? Parecería que hubiera una contradicción en esto; pero en realidad no la hay.
No podemos conocer la verdad, pero podemos pretender que la conocemos. Y esto es mentir:
La mentira llena toda nuestra vida. La gente pretende que sabe toda clase de cosas: sobre
Dios, sobre la vida futura, sobre el universo, sobre el origen del hombre, sobre la evolución,
sobre todas las cosas; pero en realidad no sabe nada, ni siquiera sobre sí misma. Y cada vez
que habla sobre algo que no sabe como si lo supiera, miente. Por lo tanto el estudio de la
mentira llega a ser de capital importancia en la psicología.
Esto nos puede llevar a la tercera definición de la psicología, que es: el estudio de la mentira.
La psicología se interesa particularmente en las mentiras que el hombre dice y piensa sobre sí
mismo. Estas mentiras hacen muy difícil el estudio del hombre. El hombre, tal cual es, no es
un artículo auténtico. Es la imitación de algo, y hasta una muy mala imitación.
Imagínense a un científico de un remoto planeta que reciba de la tierra muestras de flores artificiales, sin saber nada de las flores verdaderas. Le será extremadamente difícil el definirlas-explicar su forma, su color, el material del que están hechas, es decir, alambre, algodón, y papel coloreado- y el clasificarlas en cualquier forma.
La psicología se encuentra en una posición muy similar en relación con el hombre. Tiene que
estudiar a un hombre artificial, sin conocer al hombre real.
Ciertamente, no es fácil estudiar a un ser como el hombre, cuando él mismo no sabe lo que es
real ni lo que es imaginario en él. Por esta razón la psicología tiene que comenzar por separar
lo que es real de lo que es imaginario en el hombre.
Es imposible estudiar al hombre como un todo, porque el hombre está dividido en dos partes:
una que, en algunos casos, puede ser casi toda real, y la otra parte que, en algunos casos,
puede ser casi totalmente imaginaria. En la mayoría de los hombres corrientes estas dos
partes están entremezcladas, y no se pueden distinguir fácilmente, aunque ambas estén allí, y
ambas tengan su propio significado y efecto.
En el sistema que estamos estudiando, estas dos partes son llamadas esencia y personalidad.
La esencia es lo innato en el hombre.
La personalidad es lo adquirido. La esencia es lo que le es propio. La personalidad es lo que
no le pertenece. La esencia no se puede perder, no se le puede cambiar o dañar tan fácilmente
como a la personalidad. La personalidad puede ser cambiada casi completamente con el
cambio de las circunstancias; se puede perder o dañar fácilmente.
Si trato de describir lo que es la esencia, debo decir, ante todo, que es la base de la
constitución física y mental del hombre. Por ejemplo, un hombre es por naturaleza lo que se
llama un buen marinero, otro no lo es; uno tiene oído musical, otro no lo tiene; uno tiene
capacidad para idiomas, otro no. Esta es la esencia.
La personalidad es todo lo que se ha aprendido de una u otra manera; en lenguaje ordinario,
“consciente” o “inconscientemente”. En la mayoría de los casos “inconscientemente” significa
por imitación, lo que, en efecto, desempeña un papel muy importante en el desarrollo de la
personalidad. Aun en las funciones instintivas, las que naturalmente deberían estar libres de
personalidad, hay generalmente muchos así llamados “gustos adquiridos”, es decir toda clase
de gustos y aversiones artificiales, todos adquiridos por imitación e imaginación. Estos gustos
y aversiones artificiales desempeñan un papel muy importante y desastroso en la vida del
hombre. Por naturaleza, al hombre le debería gustar lo que es bueno para él y tener aversión a lo que es malo para él. Pero esto es así sólo mientras la esencia domina a la personalidad,
como debería hacerlo; en otras palabras, cuando un hombre es sano y normal. Cuando la
personalidad comienza a dominar a la esencia, y cuando el hombre se vuelve menos sano,
comienza a gustarle lo que es malo para él y a disgustarle lo que le es bueno.
Esto está relacionado con la causa principal de lo que puede estar mal en las relaciones
mutuas entre la esencia y la personalidad.
Normalmente, la esencia debe dominar a la personalidad. En ese caso la personalidad puede
ser verdaderamente útil. Pero si la personalidad domina a la esencia, esto acarrea pésimos
resultados.
Se debe comprender que la personalidad es también necesaria para el hombre; no podemos
vivir sin la personalidad y sólo con la esencia. Pero la esencia y la personalidad deben crecer
paralelamente, y la una no debe desarrollarse más que la otra.
Entre personas sin cultura pueden ocurrir casos en que la esencia se desarrolla más que la
personalidad. Los así llamados hombres simples pueden ser muy buenos, y aun hasta hábiles,
pero son incapaces de desarrollarse de la misma manera que otros con personalidad más
desarrollada.
Entre la gente más culta, a menudo se encuentran casos en que la personalidad está más
desarrollada que la esencia y en tales casos la esencia permanece en un estado a medio crecer
o a medio desarrollo.
Esto significa que con un rápido y temprano desarrollo de la personalidad, el crecimiento de
la esencia prácticamente se puede detener en una muy temprana edad y vemos como resultado a hombres y mujeres de apariencia adulta, pero cuya esencia permanece en la edad de diez o doce años.
En la vida moderna hay muchas condiciones que favorecen enormemente este subdesarrollo
de la esencia. Por ejemplo, la afición por el deporte, especialmente por la competencia
deportiva, puede detener muy efectivamente el desarrollo de la esencia y algunas veces a tan
temprana edad que ya nunca se puede recuperar totalmente.
Esto nos muestra que no se puede considerar a la esencia como conectada solamente con la
constitución física, en el sentido simple de esta idea. Con el fin de explicar más claramente lo
que quiere decir la esencia, debo regresar una vez más al estudio de las funciones.
En la última conferencia dije que el estudio del hombre comienza con el estudio de cuatro
funciones: intelectual, emocional, motriz e instintiva. Según la psicología ordinaria y según el
pensamiento ordinario, sabemos que las funciones intelectuales, pensamientos, etc., son
controlados o producidos por cierto centro que le llamamos “mente” o “intelecto” o “cerebro”.
Y esto es muy justo. Sin embargo, para ser totalmente justos, tenemos que comprender que
cada una de las otras funciones son también controladas por su propia mente o centro. Por lo
tanto, desde el punto de vista de esta enseñanza, hay cuatro mentes o centros que controlan
nuestras acciones ordinarias: mente o centro intelectual, centro emocional, centro motor y
centro instintivo. En lo sucesivo, al referirnos a ellos, los llamaremos siempre centros. Cada
centro es totalmente independiente de los demás, tiene su propia esfera de acción, sus propios
poderes y sus propias formas de desarrollo.
Los centros, es decir, su estructura, sus capacidades, sus lados fuertes, y sus defectos le pertenecen a la esencia. Su contenido, es decir, todo lo que cada centro adquiere, le pertenece a la personalidad. Más adelante explicaremos el contenido de los centros.
Como ya lo he dicho, la personalidad es tan necesaria para el desarrollo del hombre como lo
es la esencia, sólo que tiene que estar en el sitio que le corresponde. Esto es casi imposible,
porque la personalidad está llena de ideas equivocadas sobre sí misma. No quiere ocupar el
sitio que le corresponde, porque el sitio que le corresponde es secundario y subordinado; y no
quiere conocer la verdad sobre sí misma, porque conocerla querrá decir abandonar su falsa
posición dominante, y ocupar la posición inferior que en realidad le pertenece.
El estado actual de falta de armonía del hombre está determinado por las equivocadas posiciones relativas de la esencia y de la personalidad. Y el único camino para salir de este estado de desarmonía es el conocimiento de sí mismo.
Conocerse a sí mismo… Este fue el primer principio y la primera demanda de las antiguas escuelas de psicología. Todavía recordamos las palabras, pero hemos perdido su significado.
Nosotros creemos que el conocernos a nosotros mismos quiere decir conocer nuestras
peculiaridades, nuestros deseos, nuestros gustos, nuestras capacidades y nuestras intenciones,
cuando en realidad lo que quiere decir es conocernos a nosotros mismos como máquinas, es
decir, conocer la estructura de la propia máquina, sus partes, la función de las diferentes
partes, las condiciones que rigen su trabajo, y así sucesivamente. En forma general nos damos
cuenta de que no podemos conocer ninguna máquina sin estudiarla. Debemos recordarlo
cuando se trata de nosotros mismos y tenemos que estudiar nuestras propias máquinas como
máquinas. El medio para este estudio es la observación de sí mismo. No hay otra manera y
nadie puede hacer este trabajo por nosotros. Tenemos que hacerlo nosotros mismos. Pero
antes de ello, tenemos que aprender cómo observar. Quiero decir, tenemos que comprender el
lado técnico de la observación: debemos saber que es necesario observar diferentes funciones
y distinguir una de otra, recordando, al mismo tiempo; acerca de los diferentes estados de
conciencia, acerca de nuestro sueño y acerca de los numerosos “yoes” que hay en nosotros.
Tales observaciones darán muy pronto resultados. Lo primero que notará un hombre es que no puede observar imparcialmente todo lo que encuentra en sí mismo. Algunas cosas le pueden agradar, otras le fastidiarán, lo irritarán, hasta lo horrorizarán. Y no puede ser de otro modo.
El hombre no se puede estudiar a sí mismo como a una estrella remota o como a un fósil raro.
Naturalmente, le agradará en él lo que favorece su desarrollo y le desagradará lo que hace su
desarrollo más difícil, o hasta imposible. Esto quiere decir que inmediatamente después de
empezar a observarse a sí mismo, comenzará a distinguir rasgos útiles y rasgos dañinos en sí
mismo, es decir, útiles o dañinos desde el punto de vista del posible conocimiento de sí, de su
posible despertar, de su posible desarrollo. Verá en él lo que puede llegar a ser consciente y lo
que no puede llegar a ser consciente y tiene que ser eliminado. Al observarse a sí mismo, debe
recordar siempre que el estudio de sí es el primer paso hacia su posible evolución.
Debemos ver ahora cuáles son aquellos rasgos dañinos que el hombre encuentra en sí mismo.
En términos generales, todas son manifestaciones mecánicas. La primera, como ya se ha dicho, es mentir. La mentira es inevitable en la vida mecánica. Nadie puede escaparse de ella, y cuanto más uno cree que está libre de la mentira tanto más está uno en ella. Tal cual es la vida no podría existir sin la mentira. Pero desde el punto de vista psicológico, la mentira tiene otro significado. Quiere decir hablar sobre cosas que uno no conoce, y que inclusive no puede
conocer, como si uno las conociese y como si las pudiese conocer.
Ustedes deben comprender que no estoy hablando desde ningún punto de vista moral. No hemos llegado aún a la cuestión de lo que es bueno y de lo que es malo por sí. Hablo sólo desde
un punto de vista práctico, de lo que es útil y de lo que es dañino para el estudio de sí y para el desarrollo de sí.
Comenzando de esta manera, el hombre aprende muy pronto a descubrir señales por las que
puede conocer en sí mismo las manifestaciones dañinas. Descubre que cuanto más puede
controlar una manifestación, tanto menos dañina puede ser, y que cuanto menos pueda
controlarla, es decir, cuanto más mecánica sea, tanto más dañina puede llegar a ser.
Cuando el hombre comprende esto llega a tener miedo de mentir, repito, no por causas morales sino porque no puede controlar su mentira, y porque la mentira lo controla a él, es decir, a sus otras funciones.
El segundo rasgo peligroso que encuentra en sí mismo es la imaginación. Inmediatamente
después de comenzar la observación de sí llega a la conclusión de que el obstáculo principal
para la observación es la imaginación. Quiere observar algo, pero en vez de ello, comienza en
él la imaginación sobre ese algo, y se olvida de la observación. Muy pronto se da cuenta de
que la gente le da a la palabra “imaginación” un significado totalmente artificial y totalmente
inmerecido, en el sentido de facultad creativa o selectiva. Se da cuenta de que la imaginación
es una facultad destructiva, que él nunca puede controlar, y que siempre lo arrastra lejos de
sus decisiones más conscientes en una dirección que no tenía intención de seguir. La
imaginación es casi tan mala como la mentira; es, de hecho, mentirse a sí mismo. El hombre
comienza a imaginar algo para darse un placer, y muy pronto comienza a creer en lo que
imagina, o al menos en parte de ello.
Además, o quizá aun antes, uno encuentra muchos efectos muy peligrosos en la expresión de
las emociones negativas. El término “emociones negativas” expresa todas las emociones de
violencia o depresión: compasión de sí mismo, cólera, suspicacia, miedo, fastidio,
aburrimiento, desconfianza, celos, etc. Ordinariamente uno acepta la expresión de estas
emociones negativas como algo muy natural y hasta necesario. Muy a menudo la gente la
llama “sinceridad”. Por supuesto no tiene nada que ver con sinceridad; es simplemente un
signo de debilidad en el hombre, un signo de mal genio y de incapacidad de guardar para sí
los motivos de queja. El hombre se da cuenta de esto cuando trata de oponérseles. Y al
hacerlo aprende otra lección. Se da cuenta de que a las manifestaciones mecánicas no basta
con observarlas, es necesario resistirse a ellas, porque si no se les resiste uno no puede
observarlas. Aparecen en forma tan rápida, tan habitual, y tan imperceptiblemente, que es
imposible notarlas si no se hacen esfuerzos suficientes para crearles obstáculos.
Luego de la expresión de emociones negativas uno nota en sí mismo o en otras personas otro
curioso rasgo mecánico. Es el hablar. No hay nada dañino en el hecho mismo de hablar. Pero
en algunas personas, especialmente en aquellas que lo notan menos, es en realidad un vicio.
Hablan todo el tiempo, donde quiera que estén, mientras trabajan, mientras viajan, y hasta
mientras duermen. Nunca dejan de hablarle a alguien, si hay alguien con quien hablar, y si no
hay nadie se hablan a sí mismos.
Esto, también, no sólo debe ser observado sino resistido tanto como sea posible. Uno no puede observar nada si no controla su hablar, y todos los resultados de las observaciones se
evaporarán de inmediato al hablar.
Las dificultades que tiene para observar estas cuatro manifestaciones, mentir, imaginar, la
expresión de emociones negativas y el hablar innecesario, le demuestran al hombre su total
mecanicidad y la imposibilidad que tiene hasta de luchar contra esta mecanicidad si no cuenta con ayuda, es decir, sin un nuevo conocimiento y sin una ayuda directa. Porque aun si un hombre ha recibido cierto material, se olvida de usarlo, se olvida de observarse a sí mismo; en otras palabras, vuelve a caer en el sueño y debe ser despertado siempre.
Esta “caída en el sueño” tiene ciertas características propias definidas, desconocidas en la
psicología ordinaria. Estas características requieren un estudio especial.
Hay dos. La primera se llama identificación.
“Identificarse” o “la identificación” es un curioso estado en el cual el hombre pasa más de la
mitad de su vida. Se “identifica” con todo: con lo que dice, con lo que siente, con lo que cree,
con lo que no cree, con lo que desea, con lo que no desea, con lo que le atrae, con lo que le
repele. Todo lo absorbe, y no puede separarse a sí mismo de la idea, del sentimiento o del
objeto que lo absorbe. Esto quiere decir que en el estado de identificación, el hombre es
incapaz de ver imparcialmente el objeto de su identificación. Es difícil encontrar una cosa, por
pequeña que sea, con la cual el hombre no se pueda “identificar”. Al mismo tiempo, en estado
de identificación, el hombre tiene aun menos control sobre sus reacciones mecánicas que en
cualquier otro momento. Manifestaciones tales como el mentir, el imaginar, la expresión de
emociones negativas, y el hablar constante, necesitan de la identificación. No pueden existir
sin la identificación. Si el hombre pudiera liberarse de la identificación, se liberaría de
muchas manifestaciones inútiles y tontas.
En la Philokalia, que fue mencionada en la primera conferencia, está admirablemente bien
descrita la identificación, su significado, sus causas y sus efectos. Pero en la psicología
moderna no se puede encontrar ni rastro de esta comprensión. Es un “descubrimiento
psicológico” completamente olvidado.
El segundo factor productor de sueño, emparentado con la identificación, es la consideración.
En realidad “considerar” es identificarse con las personas. Es un estado en el cual el hombre
se preocupa constantemente acerca de lo que otras personas piensan de él; si lo tratan como se merece, si lo admiran suficientemente, etc., etc. El “considerar” desempeña un papel muy
importante en la vida de todo el mundo, pero en algunas personas se convierte en una
obsesión. Todas sus vidas están repletas de consideración; es decir, de preocupación, de duda,
y de sospecha, y no queda lugar para nada más.
El mito del “complejo de inferioridad” y otros “complejos” se ha creado por los fenómenos
vagamente percibidos pero no comprendidos de la “identificación” y de la “consideración”.
Tanto la “identificación” como la “consideración” deben ser estudiadas muy seriamente. Sólo
el conocimiento cabal de ambas puede disminuirlas. Si uno no puede verlas en sí mismo,
puede verlas fácilmente en otras personas. Pero se debe recordar que uno no difiere en forma
alguna de los demás. En este sentido todas las personas son iguales.
Regresando a lo que se dijo antes, debemos tratar de comprender más claramente cómo debe
comenzar el desarrollo del hombre, y de qué manera el estudio de sí mismo puede ayudar en
este comienzo.
Desde el primer instante encontramos una dificultad en nuestro lenguaje. Por ejemplo, queremos hablar de un hombre desde el punto de vista de la evolución. Pero la palabra “hombre”
en el lenguaje ordinario no admite ninguna variación o gradación. El hombre que nunca es
consciente y que ni siquiera lo sospecha, el hombre que está luchando para llegar a ser
consciente, el hombre que es plenamente consciente: todo es lo mismo en nuestro lenguaje.
En todos los casos es siempre el “hombre”. Con el fin de obviar esta dificultad y para ayudar
al estudiante a clasificar sus nuevas ideas, esta enseñanza divide al hombre en siete
categorías.
Las tres primeras categorías están prácticamente en el mismo nivel.
El hombre N° 1, un hombre en el cual los centros motor e instintivo predominan sobre el intelectual y el emocional, es decir, el hombre físico.
El hombre N° 2, un hombre en el cual el centro emocional predomina sobre el intelectual, el
motor y el instintivo. El hombre emocional.
El hombre N° 3, un hombre en el cual el centro intelectual predomina sobre el emocional, el
motor y el instintivo.
El hombre intelectual.
En la vida ordinaria encontramos sólo estas tres categorías de hombre. Cada uno de nosotros y
todos los que conocemos, es un hombre N° 1, N° 2 o N° 3. Hay categorías superiores de
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hombres, pero los hombres no nacen perteneciendo ya a estas categorías superiores. Todos
nacen N° 1, 2 ó 3, y alcanzan categorías superiores sólo pasando a través de escuelas.
El hombre N° 4 no nace como tal. Es el producto de una cultura de escuela. Difiere de los
hombres N° 1, 2 y 3 por el conocimiento de sí mismo, por la comprensión de su posición y,
como podríamos expresarlo técnicamente, por haber adquirido un centro de gravedad
permanente. Esto último quiere decir que la idea de adquirir la unidad, la conciencia, un “Yo”
permanente, y la voluntad -es decir, la idea de su desarrollo- ha llegado a ser para él más
importante que sus otros intereses.
Debemos agregar a las características del hombre N° 4, que sus funciones y sus centros están
mejor equilibrados, de una manera tal que no podría equilibrarlos sin trabajar sobre sí mismo,
de acuerdo con los principios y métodos de una escuela.
El hombre N° 5 es un hombre que ha adquirido la unidad y la conciencia de sí. Es diferente
del hombre ordinario, porque en él ya trabaja uno de los centros superiores, y tiene muchas
funciones y poderes que un hombre ordinario, es decir, un hombre N° 1, 2 ó 3 no tiene.
El hombre N° 6 es un hombre que ha adquirido la conciencia objetiva. Otro centro superior
trabaja en él. Posee muchas más nuevas facultades y poderes, más allá de la comprensión del
hombre ordinario.
El hombre N° 7 es un hombre que ha alcanzado todo lo que un hombre puede alcanzar. Tiene
un “Yo” permanente y una voluntad libre. Puede controlar todos los estados de conciencia en
sí mismo y ya no puede perder nada de lo que ha adquirido. De acuerdo con otra descripción,
él es inmortal dentro de los límites del sistema solar.
La comprensión de esta división del hombre en siete categorías es muy importante, ya que la
división tiene muchísimas aplicaciones en todas las formas posibles de estudio de la actividad
humana. En manos de aquellos que la comprenden es una herramienta o instrumento muy
fuerte y muy fino para la definición de manifestaciones que, sin ella, son imposibles de
definir. Tomen, por ejemplo, los conceptos generales de religión, de arte, de ciencia y de
filosofía. Comenzando por la religión, podemos ver de inmediato que debe haber una religión
del hombre N° 1, esto es todas las formas de fetichismo, no importa como se les llame; una
religión del hombre N° 2, es decir una religión emocional, sentimental, que llega algunas
veces hasta el fanatismo, hasta las formas más crudas de la intolerancia, hasta la persecución
de los herejes, y así sucesivamente; una religión del hombre N° 3, esto es, una religión
teórica, escolástica, llena de argumentos sobre las palabras, las formas, los ritos, lo que viene
a ser más importante que cualquier otra cosa; una religión del hombre N° 4, esto es, la
religión del hombre que trabaja en el desarrollo de sí; una religión del hombre N° S, esto es la
religión del hombre que ha alcanzado la unidad y puede ver y saber muchas cosas que los
hombres N° 1, 2 y 3, no pueden ver ni conocer; luego una religión del hombre N° 6 y una
religión del hombre N° 7, sobre ninguna de las cuales podemos saber nada.
La misma división se aplica al arte, a la ciencia y a la filosofía. Debe haber un arte del hombre
N° 1, un arte del hombre N° 2 y un arte del hombre N° 3; una ciencia del hombre N° 1, una
ciencia del hombre N° 2, una ciencia del hombre N° 3, una ciencia del hombre N° 4, y así
sucesivamente. Ustedes deben tratar de encontrar ejemplos por su propia cuenta.
Esta expansión de conceptos aumenta enormemente nuestra posibilidad de encontrar soluciones adecuadas a muchos de nuestros problemas.
Esto significa que la enseñanza nos da la posibilidad de estudiar un nuevo lenguaje, es decir,
nuevo para nosotros, que nos permitirá conectar ideas de categorías diferentes que en realidad están ligadas, y separará ideas, aparentemente de la misma categoría, que en realidad son diferentes.