CADA HOMBRE ES UNA ISLA
Durante los últimos años con Gurdjieff me asombró ver resurgir toda la exuberancia de mis viejos problemas y rebeldías. Estaba tan obsesionada por la insatisfacción conmigo misma y mis autoacusaciones, que temía no poder descubrir nunca su causa, o, al descubrirla, no hallar su cura. Mis noches estaban pobladas de estos temores, y a menudo me despertaba al cabo de un largo sueño de estar siendo perseguida por todas las jaurías del cielo.
Las palabras exactas que me obsesionaban eran las siguientes: ‘Feliz aquel que tiene un alma, feliz aquel que no la tiene. Pero pesar y dolor para aquel que la tiene en concepción y no la desarrolla’
Como siempre, cuando uno está lleno de autorrecriminaciones, es muy ‘humano’ concentrarse en los defectos de otros. Debo de haber sido insufrible: sermoneando a todas mis amistades cuando debería haberme ocupado de mí misma.
‘Hablamos mucho’, decía yo, ‘pero nada pasa. Ninguna de ustedes está dispuesta a moverse rápidamente; dicen que quieren sacar provecho de la enseñanza de Gurdjieff, pero sólo si pueden absorberla en dosis pequeñas y en el momento en que están dispuestas. Con semejante actitud no queda más alternativa que ver pasar el tren de largo. No es algo que se pueda tomar en la medida que uno quiere es necesario estirarse con toda la fuerza para poder tomarlo, o dejarlo; pueden contar se entre los afortunados si llegan a apresar algo mientras pasa de largo. Porque el tren no espera; son ustedes los que tienen que estar a la espera y vigilantes y estar dispuestos a hacer el esfuerzo o se quedarán atrás. Es necesario que cambien el centro de gravedad, de la “vida” a esta “otra cosa”. Con esa actitud negativa se dejan arrastrar por la corriente, esperando que algún día… Yo no pertenezco a las actitudes negativas, me destruirían. Huyo de ellas, obsesionada por la convicción de que soy parte de otra cosa, que debo dejar de adaptarme al status quo. Es necesario hacer un esfuerzo cien veces mayor que el normal, y aun así, sólo se obtiene lo que permiten las propias células del cerebro. Es necesario estar siempre preparado, listo para lanzarse a correr.’
Afortunadamente, habiendo aprendido lo suficiente acerca del juego de la paja-y-la viga como para darme cuenta de que sermoneaba lo que no estaba practicando, decidí hablar con Madame de Salzmann y pedirle ayuda. Siempre me había resultado fácil acercarme a ella, y sabía que ella más que nadie comprendía ciertas cosas en cierto ámbito: el ámbito en el cual, si habías progresado suficientemente con Gurdjieff, él se comunicaba contigo casi sin palabras.
‘Me resulta difícil hablar con Gurdjieff, le dije. ‘Tengo tanto respeto por él que una informalidad semejante me parece irreverente.’
‘Lo se’, dijo. ‘Pero quizás haya alguien del grupo en quien confies y con quien puedas hablar del modo en que no puedes con el señor Gurdjieff.’
‘Confio en usted’, le dije, ‘y estoy decidida a evitar poner entre usted y yo una distancia que me impida hablar. Creo que usted hasta puede comprender mi rebeldía.’
Se rió y citó unas líneas de My Thirty Years’War: ‘¿La realidad es tu mayor enemigo?’ Luego preguntó: ‘¿De qué quieres hablar?’
‘¿Puedo explotar? le pregunté. ‘Sólo esta vez. Después ya no será necesario.’
‘Por supuesto’, contestó.
De modo que empecé: ‘Mi sufrimiento se puede reducir a una cuestión básica’, dije. ‘No puedo dedicar todo mi tiempo al trabajo Gurdjieff; me imposibilita todo lo demás. Deseo escribir. Creo que tengo cosas para decir. Pero no es cuestión de intentar decirlas si no tengo el tiempo de darles forma: única manera de que tengan algún valor. En otras palabras: arte.’
No contestó. Esperaba.
Convoqué todas mis fuerzas e intenté expresar mi problema con claridad: mi necesidad de estar en cierto ‘estado’ antes de producir algo creativo; y la tortura de interrumpir ese estado cuando la conciencia me dice ‘deberías estas haciendo algo más importante’. ‘A menudo’, dije, ‘recuerdo el dicho de Gurdjieff de que los datos personales de cada uno son tan diferentes de los de los otros como las huellas digitales, y que nadie comprende los estados subjetivos de los demás. Tal como lo veo, cada hombre es una isla. Mi isla es el lugar en que me siento libre para vivir, sin interrupciones, mis “estados” No puedo escribir decentemente a menos que se me permita esta condición de concentración. No puedo hablar bien a menos que primero pueda entrar en una especie de trance-no el tipo de trance psíquico, ¿comprende?, sino un estado personal especial y prolongarlo hasta que surga el humor creativo. Para que haya un libro, debo poder concederle un período de vida concentrado, exclusivo, Es como tocar el piano. Abandoné eso hace mucho tiempo pero el otro día estuve sola toda la tarde y me senté al piano y toqué durante largo tiempo. Horas más tarde llegaron otros a la casa y no podía verlos con claridad, todo en el cuarto vibraba y yo sentía que flotaba en el aire. Mis ojos ardían, mi rostro sonreía, y no podía detenerme; miraba los rostros borrosos que me rodeaban como si no tuvieran derecho a hablarme, a sacarme de un mundo al cual no pertenecían porque jamás habían vivido en él. Con la escritura se produce el mismo fenómeno. La mínima interrupción, la mínima desviación, hace imposible que conserve el estado necesario. Una vez que se entra en él, y los pensamientos comienzan a encontrar forma, es una agonía ser sacado de allí, ser forzado a entrar nuevamente en las vibraciones entrecortadas de la vida ordinaria; la creación se detiene, todos los pensamientos y emociones que podría haber tenido se pierden. Estas emociones estranguladas jamás pueden revivir. Una vez que se rompe la autohipnosis, nunca más se recuerda lo que allí había.
‘De nada vale recordar las palabras de Gurdjieff “Hasta yo fui alguna vez un hombre enfermo de arte”. Las recuerdo demasiado bien. Intenté renunciar a mis “estados”: intenté, tal como me pedía Orage, “escupir” un libro en vez de ponderarlo. Pero no funciona. Oh, sí, puedo hacerlo, ¿pero cuál sería el resultado? Ese libro sería un fracaso; mediocre como miles de otros que no merecen una atención artística porque han sido escritos sin intención artística.
‘Está bien, se podría decir: “Bueno, no escribas entonces”. Pero es lo único que sé hacer. Gurdjieff no les dice a las personas que abandonen su empleo o su profesión. Por el contrario, les dice: “Haz tu trabajo, pero pon mi trabajo en primer plano”. Bueno, eso no lo puedo hacer. Si el trabajo de Gurdjiefftiene que asumir el primer lugar en mi vida, tendré que renunciar al resto; no puedo realizar mi trabajo de escritora en segundo lugar, no tendría calidad.’
Estaba hablando tan rápido y con tanta vehemencia que no me detuve para ver cuál era la actitud de mi interlocutora. ‘Puedo describirle estos estados tal cual son… recuerdo una tarde en Le Cannet, en que estaba escuchando la radio. Flagstaad cantaba “Un Rêve” (de Grieg, creo), yo escuchaba y miraba un olivo por la ventana. Las hojas apenas se movían en el aire quieto. “No son plateadas”, me dije al ritmo de la canción; “son de oro blanco como mis brazaletes”… y de pronto estaba en un estado onírico que encajaba en el sueño de Grieg. El embrujo continuó una vez que la canción había terminado, y antes de que llegara la noche había comenzado a escribir mi nuevo libro.
‘¿Se da cuenta? Es necesario entregar la propia vida por un libro; antes, durante y después de escribirlo, durante todas las revisiones. Si tengo que renunciar a mis estados autoinducidos no tendré nada acerca de qué escribir, perderé todos los pensamientos y sentimientos que hacen que un libro sea bueno.’
Me detuve y se produjo una larga pausa.
Luego la oí decir: ‘Margaret, estás exagerando’.
De pronto, yo estaba tan quieta como ella. Luego pensé:’Quizás exagero’.
Ella dijo: ‘¿Por qué quieres tener pensamientos y sentimientos como el resto de las personas? Estoy esperando el momento en que lo que me digas sea diferente de lo que me dicen todos los demás; algo que sea auténtico, lo tuyo propio’.
Esto me alarmó y exasperó tanto que quedé sin aliento para responder. Una nueva ira me sobrecogió: ‘Pero no estoy diciendo lo que dicen todos los demás’, dije para mis adentros. Lo que estoy diciendo es auténtico, y es interesante. Siempre he dicho cosas muy interesantes, y sé que la mayoría de las personas que hablan contigo son incapaces de escribir un buen libro para salvar sus vidas.
Como uno que se ahoga vi el remolino de mis ideas desenvolverse ante mis ojos. Me parecía que necesitaba horas para decir todo lo que quería decir; pero lo dije en silencio, para mis adentros, como en un delirio febril.
‘¿Cómo se puede imaginar que se puede llegar a la creación artística a través de una energía dividida? ¿Que se puede entregar toda la energía al trabajo Gurdjieff y escribir un libro con lo que sobra? ¿Con qué facilidad se piensa que un escritor produce pensamientos y emociones en formas que valgan la pena de ser registradas? ¿No recuerda las palabras de Orage?: “El mero trasmitir ideas no es arte sino destreza, cuando no es mero comercio. Por encima y más allá del deseo de comunicar ideas, existe para el artista que escribe el deseo de convencer, de que sus ideas perduren en la mente de los otros; en resumen, el arte es un medio de poder. Expresarse no le es suficiente: desea dejar una huella. Los lectores sienten hacia él la repulsión y la atracción que siente el pájaro por la serpiente. Instintivamente saben que allí hay poder, y le temen. El estilo es sólo el medio adoptado por los grandes escritores para hacer más atractivo su poder. El estilo le otorga gracia al poder. Debemos escribir como si Homero y Demóstenes fueran nuestros jueces, como si nuestra vida dependiera de su aprobación… Toda perfección es fruto del sacrificio. El arte es perfecto cuando parece naturaleza”. ‘¿Cree que Orage “escupió” esas frases? Por supuesto que no. Eso es imposible. El sacrificio requerido es el sacrificio de otras actividades. ¡Piense en Proust! ¡Qué bueno que estaba enfermo y tuvo que encerrarse en un cuarto! Y piense en el científico que cuando se enteró de que se estaba volviendo ciego dijo: “Alors, j’aurai moins de distractions”.(“Entonces tendré menos distracciones”).
Pero de toda mis violentas reflexiones no pronuncié una sola palabra. En cambio, al mismo tiempo que cruzaban vertiginosamente por mi mente, me daba cuenta de que había otros pensamientos acompañando a éstos, lo que me hizo sospechar que estaba discutiendo el tema equivocado. Simultáneamente escuchaba en mi interior:¿Qué le importa a esta persona silenciosa lo que yo le estoy diciendo? Mientras me escucha estará pensando en cualquier otra cosa, en cosas importantes para mí y para todos los demás que se acercan a hablarle. Todo este tiempo ha estado ocupada con una pregunta como: “¿Cuándo terminará de sufrir en vano esta persona tan gesticuladora que está a mi lado, y cuándo comenzará, antes de que sea demasiado tarde, a transformarse en lo que puede llegar a ser? ¿O seguirá escribiendo libros interesantes y escuchando bella música? Con seguridad pronto se dará cuenta de que eso no es suficiente”.’
No sé cuánto tiempo permanecimos en silencio, o durante cuánto tiempo estuve imaginando lo que ella pensaba, pero finalmente dije: ‘Me doy cuenta de que lo que he estado describiendo es un estado de frenesí, como dice Pitágoras; y de que, como enseñó Gurdjieff: hacer arte es usar esa “energía más fina” que debería ser usada para el desarrollo del ser.’
Ella seguía en silencio de modo que continué.
‘Me doy cuenta de que ahora debo hacer otra cosa, esa otra cosa por la que he estado trabajando durante muchos años sin comprender cómo vivirla.’
Me sonrió.
Trataré’, dije, haré lo que me diga.’
Durante el largo verano que siguió a esta conversación me fueron dados ejercicios especiales: ejercicios simples, muy dificiles o no tan dificiles, repetidos una y otra vez, con intervalos, luego cambiados. Comencé como un niño que aceptó ciegamente realizar una tarea.
‘Pero ¿cómo sabré cuando he logrado algo?’ le pregunté a Jeanne de Salzmann.
‘Lo único que puedo decirte’, contestó, ‘es que sabrás.’
Esta vez no me rebelé contra una frase que, en palabras, no decía nada. Creí que si seguía trabajando como me era pedido llegaría a esa certeza, a ese saber diferente. Durante esos meses pensé mucho acerca de la enseñanza de Gurdjieff relativa a la sugestionabilidad del hombre, a su autohipnosis. Y una mañana me desperté como si durante la noche hubiera vivido toda una larga vida. Y me dije: ‘Me he des-hipnotizado, no tendré que “perderme a mí misma” todo el tiempo ahora, estoy verdaderamente des-hipnotizada’. Y otra noche, después de volver a leer las viejas y maravillosas abstracciones, no podía dormir, tan fuerte era mi convicción de que ahora significaban menos que antes para mí. Las había considerado mi tesoro particular, mi única relación posible, creía, con el superconocimiento de Gurdjieff. Ahora me daba cuenta de que el tipo de conocimiento que Gurdjieff había tratado de enseñarme era la clase de percepción que acababa de tener: la vacuidad de las palabras e ideas mientras no hayan sido incorporadas en un proceso: el conocimiento hecho carne, hecho ser. Pensé: ‘Quizás acabé para siempre con mi necesidad de alimentarme sólo con alimento mental’
Estas experiencias, estos momentos de percepción, me parecian auténticos. Mi nueva visión de mí misma era que mi vida pasada, de ardor y frenesí, estaba hecha de papel. Y pronto me di cuenta de que escuchaba música de manera diferente, consciente de que no estaba completamente perdida en ella,y que no era necesario escuchar todo el tiempo. Con seguridad, pensé, esto es parte del proceso por el cual, según Gurdjieff, salimos gradualmente de la autohipnosis en la que vivimos.
Le conté mis reflexiones a mi paciente interlocutora. ‘Sí, quizás sean experiencias auténticas.”
Eso fue todo lo que dijo.
Entonces, una mañana tuve esa visión de la vida del ‘alma’ que describí antes. Nuevamente busqué a Jeanne de Salzmann
¿’Es este, entonces, ese proceso más elevado que el mero “razonar”? ¿Es esto lo que usted llamó “sabrá”? ¿Estoy en lo cierto?’
‘Si, contestó, esto muestra un crecimiento en tu comprensión. Loque has visto es absolutamente correcto. Esto es visión interior: verdad. Esto es “ver”. Pero cuidado. En esos momentos se ve, y a veces puede quedar algo de esa comprensión. Pero sólo será completo cuando “veas” todo el tiempo. Y eso será un impulso para no continuar del mismo modo que hasta ahora. Te dará la necesidad de cambiar más, de ir más allá, de seguir buscando…