(En el recuerdo de Fritz Peters
Teoría del Alma: Reencarnación y Recurrencia A la edad de diez años el americano Fritz Peters fue a parar al Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre, conocido como el “Prieuré” de Avón, en las cercanías de Fontainebleau. Corría el año de 1924. Ocasionalmente los breves encuentros entre maestro y asistente -Peters jamás consideró ser uno de los discípulos, en sentido estricto, que habitaban la residencia- servían para mantener diálogos, aparentemente corrientes, sobre aspectos de la vida que un niño difícilmente podía escuchar en conversaciones habituales, y menos comprender el sutil significado que encerraban. En una de aquellas conversaciones Peters escuchó de labios del maestro su particular doctrina sobre el alma, radicalmente distinta a la difundida por la enseñanza tradicional. Para Gurdjieff: “…En occidente, tu mundo, existe la creencia de que el hombre tiene alma, dada por Dios. No es así. Nada es dado por Dios, sólo la naturaleza da. Y la naturaleza solamente da la posibilidad de alma, no da alma. Hay que adquirir el alma a través del trabajo… El hombre verdadero es sólo consciente, solamente desea adquirir alma para el desarrollo adecuado”69. Un estupefacto Peters que afirma no comprender lo que oía, aunque presentía algo importante en ello, siguió atento al discurso: “… La conciencia real solamente puede ser adquirida por el trabajo, aprendiendo a comprenderse a sí mismo en primer lugar. Incluso tu religión, la religión occidental tiene esta frase: conócete a ti mismo. Esta frase es de lo más importante en todas las religiones. Cuando comienza a conocerse a sí mismo, ya comienza a tener la posibilidad de convertirse en hombre genuino…, la primera cosa a aprender es conocerse a sí mismo mediante la observación de sí mismo”. El hombre, visto por las religiones tradicionales como un compuesto de cuerpo-alma, recibe en la teoría de Gurdjieff un duro tratamiento al verse de pronto desligado de su dimensión trascendente, pues, ahora, debe luchar con denuedo para completar lo que la naturaleza humana, guardiana celosa, esconde en sí misma. Y al igual que una madre protectora no entregará jamás a su retoño más querido a cualquier que lo reclame presentando como única dote el hecho de poseer una envoltura carnal, sino que , Recordando, 117 exigirá un cortejo, largo y doloroso periodo de prueba, que demuestre la idoneidad del candidato, así la madre naturaleza negará el acceso al Reino de los Cielos a todo ser carente de la “sustancia primordial” que le haga ser verdadero Hijo de Dios, y que ha de adquirirse “con el sudor de la frente”, pues ya no cuenta con el privilegio del Paraíso ni con la protección graciosa del Padre. Para Gurdjieff el alma no es un hecho, es sólo una posibilidad. Así pues, todos los esfuerzos del hombre común u “ordinario” –como el maestro solía denominar al hombre no desarrollado- deberían estar encaminados a procurarse el pasaporte hacia la inmortalidad. Y es entonces cuando comienza la verdadera “tragedia” para el buscador que recibe los primeros rayos de un conocimiento situado más allá de la percepción sensible, sin cuya participación no es posible alcanzar ninguno de los niveles más elevados de evolución interior o espiritual. Si bien este desarrollo de las potencialidades humanas es factible, los individuos que consiguen cristalizar un cuerpo inmortal es, según Gurdjieff, exiguo. Quizá uno o dos en una o en varias generaciones, lucirán la palma del triunfo ganada en una durísima carrera de obstáculos a través del túnel del tiempo. El libro de recuerdos de Peters narra el esclarecedor ejemplo que Gurdjieff, a modo de metáfora, utilizó para enseñar a su joven pupilo la posibilidad de convertirse en hombre verdadero, es decir, en cierto modo inmortal . Peters debería dar una estimación aproximada del número de bellotas contenidas en un antiguo roble que desde tiempo hermoseaba el jardín del Prieuré. Varios miles de bellotas pendían del árbol. Pero ¿cuántas de ellas se convertirán en árboles? Sin temor a equivocarse la respuesta lógica sería de unas pocas. Una o quizá ninguna –afirmó Gurdjieff- germinaría con éxito e iniciaría el largo proceso hacia transformarse en roble: “La naturaleza hace muchas bellotas, pero la posibilidad de convertirse en árbol existe para pocas bellotas. Igual que con el hombre, muchos hombres nacen, pero sólo algunos crecen”. Gurdjieff entendía la inmortalidad del alma humana dentro de los límites de nuestro sistema solar. Su cosmología comprendía El Absoluto, Todos los Mundos, Todos los Soles, El Sol, Todos los Planetas, La Tierra y La Luna. Nuestro Sol sería el destino del hombre perfecto o nº 7. . Ante esta contundente declaración cabe interrogarse por el destino de la casi totalidad de los seres que no evolucionan lo suficiente en sus vidas, y cuyas expectativas quedan –sean o no conscientes de ello.- reducidas a una existencia banal, dominada por la esclavitud a la que nos somete el tirano ego, en una contienda absurda, sin vencedor ni vencido, prolongada durante nuestra vida. Sin embargo, para los condenados a no evolucionar la Naturaleza tiene guardada una importante tarea. La Naturaleza aprovecha todo el patrimonio que le es posible. Nada se desperdicia en esta creación: “El resto se convierte en fertilizante,
vuelven a la tierra y crean la posibilidad para más bellotas, más hombres, de vez en cuando hay más árboles, más hombres reales”. Por tanto, la calidad del fertilizante dará lugar a una mayor presencia futura de seres espiritualmente desarrollados, destinados a ser guías de otros por el camino que lleva a ocupar el lugar que nos corresponde en el Sol. La insistencia en la observación de sí mismo, típica de una escuela de Cuarto Camino, intenta convertir la bellota – al iniciado- en roble, aunque por un extraño deseo de la Naturaleza ello suponga, en apariencia, un fracaso estrepitoso. Si somos capaces de ver más allá de este destino que
aguarda al “Buscador de la Verdad”, comprenderemos que la misión de un maestro es atraer fertilizante que, una vez depurado, pueda utilizarse como abono para la
aparición de un hombre futuro –dotado de una Moral Objetiva- que sea merecedor del excelso título de “Hijo de Dios”.