EL CAMINO DEL GUERRERO-Ropp

Mi pregunta acerca de si Bennett pertenecía al club era obviamente infructuosa. No
podemos juzgar el ser de otra persona. El único beneficio de estudiar la vida de otra persona es alcanzar una comprensión de las leyes que operan en ella. Dos tipos de leyes gobiernan nuestra vida: leyes de las que podemos escapar y leyes ineludibles. La libertad consiste en vivir bajo la menor cantidad posible de leyes y reemplazar por leyes intencionales y hechas por nosotros mismos aquellas leyes que imponen las circunstancias externas. Richard Burton, traductor de las Mil y Una Noches, expresaba esta idea en The Kasidah of Haji Abdu El-Yezdi
Haz lo que tu hombría te pide que hagas De nadie más que de ti mismo esperes recibir aplausos Quién más noblemente vive y más noblemente muere Es quién hace y sigue su propia ley.
Richard Burton, que muy probablemente era un miembro activo del club, tenía mucho en
común con Bennett. Ambos pertenecían a la categoría de los apuestos mesomorfos que, además de estar dotados de gran fuerza física, poseen mentes de primera clase y una curiosidad insaciable respecto de los misterios de la vida. Los miembros de este grupo siempre viven
La Casida de R. Burton está traducida al español pero no hay traducción disponible en la web.
peligrosamente, y están a punto de morir varias veces en su vida antes de que les llegue la
muerte.
Bennett no era la excepción. Apenas acababa de entrar en la vida adulta cuando se vió
envuelto en la masacre de la Primera Guerra Mundial. El 21 de marzo de 1918 yacía en el campo de batalla con una grave herida en la cabeza y el cuerpo lleno de metralla. La herida hizo que una parte suya se separara del cuerpo físico. Pudo observar, con una cierta curiosidad desapegada, los esfuerzos que hacía un cirujano para cerrar sus heridas. Esta temprana experiencia de casi muerte, de entrar en un mundo en el que todas las percepciones cambiaban y no se necesitaba del cuerpo físico, lo impresionó tan profundamente que afectó todo el curso de su vida. Se convirtió, a la edad de veinte años, en uno de los “muertos que han regresado”. Sabía que era posible abandonar el cuerpo físico y entrar en una dimensión diferente. También sabía que era posible volver de esa dimensión y entrar nuevamente en el cuerpo. Este tipo de conocimiento no le es dado a cualquiera.
Ese conocimiento empezó casi de inmediato a influir en su destino. Durante ese estado de
semi muerte había ingresado a lo que Hesse llamaba “los Archivos de la Liga” y había
vislumbrado los enormes tesoros que contenían. A nadie que haya entrado a los Archivos,
aunque sea muy brevemente, puede satisfacerles ya los juegos de la vida ordinaria. A esas
personas les parecen ridículas la competitividad y la ambición desmedida de riquezas y de fama.
Hasta el arte y la ciencia se le hacen insuficientes. Sólo son útiles como plataforma. El juego que supera a todos los otros está más allá de la ciencia y del arte, aunque pueda incorporarlos a ambos. Supone hacer el Viaje al oriente, volver a nuestro lugar de origen.
El Viaje al oriente de Bennett lo llevó literalmente hacia el este. Había aprendido turco y
fue designado como jefe de la Oficina de Inteligencia británica en lo que era en ese tiempo
Constantinopla. Sólo tenía veintitrés años pero lo pusieron en un puesto tan importante que
venían a consultarlo hombres que por su edad podrían haber sido sus abuelos. A su oficina
llegaban eunucos y chambelanes del palacio del Sultán, espías, informantes, intrigantes, asesinos y chismosos. Jóven, alto, apuesto en su uniforme bien cortado, con sus botas lustradas, distante, sereno, maduro y a la vez juvenil, representaba el tipo de hombre que le había dado esplendor a Gran Bretaña y cuya carnicería sin sentido durante la Primera Guerra fue en gran parte responsable de su declinación.
En la Constantinopla de 1920-21 había verdadero temor a una guerra religiosa por parte
de los Aliados. Temían un alzamiento de los musulmanes, liderados por los deviches, que
buscaban recuperar la gloria del Islam y la liberación de todos los musulmanes del yugo
extranjero. Había 150 millones de musulmanes que eran súbditos del rajá británico, en India,
Malaya y África. Los derviches eran bien conocidos como luchadores fanáticos. Un tipo de
revuelta como ésta podía resultar muy grave, sin duda.
Por lo tanto se le ordenó al joven Bennett que se moviera con discreción en ciertos
círculos de la sociedad turca y que averiguara qué estaban haciendo los derviches. Así fue como asistió a los encuentros de los derviches Mevlevi y presenció los ejercicios de giros que eran usados por los derviches como medio para “dirigir el alma hacia Dios”. También visitó el tekke de los Rufa’i en la costa asiática del Bósforo. Allí vió como un anciano derviche acostado en el suelo pasaba una afilada cimitarra por su abdomen. Otros dos derviches se paraban sobre la cimitarra, que parecía cortar en dos al anciano. Éste permanecía totalmente en calma, levantaba la espada y pasaba el pulgar derecho trazando una línea donde había estado la espada. Su cuerpo, que prácticamente había estado cortado en dos partes, ya no tenía marca alguna. Bennet, que examinó la espada, comprobó que era tan afilada como una navaja. Más adelante vió demostraciones de ese mismo tipo y no le quedó ninguna duda de que, por medio de ejercicios especiales, es posible adquirir poderes extraordinarios sobre el cuerpo físico.
Tanto Ouspensky como Gurdjieff estuvieron en Constantinopla en esa época, y Bennett
los conoció a ambos. De Ouspensky aprendió, ya en el primer encuentro, la idea de la
transformación del hombre, que formaba la base de toda la enseñanza de Ouspensky.
“Usted supone que todos los hombres están al mismo nivel,” le dijo Ouspensky. “En
realidad un hombre puede ser tan diferente de otro como una oveja lo es de un repollo. Hay siete clases distintas de hombres.”
En un pedazo de papel Ouspensky dibujó un diagrama con siete compartimientos. En los
compartimientos más bajos estaban el hombre instintivo, el emocional y el mental. En el
siguiente estaba el hombre en transición. En los tres compartimientos superiores estaban el
hombre integrado, el hombre consciente y el hombre perfeccionado. Todas las personas que
normalmente conocemos pertenecen a las tres primeras categorías: son dominados por el
instinto, la emoción o el pensamiento. Todos los seres de las categorías superiores se han
transformado; han llevado a cabo ciertos cambios por medio del trabajo intencional sobre sí
mismos.
“Si el hombre aspira a la transformación,” dijo Ouspensky, “debe primero adquirir
equilibrio y armonía entre sus instintos, sus emociones y sus pensamientos. Esta es la primera
condición para la transformación correcta. El hombre transformado adquiere poderes que son incomprensibles para la gente ordinaria. Aún el hombre número cinco – el hombre integrado – es para nosotros un superhombre.”
Osupensky terminó abruptamente su explicación y no volvió a tocar el tema. Lo que no
dijo, y lo que más tarde Bennett y todos sus otros discípulos aprendieron, es que el trabajo de
armonizar el instinto, la emoción y el intelecto es tan difícil que pocos lo emprenden y son aún
menos los que tienen éxito.
Varios años después Bennett tuvo una directa demostración de este hecho. Había
conocido a Gurdjieff en Constantinopla y, más tarde, cuando se abrió el Instituto para el
Desarrollo Armónico del Hombre en Francia, fue trabajar en él. El trabajo era intensivo y
extenuante. Para Bennett esto fue especialmente cierto ya que sufría de disentería, que había
contraído en Smirna cuatro años antes. Estaban tan débil que apenas podía levantarse de la
cama, y sin embargo se esforzaba para continuar, y aún para realizar cierto ejercicio por más
tiempo que la mayoría de los otros estudiantes. Había perdido todo sentido del pasado y del
futuro, sólo era consciente de la agonía presente que significaba forzar su debilitado cuerpo para continuar moviéndose. Gurdjieff lo vigilaba atentamente. Bennett se hizo consciente de que existía una exigencia no expresada, que a la vez le infundía ánimo y constituía una promesa. No debía darse por vencido aunque el esfuerzo lo matara.
De pronto descubrió que le llegaba un enorme poder. Todo su cuerpo parecía haberse
convertido en luz, y no podía sentir su presencia de manera habitual. Su cuerpo débil y rebelde se había vuelto fuerte y obediente. Ya no sentía los lacerantes dolores abdominales que lo habían atormentado durante días. Tan grande era este flujo de energía que no podía descansar aún cuando el ejercicio había terminado. Se dirigió a la huerta junto a la cocina y pasó algún tiempo cavando vigorosamente, y luego se fue a dar un paseo por el bosque de Fontainebleau. En uno de los senderos del bosque se encontró con Gurdjieff. Sin más preliminares Gurdjieff se puso a hablar en turco sobre las energías que operan en el hombre.
Se necesitaba una cierta energía para trabajar sobre sí mismo. Nadie podía hacer
esfuerzos a menos que tuviera un suministro suficiente de esta energía. Se podría llamar Energía Emocional Superior. Todos, por un proceso natural, acumulaban una pequeña porción de esta energía cada día. Si se la empleaba correctamente nos permitía avanzar mucho en el propio perfeccionamiento. Pero de esa manera sólo podíamos llegar hasta cierto punto. La
transformación del Ser que era indispensable para alguien que quisiera cumplir con el propósito de su existencia requería de una concentración mucho mayor de Energía Emocional Superior que la que venía a nosotros de forma natural.