LA INOCENCIA ESENCIAL CONSCIENTE
He aquí la cualidad inicial indispensable para abordar a Gurdjieff: la inocencia. La inocencia del niño que exclama al ver pasar el cortejo: “¡El rey está desnudo!”
Es algo que existe a toda edad. Ese trocito de infancia conservado intacto a pesar de las calamidades de la vida, a pesar de la “educación”, es oro. El vestigio del oro sin el cual, como lo saben todos los alquimistas, no se llegará a hacer oro…
Si Gurdjieff le daba a un niño aunque fuera una pasa, la madre se precipitaba: “¿Qué se
dice?” Silencio del niño. La madre insistía hasta que el niño terminaba por decir “gracias” con
una vocecita mecánica. Entonces la madre, como una ladrona sorprendida con las manos en la masa, sentía caer sobre sí palabras vibrantes de cólera: “Usted, madre, se caga en fuente donde sentimientos verdaderos surgirán más tarde. . . malogra todo futuro. . .”
Cuando los niños se sentaban a la mesa del señor Gurdjieff, como si fueran personas mayores, entre sus padres, era para nosotros un espectáculo encantador. No tardaban en entrar al baile; quiero decir que, cediendo a una provocación sutil, se comprometían sin la menor reserva en la especie de actividad lúdica o dialéctica que el maestro inventaba
precisamente a la medida de ellos…
Nosotros los “adultos” también estábamos expuestos a provocaciones de este género, a las cuales, debo decir, era difícil resistirse pues Gurdjieff, con una atención a lo concreto verdaderamente diabólica, percibía cada uno de nuestros movimientos interiores, y según avanzáramos o retrocediéramos, modificaba su juego…
A menudo por prudencia nos agarrábamos a nuestra posición de simples espectadores.
Para los niños es el inverso: todo lo que no han probado antes es irresistible. Por eso los atrae el juego.
El juego es “la actividad seria por excelencia, porque nadie puede oponerse a sus
reglas”. Requiere la participación completa del jugador ¿Juegas? ¿O no juegas?”
Y sin embargo, cuando termine la partida no moriré: la regla del juego se abolirá. Otra mucho más grande y más difícil de descifrar tomará su lugar…
El destello de malicia que se enciende en los ojos del niño pequeño cuando despierta a la noción del juego, el desafío que brilla en los del atleta antes de la competencia, la imperturbable calma tras la que el jugador de ajedrez disimula el golpe que prepara, expresan, a pesar de las apariencias, la misma resolución…
Sostendría de buena voluntad que no hay sino un juego arquetipo, del cual todos los otros, a pesar de la diversidad aparente o real de sus reglas, no son sino variantes.
Este juego se formularía así: trata (de ganar). Tal como eres, ahí, inmediatamente, mídete, descubre quién eres…
El niño que acaba de nacer, en esos instantes en que reposa, todavía ciego, en brazos de su madre, aún no se cuestiona nada. En cuanto haya abierto los párpados, comenzará a hacerse preguntas. Puesto que todo termina con el sufrimiento, la decadencia, y finalmente la muerte, parapetarlo como dentro de un redil, detrás de espesos muros de ideologías tranquilizantes, no serviría sino para engañarlo. Es preferible hacerle escuchar a los tigres que rondan siempre por el exterior de los muros. Al menos ellos son verdaderos…
Si el inocente escapa de la “masacre de los inocentes”, o dicho de otra manera, del apaleo de la virtud por el vicio, si conserva un corazón puro a pesar de la maldad, de la picardía y de la violencia que detentan el poder, entonces le será dada como contraparte la palabra mágica, la astucia gracias a la cual triunfará. La Biblia, Las Mil y Una Noches, la fábula, la leyenda, los cuentos, los mitos (desde la Tierra del fuego hasta Alaska) abundan en historias de este género…
Las fuerzas demoníacas son exterminadas o reducidas a la esclavitud por la paciencia y
por la astucia del más débil…
Es por esto que Gurdjieff llamó un día a su enseñanza el camino del hombre ladino.
Creo que amaba demasiado a los seres humanos para engatusarlos prometiéndoles
“entrar al cielo con las botas puestas”.
Su astucia iba dirigida contra todas las formas de lo que llamaba la auto-satisfacción, en particular contra la que consiste en que, habiendo encontrado un gurú, se le sigue ciegamente, cesando todo esfuerzo y renunciando al uso de toda crítica…
Él vino para despertar al ser humano, si no es ya demasiado tarde, recordándole su dignidad, no para anestesiarlo…
Algunos lo vieron como Merlín el Mago, otros como el diablo; y éstos no son más que dos de los numerosos aspectos que era capaz de tomar…
Para sostener su mirada había que tener a la vez los ojos cándidos e indefensos de un niño recién nacido y la mirada penetrante, atenta a la menor señal, del cazador solo en el monte…
¿Era nuestro compañero de juego, o más bien una regla del juego, aún desconocida, que él mismo encarnaba y que no nos sería revelada sino en la práctica misma del juego?
No estoy seguro de que mi pensamiento sea suficientemente claro. Quizá la expresión
“veracidad del juego” tenga mejor significado que “la regla del juego”. En el sentido en
que se dice que un músico toca verazmente…
Es evidente que el juego que jugaba Gurdjieff con las situaciones cómicas, absurdas, odiosas o ridículas en las que colocaba a veces a sus alumnos era de un extremado rigor. Y en este juego al que él mismo se dejaba llevar voluntariamente, siempre jugaba verazmente…
“Muy bien, insiste un lector, apremiado por conocer mi conclusión. ¿Ha encontrado usted finalmente al verdadero Gurdjieff?”
¿Quién podría jactarse de haberlo jamás encontrado?
El maestro terrestre le da a uno una cita solamente para mostrarle la dirección, la del maestro interior que tiene un nombre: consciencia o esencia. Él le hace descubrir a usted que ya es súbdito de ella pero que no lo sabía…
Después de lo cual él desaparece. Se funde con el cielo… y continúa hacia la Fuente…
René Zuber