TESTIMONIOSDE DISCÍPULOS DE GURDJIEFF.CÓMO APRENDÍ QUIÉN ERA ÉL.- Genevieve Lief (Extractos)

Es costumbre, en el transcurso habitual de la vida, relatar tan pronto como sea posible, los acontecimientos importantes que en ella ocurren. Y, ciertamente, esta prisa es indispensable para quien quiere evitar que el tiempo empañe el brillo de sus recuerdos o altere su exactitud.
Pero la experiencia vivida junto a un Maestro Espiritual obedece a leyes diferentes, porque entonces el acontecimiento no se inscribe totalmente en las modalidades del reloj y de la situación geográfica donde ha comenzado a producirse: el acontecimiento que el Maestro provoca, consciente y voluntariamente, implica una posibilidad de prolongación. Vibra como una nota que debe engendrar sus propios armónicos, o crece como el grano confiado a la tierra en espera de su germinación.
Es éste un muy lento y muy laborioso proceso de germinación, el que me ha inhibido, hasta ahora, de expresar mi reconocimiento por lo que el señor Gurdjieff había puesto en marcha dentro de mi, mediante el impacto de ciertas experiencias que han permanecido muy vivas. Por cierto, yo no ignoraba haber recibido el germen viviente de una comprensión diferente que implicaba una ruptura esencial de equilibrio, una orientación totalmente nueva y una obligación de rectificación amenazada incesantemente. Pero durante mucho tiempo, esta vida nueva se desarrolló en mi de una manera íntima y oculta, “en un mis entrañas”, por decirlo así.
Hoy día, dado que ha llegado a ser más autónoma, tengo la posibilidad de dar testimonio de ella y compartirla con quienes están igualmente llamados a reconocer al señor Gurdjieff como su guía espiritual.
Un día en 1945, el señor Gurdjieff, viajando con algunos de sus allegados, se había detenido no lejos del lugar donde yo vivía. La señora de Salzmann y cierto grupo de sus alumnos se habían reunido con él. Yo era una de ellos.

… El señor Gurdjieff y yo caminábamos a solas por una calle de la ciudad. Recorrimos una distancia muy pequeña, sin embargo los pocos minutos de ese tiempo fueron sin duda los más importantes que me haya sido dado vivir desde mi venida al mundo. A todo lo largo de esa caminata, rigurosamente silenciosa, el señor Gurdjieff no lanzó ni una mirada en mi dirección y esbozó ningún gesto… se mantenía sorprendentemente erguido. Sentía emanar de sus pasos muy firmes y mesurados una determinación tranquila y una dignidad de rey. Sus dimensiones se transformaron, su estatura se volvió inmensa. Y cuando me fue evidente así transfigurado, él era del todo indiferente a mi presencia a su lado, me sentí completamente desconcertada.
Yo trotaba, incrédula, a lo largo de un muro de un rigor implacable, tratando vanamente de encontrar de nuevo la cálida benevolencia a la cual me había acostumbrado. Sin embargo, sentía oscuramente que esta “rigidez” impedía que mi doloroso alejamiento llegara a un total abandono. Cuando nos reunimos con los demás, tampoco recibí ni mirada, ni gesto, ni palabra. Pero dentro de mi, había nacido la certeza de que, de ahora en adelante, tendría que aprender a caminar por mi misma, sin otro apoyo que la presencia grandiosa y despiadada de esta montaña de separación y retorno.

… El día que lo vi por primera vez, a través de la señora de Salzmann y de Luc Dietrich,fui favorecida con una invitación a almorzar. El contacto fue fácil. Su acogida paternal me había hecho sentir comoda y estába feliz de sentirme tan libre y en confianza a su lado. Los demás invitados se fueron yendo uno tras otro y yo misma me despedí poco después. El señor Gurdjieff me acompañó hasta la puerta, pero antes de abrirla, inclinándose en una actitud de cortesía muy marcada, pronunció lentamente está palabras: “Entonces… ¿usted, irse? Yo… echaré de menos a usted…” luego, enderezándose y sonriendome: “… como compañera de mesa”. Me fui, colmada sin medida. No… el recuerdo de lo que me había traído a él, mi total asentimiento al impacto de sus ideas que me liberaron de un largo y doloroso cuestionamiento, luego los pocos meses de una laboriosa preparación dirigida con prudencia y fervor por alumnos de la señora de Salzmann: René y Vera Daumal -preparación que provoco tantas preguntas que quemaban y que me reservó tantos descubrimientos maravillosos -¡todo estaba olvidado! Haberlo encontrado me había proyectado hacia el corazón mismo de mi vida, pero mi búsqueda había desaparecido como si ella hubiera alcanzado su propósito. Fue algunos días más tarde -en un destello surgido de un plano más realista de mi sinceridad -que tome conciencia de mi error de interpretación y de su llamado a una relación de una calidad muy diferente. Me encontré extremadamente perturbada. Pero fue entonces cuando comencé a ver quién era él y a sentir que sólo un Maestro posee esta ciencia y este arte de despertar a la verdad nuestra ceguera.…

… El señor Gurdjieff nos había aconsejado confiar a nuestro “Ideal” el resultado de nuestros esfuerzos del trabajo interior. “Cada uno tiene un Ideal,” decidía. “Usted debe buscar el suyo”.… No encontraba un Ideal humano que alcanzar. Un día me arriesgué a declararle que el único Ideal que me parecía posible considerar era él mismo. Permaneció largo rato en silencio y finalmente el contesto: “No… esto no buena cosa… cuando la persona todavía vive”.
… Aprendí, al esforzarme en confiarle mi trabajo, que el poder espiritualizante del “Ideal” transmuta la ausencia del Maestro en presencia. Aprendí también, que la intimidad “Eseral” con el Maestro, al liberar del todo compromiso subjetivo la chispa de Vida original que duerme en nosotros, genera gradualmente un vínculo viviente en el camino de nuestra realización. La Luz cuyo reflejo había percibido en presencia de su majestuosa transfiguración, el no deja de hacerla irradiar ahora hacia nosotros en la medida en que nuestro deseo de acceder a la inteligencia de su mensaje y de aceptar su rigor sigue siendo nuestra obligación Esencial. Es así, que gracias a estas experiencias como el señor Gurdjieff ha develado para mí, en la medida en que yo era capaz de acogerlo, el misterio del Verdadero Amor. Su llamado contiene también ahora, para todos nosotros, el milagroso secreto de una mutua dependencia, como si el sufrimiento de su vida y de su obra -enteramente dedicadas a nuestra posibilidad de realización -pudiera serle devuelto por nuestro Trabajo, a la manera del “talento” del Evangelio que ha dado fruto