Todas las noches, luego de cenar, una nueva vida iniciaba. No había apuro. Algunos caminaban por el parque. Otros fumaban. Alrededor de las nueve
nos dirigíamos solos, o en grupos de dos o tres, hacia el Study House . Los zapatos quedaban afuera y nos poníamos los suaves mocasines o
zapatillas. Nos sentábamos silenciosos en el piso, cada uno en su propio almohadón, alrededor de la sala. Los hombres se sentaban a la derecha,
las mujeres a la izquierda; nunca juntos.
Algunos iban directo al escenario y comenzaban a practicar ejercicios rítmicos. Al principio, cuando habíamos arribado al Prieuré , uno tenía derecho
a elegir su Maestro para los Movimientos. Yo había elegido a Vasili Ferapontoff, un joven ruso, alto, con un rostro triste y estudioso. Usaba anteojitos
y parecía el perpetuo estudiante Trofimov en The Cherry Orchad. Era un instructor consciente que no un brillante ejecutante. Llegué a valorar su amistad,
que continuó hasta su muerte prematura 10 años más tarde. Me dijo en una de nuestras primeras conversaciones, que esperaba morir joven
Los ejercicios eran muy similares a los que había visto en Constantinopla tres años atrás. Los nuevos alumnos, como yo, empezaban con la serie
llamada los Seis Ejercicios Obligatorios. Me parecían inmensamente excitantes y trabajaba duro para dominarlos rápidamente y así poder unirme
al trabajo general de la clase.
En aquel entonces, Gurdjieff preparaba una clase especial-compuesta casi exclusivamente por Rusos-para una demostración pública-. La clase
en general podía aprender cualquier ejercicio nuevo, pero no tomaba parte en el entrenamiento especial reservado para la clase que preparaba una
Demostración.
La espontaneidad vívida del método de Gurdjieff para la creación de ejercicios, era uno de los secretos de su éxito como maestro.
Mientras los alumnos nuevos practicaban sobre el escenario, algunos de los Rusos se reunían alrededor del piano, donde Thomas de Harthmann
se sentaba erguido cómo un pájaro, con su cabeza calva.
Gurdjieff comenzaba a golpear un ritmo sobre la tapa del piano. Cuando estaba claro para todos, tarareaba una melodía o la tocaba con una sola mano
en el piano, y luego, se retiraba.Harthmann desarrollaría un tema que contenía el ritmo y la melodía. Si le salía mal, Gurdjieff le gritaba y Harthmann
le respondía gritándole furioso.
Luego, la clase más antigua sea alineaba en filas y nosotros nos parábamos a un costado para observar o retornábamos a nuestros lugares en el piso.
Gurdjieff enseñaba las posturas y los gestos de los ejercicios haciéndolos él mismo o, si eran complicados, implicando diferentes movimientos y
diferentes filas o posiciones, caminaba alrededor ubicando a cada alumno en la postura deseada.
El escenario se volvía un caos de disputas, gesticulaciones y gritos, mientras los alumnos intentaban trabajar las secuencias requeridas. De repente,
Gurdjieff daba un grito decisivo y caía un silencio de muerte.
Algunas palabras de explicación y de Harthmann volvía a tocar el mismo tema, que para entonces, había trabajado hasta convertirlo en una rica
armonía.
A veces, el resultado era espectacular, un maravilloso conjunto nunca visto antes, aparecía como por arte de magia. Otras veces, la tarea era muy
difícil y los ejercicios se desarmaban, para ser trabajados durante los días siguientes una y otra vez, durante horas.
Sumado a la serie de ejercicios, pasábamos varias horas haciendo ritmos con los pies con la música improvisada por Harthmann. A veces, Gurdjieff
usaba también el ejercicio del Stop. En cualquier momento del día o de la noche, el podría gritar: “Stop” y todos al oírlo, debíamos detener todo tipo
de movimiento. Primero los ojos debían fijarse en el objeto frente a la dirección de la mirada. El cuerpo debía permanecer inmóvil, en la postura exacta
en que se oía la palabra “Stop” y, el pensamiento presente en la mente, debía ser sostenido. En breve, cualquier movimiento voluntario debía ser
frenado y retenido. El Stop podría durar unos segundos o 5,10 minutos o más. La postura podría hacer dolorosa o hasta quizás peligrosa; pero si
éramos honestos y conscientes, no haríamos nada para calmarlo. Debíamos esperar hasta que Gurdjieff gritara “Davay” o “Continúen” y entonces
volvíamos a lo que estábamos haciendo antes.
Los ejercicios rítmicos eran a menudo, tan complicados y antinaturales, que me desesperaba aprehenderlos. Y aún así, una y otra vez, un pequeño
milagro ocurriría. Después de horas de infructuosa lucha desbordante, de repente, el cuerpo se entregaba y los movimientos imposibles de hacer,
eran hechos.
El trabajo en el Study House siempre continuaba hasta la medianoche y a veces hasta más tarde, así que rara vez teníamos tres o cuatro horas
para dormir antes de comenzar las tareas matutinas. Casi a medianoche, Gurdjieff decía: ” Kto hochet spat,mojet itti spat” o quien quiera dormir
vaya a dormir. Uno o dos se retiraban pero la gran mayoría se quedaba, sabiendo que generalmente, las explicaciones y demostraciones más
interesantes, eran dadas luego de finalizar el trabajo cotidiano.
Estos extractos fueron tomados de la autobiografía de John Bennett. La historia de una Búsqueda.