ENTRE DOS VUELOS -Henri Tracoll

P.- Es usted el que ha propuesto que nos encontrásemos aquí, en Orly, para
hablar de Gurdjieff. ¿Por qué?
R.- Quizá sencillamente porque hasta estamos dentro del ámbito habitual
de mis ocupaciones. G. decía para quien quiere conocerse, las condiciones
ordinarias son las mejores. ” Pero por otra parte reconozco que siento un interés
especial, aunque sea muy discutible, por los aeropuertos.
P.- ¿Qué quiere usted decir?
R.- Primero diré que el aeropuerto, lugar de paso, es por sí mismo revelador
de la dispersión perpetua del hombre de hoy. En ese sentido, estamos aquí en
plena “utopía”.
P.- ¿Qué entiende usted por “utopía?”.
R.- “Utopía” quiere decir literalmente “en ningún sitio”. No estamos en ningún
sitio. Y lo extraordinario es que cuando se viaja, tanto da encontrarse en un
aeropuerto como en otro, siempre es el mismo: sea en Tokyo, en Heathrow o en
Kennedy Airport, está uno siempre en el mismo aeropuerto, con enlace aéreo de
un edificio a otro.
P.- Pero no estar en ninguna parte, no es esto; esto es estar en un
aeropuerto…
R.- Un sitio para marcharse. Y más aún. Porque no s6lo los aeropuertos, sino
también los viajes aéreos se prestan a ese tipo de reflexión. No estoy en ninguna
parte, y al mismo tiempo, en algún sitio estoy, y ese sitio siempre soy yo. Esté
encima del Atlántico, de Francia o de Africa, o entre dos paisajes de nubes a 5000
metros de altura, en el momento mismo en que me percibo de nuevo, sigo estando
en el mismo cuerpo. Que sirve de vinculo a todas mis experiencias. Y es una
manera de apuntalar, en cierto modo, ese retorno a mí mismo, ese “recordar”, que
no es tributario de que las condiciones sean siempre las mismas.
P.- Pero entonces, esas condiciones, ¿más vale que sean siempre las mismas,
o es mejor que cambien?.
R.- Es uno de los problemas que no dejamos de plantearnos cada día.
Mientras yo esté en estrecha relación con las condiciones imperiosas que van
ritmando mi vida ordinaria, me parece que tengo pocas posibilidades de despertar.
Hacen falta desajustes, hacen falta experiencias en las que me encuentra fuera de
mi contexto habitual. Quizá sean necesarias las dos cosas, quizá sea necesario un
arranque, un despegue, como despega el avión, del suelo habitual, para descubrirlo
desde arriba.
P.- Usted como vino a esta enseñanza
R.- Sería muy largo de explicar, pero en cierto sentido podría contestarle muy
sencillamente; por Malraux, fue Malraux el que me llevó a Gurdjieff.
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P.- ¿Le conocía?
R.- No, no le conocía.
P.- ¿No tenía noticia de su existencia?
R.- Quizá sí. Seguro que sí. Pero Malraux no sabe que él me llevó a
Gurdjieff. Le voy a decir en qué circunstancias. En aquel entonces era yo
periodista: era uno de los responsables de la agencia de prensa de la república
española durante la guerra civil. Y mi libro de cabecera era “L’Espoir” de Malraux.
Tengo que decir que antes del encuentro con Malraux o con sus libros, había en mí
una búsqueda, y esta búsqueda se prosigue durante la estancia en España. Y un
día, de pronto di con una réplica de García que es el portavoz de Malraux en
“L’Espoir” al aviador italiano que había aterrizado en las líneas republicanas, que le
pregunta a bocajarro; “¿Pero qué otra cosa mejor pude uno hacer de su vida?” Y la
contestación viene inmediata, tajante: “transformar en conciencia una experiencia
lo más amplia posible”. Para mí fue como si me cayera un rayo encima. Y cuando
vine a parar, con los restos del ejército republicano, a Francia, me fui derecho a
casa de un amigo que, por lo que yo sabía, podía llevarme a ese camino. Por eso
le doy las gracias a Malraux…
P.- ¿De manera que ese camino era el de Gurdjieff? ¿Estaba en París entonces?
R.- Estaba en París, y ya me habían hablado de él algunos amigos que estaban en
relación con él, en particular Philippe Levastine y René Daumal. Por lo tanto
era un gesto natural, desde el instante en que aquella nota había resonado
en mí, ir en busca de ellos y pedirles ayuda. Ellos me pusieron en contacto
con la enseñanza de Gurdjieff y luego con Gurdjieff mismo.
P.- ¿Cuál era la postura de Gurdjieff respecto al mundo exterior, la sociedad,
la familia? ¿Tenia una moral?
R.- Por supuesto, tenía una moral. Una moral que se desprendía de una
actitud mucho más general respecto al hombre. Él pensaba que si el
hombre está en la tierra, no es por casualidad; que tiene una misión que
cumplir. Y esta misión implica ante todo Y sobre todo que se reúna
consigo mismo, que despierte a sí mismo y que sea él mismo lo más
posible
P.- ¿Cuál era su noción del bien y del mal?
R.- Su noción del bien y del mal estaba en los antípodas de todo maniqueísmo,
y se definía muy precisamente en relación con el despertar, con la
tentativa de toma de conciencia. Todo lo que puede perjudicar a esa
tentativa de tomar conciencia, se puede considerar como “mal”; todo lo
que puede ayudarla se puede considerar como “bien”, pero siempre a
condición de… A condición de que el hombre vuelva a ese anhelo primero
de saber quién es, con el fin de ser más él mismo.
P.- Eso me parece sumamente peligroso. Es una base puramente egoísta.
R.- ¿Egoísta?. Por fuera, seguramente, así puede parecer.
Pero en realidad no hay peor obstáculo para esa búsqueda que el pequeño
egoísmo. Hace falta una dosis considerable de determinación anterior para
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llevar al hombre a querer conocerse, cuando todo le invita a evadirse de sí
mismo. Es una ascesis. Y por añadidura, si el hombre toma conciencia de
su presencia en el mundo, no puede disociarse de él en absoluto, muy al
contrario; comprende que ese retorno a lo que es realmente él, le exige
que intente restablecer una relación verdadera con el conjunto de fuerzas
del que depende.
Pero la verdad es que hay otra clase de evasión, más grave todavía: la
del monje, la del anacoreta. Quiero decir la evasión del que se retira del
mundo y se construye un universo encerrado en sí mismo. Quizá pretenda
estar abierto a Dios, pero al mismo tiempo se aísla de todo,
implacablemente, rompiendo todos los lazos que le llevan a ser como
normalmente está llamado a ser, ya que, efectivamente, el hombre es por
esencia un animal social.
P.- ¿Gurdjieff estaba totalmente en contra de eso?
R.- Indudablemente.
P.- ¿Pero, se toma conciencia si implemente de que esas reglas morales
corresponden a algo profundo dentro de sí mismo, o se descubre que es
otra moral?
R.- Todo cambia a partir del momento en que una experiencia vivida como
más real se basa en el despertar a sí mismo. Despertar a sí mismo no
quiere decir despertar solo a los contornos exteriores de mi manera de
existir; quiere decir también despertar a lo que llevo dentro, en lo más
hondo de mi ser.
P.- Dicen que es usted buscador. ¿Qué es lo que busca?
R.- Es una pregunta que me hago todos los días… En realidad, si intento
definir el objeto de mi búsqueda, enseguida estoy en peligro de perder el
rumbo. Hay, quizá, una forma de búsqueda que se impone, y procuro
ajustarme a ella, pero en cuanto intento formularla, cedo a una tentación
que me desvía de la verdadera búsqueda.
P.- ¿Entonces es una búsqueda sin esperanza, o sin objetivo?. ¿En concreto
todo eso desemboca en algo?
R.- Muy buena pregunta: ¿desemboca en algo?. ¿Cuál es mi meta? Lo que
pretendo ante todo es para entendernos dar con una dirección. No tanto
representarme el objetivo que se ha de conseguir, sino más bien volver a
conectar dentro de mí con una orientación acertada.
P.- Entonces cuál es su motivación? Porque tiene usted una motivación…
R.- Indudablemente. Lo que motiva mi búsqueda es cierta insatisfacción. Algo
que no esta en su sitio. No me llevo bien conmigo mismo. Esto no lo he
inventado yo, no es una proyección; es algo que se ha hecho patente – por
ejemplo en forma de pregunta. ¿Por qué estoy aquí, qué sentido tiene mi
presencia en la tierra? Y desde ese instante ya estoy en estado de
búsqueda.